Antes de ser cultura, Internet fue infraestructura
Diario de Innovación #257
Hay una frase que Marc Andreessen suelta casi de pasada en una entrevista con Charlie Rose en 1996, pero que, vista con los ojos de hoy, tiene más valor del que uno podría creer.
Esto ocurre en el contexto actual marcado por el furor alrededor de la IA y la incertidumbre ante una posible burbuja que podría acompañar una hipotética recesión en el sector tecnológico.
Si hacemos una comparación con el momento actual, en esos finales de los años noventa, las empresas no adoptaban Internet “porque molaba”.
Lo hacían porque les ahorraba dinero. Mucho dinero.
Un navegador costaba unos 50 dólares por licencia.
Recuerda, el S., Andreessen fue uno de los fundadores de NetScape. Una voz autorizada en saber navegar en contextos de alta incertidumbre tecnológica y de mercado.
Si montar una página web les devolvía un 10x en pocos meses, adelante.
Si no, ni Time, ni la portada de Wired, ni el CD con el ruidito del módem lo salvaban.
Nada de “cambiar el mundo”.
Primero: reducir costes y aumentar productividad.
El internet pop, el de los foros, chats, redes sociales, viralidad, vino después.
Y esto, mirado desde la fiebre actual de la IA, creo que merece una pausa.
El Internet que no salía en los anuncios
Si nos creemos la narrativa pop, Internet nació en los 90 como una mezcla de ciberpunk, libertad absoluta y creatividad sin límites.
La realidad que cuenta Andreessen es bastante menos romántica:
Sus clientes eran empresas, no adolescentes en foros.
Más del 80% de los ingresos de Netscape venían de negocio corporativo.
El “boom” no era la web pública, sino los Intranets y Extranets:
conectar fuerza de ventas con marketing,
enlazar proveedores y clientes,
sincronizar almacenes, pedidos, stock.
WalMart es el ejemplo que utiliza en la citada entrevista: “Walmart había conseguido una ventaja brutal simplemente por tener una red carísima que conectaba a todos sus proveedores. Eso le permitía casi no tener inventario. Lo que salía por una puerta, entraba por la otra.”
Internet lo que hizo fue democratizar esa magia de WalMart:
Lo que antes requería invertir una fortuna en redes propietarias,
ahora podía montarse con tecnología abierta, más barata y más flexible.
No era glamour. Era fontanería digital.
El verdadero “product-market fit” de la web
Andreessen cuenta otro detalle revelador: las empresas veían retornos del 1.000% en tres meses con sus Intranets.
No porque fueran visionarias.
Sino porque el caso de uso era insultantemente simple:
Cada consulta que un cliente hace online era una llamada menos al call center.
El ejemplo de FedEx es perfecto: “Cada vez que alguien entra en la web a consultar el estado de un paquete, se ahorraban entre 5 y 10 dólares en una llamada que ya no tiene que atender un humano.”
Multiplica eso por millones de consultas al año.
Internet, antes de ser “La Red”, fue básicamente esto: un sistema barato y flexible para hacer lo de siempre mejor, más rápido y con menos fricción.
El relato posterior de los portales como Yahoo, los banners, la “nueva economía”, los foros donde medio planeta se pegaba se construyó después, sobre esa base que nos cuenta Andreessen.
Primero internet se justificó ante el CFO.
Luego se convirtió en cultura popular.
El patrón que se repite (pero con otros nombres)
Si ahora miramos a la IA generativa, el paralelismo es casi descarado.
Con un simple detalle, que hoy en día tengamos internet, hizo que la IA Generativa haya sido antes parte de nuestras vidas, que lo fue internet.
Hoy vemos sobre todo la capa visible:
los memes con imágenes generadas,
los vídeos imposibles en 4K,
los podcasts clonando voces,
los “experimentos” que se comparten en redes.
Pero igual que en 1996, el verdadero movimiento tectónico está pasando en sitios mucho menos glamourosos:
en los departamentos de operaciones que automatizan procesos,
en los equipos de soporte que reducen tickets con asistentes inteligentes,
en los analistas que dejan de pelearse con informes manuales porque un modelo se los prepara en segundos,
en las consultoras y despachos que montan sus propios copilotos sobre datos internos.
La pregunta que muchos se hacen en 2025 es muy parecida a la que se hacían los ejecutivos en 1996:
“¿Dónde me devuelve esto un x10 y cuánto tardaré en verlo?”
No dónde está la “magia”, ni la promesa, ni el titular.
Sino dónde hay cash flow.
Las burbujas se inflan en la narrativa.
Las revoluciones de verdad se consolidan en las hojas de cálculo.
Primero herramienta, luego identidad
Hay una lección incómoda en todo esto: las grandes disrupciones rara vez nacen como movimientos culturales.
Nacen como herramientas utilitarias:
El navegador no era un manifiesto filosófico: era una forma más cómoda de acceder a información en red.
El Intranet no era una utopía conectada: era una solución para que ventas pudiera hablar con marketing sin pelearse con sistemas heredados.
Los Extranets no eran “ecosistemas”: eran formas eficientes de conectar inventarios, pedidos y proveedores.
Solo cuando estas herramientas consiguen tres cosas, empiezan a mutar en cultura:
Son baratas (o al menos justificables).
Resuelven problemas muy concretos mejor que cualquier alternativa.
Se vuelven ubicuas, al punto de que dejamos de notar que están ahí.
Ahí es cuando aparece lo demás:
la red que “cambia la política”,
las comunidades que redefinen movimientos sociales,
los modelos de negocio que nadie había imaginado.
Pero ese es el capítulo 2.
El capítulo 1 casi siempre huele a backoffice, a integración de sistemas y a Excel.
La IA está aún en la fase “Intranet”, aunque no lo parezca
Con la IA generativa tenemos la sensación de estar en la fase de “memes y titulares”.
Y en parte es verdad.
La visibilidad es cultural. La adopción real, no tanto.
Si aplicamos el prisma de Andreessen y Netscape a lo que está pasando hoy, el mapa es otro:
Los grandes modelos se están infiltrando en procesos internos:
asistentes que resumen incidencias,
modelos que etiquetan documentos,
sistemas que extraen datos de ficheros PDF.
Aparecen Intranets con esteroides:
buscadores internos que por fin funcionan,
chatbots entrenados en la documentación de la empresa,
workflows automatizados que antes eran una cadena de correos infinita.
Surgen Extranets inteligentes:
portales de clientes con atención 24x7,
seguimiento de pedidos con lenguaje natural,
propuestas comerciales generadas sobre histórico de proyectos.
Todo esto no sale en los anuncios.
Pero es donde se decide si la IA es otra burbuja o una capa más de infraestructura como lo fue Internet.
La diferencia, quizá, es que ahora la fase cultural y la fase de infraestructura coexisten desde el minuto uno:
a la vez que un niño genera dibujos con un modelo gratuito,
una empresa reajusta toda su cadena de valor alrededor de copilotos y agentes.
Seguimos viendo el fuegos artificiales.
Pero la auténtica disrupción, igual que en los 90, va por dentro.
¿Qué hacemos con esta lección en 2025?
Te propongo tres ideas prácticas para aterrizar todo esto:
Mira tu organización como si estuvieras en 1996
Si entonces Internet era “Intranet + Extranet + ahorro de costes”,
hoy la IA debería ser, como mínimo: “Un copiloto + automatización + menos fricción interna”.
La pregunta no es “¿qué modelo usamos?”, sino:
“¿Qué llamada, informe o tarea repetitiva podemos eliminar mañana con esto?”
Exige retornos concretos, no solo “innovación”
En la entrevista, Andreessen habla sin complejos de ROI del 1.000% en tres meses.
No siempre será así, pero el espíritu importa. Si un proyecto de IA no reduce claramente costes, o aumenta de forma medible un ingreso, quizá es un experimento interesante… pero no (todavía) una disrupción.
No confundas la capa visible con la revolución
Igual que la web no empezó con redes sociales, la IA no empieza ni termina en los vídeos virales.
El verdadero cambio está ocurriendo en:
cómo se toman decisiones,
cómo se documenta el conocimiento,
cómo se coordina el trabajo entre personas y máquinas.
Si no estás tocando esas capas, probablemente estás todavía en “modo demo”.
Tal vez dentro de veinte años alguien mire atrás y diga:
“La IA no empezó con los avatares hiperrealistas ni con los vídeos en 8K. Empezó con empresas haciendo cosas aburridas de manera radicalmente más eficiente.”
Como pasó con Internet: antes de cambiar la cultura, el business case cuadró en las hojas de cálculo.
La disrupción, casi siempre, entra por la puerta de atrás.
⚡️ Pulso Digital
IA desatada, sistemas frágiles y energía impaciente marcan el ritmo de hoy.
💓 Latido del día
Mientras Google presume de Gemini 3 como uno de sus modelos más avanzados. Unos investigadores de Corea del Sur han tardado cinco minutos en hacerle jailbreak y conseguir instrucciones detalladas para fabricar virus, explosivos caseros y armas químicas, exactamente el tipo de contenido que los grandes modelos prometían bloquear para siempre. Mientras tanto, un modelo entrenado con años de llamadas de presos en EE. UU. se despliega para detectar delitos “contemplados” antes de que ocurran, y empresas como Flock externalizan a trabajadores en Filipinas la tarea de etiquetar imágenes de cámaras urbanas que alimentan sus algoritmos de vigilancia.
La IA ya no vive en papers ni en demos espectaculares: se cuela en prisiones, calles y laboratorios, muchas veces sin el escrutinio proporcional al poder que acumula. El incentivo empresarial sigue empujando hacia “hacer más cosas” y “automatizar más trozos de la realidad”, mientras la conversación sobre límites éticos y marcos legales llega a trompicones.
Con la iglesia hemos topado, la IA está allá donde mires. Que haya incluso movilizado a un grupo de creyentes que quiere que el Vaticano se tome en serio los escenarios apocalípticos relacionados con la inteligencia artificial, es una señal de que el debate ya ha salido del nicho tech. La cuestión es si será capaz de frenar, o al menos redirigir, un despliegue que se acelera cada semana.
🌍 El eco del mercado
🤖 OpenAGI y la guerra de los agentes baratos. Lux promete controlar ordenadores mejor y más barato que OpenAI y Anthropic: la próxima batalla de la IA puede librarse en el terreno de quién automatiza más por euro de cómputo.
💻 Nvidia compra alrededor de los chips. Movimientos sobre Synopsys apuntalan no solo la venta de GPUs, sino el dominio sobre las herramientas que definen cómo se diseñan y validan los sistemas del futuro.
🔗 China aprieta, pero no ahoga del todo al bitcoin. Pese a la prohibición, el país reaparece en índices de minería y obliga a redoblar la ofensiva, evidenciando lo difícil que es erradicar una tecnología distribuida cuando hay incentivos económicos fuertes.
💻 Coupang y la cara B del e-commerce ultrarrápido. La brecha que afecta a casi 34 millones de clientes coreanos recuerda que cada capa de eficiencia logística suma otra superficie de ataque para los cibercriminales.
🚀 Rosalind Franklin: ciencia europea en la superficie Marte. El rover de la ESA con apoyo de la NASA buscará señales de vida excavando hasta dos metros bajo la superficie, un hito tecnológico y geopolítico en plena carrera espacial.
🦠 Microplásticos como vector de superbacterias. La evidencia de más de 100 genes de resistencia a antibióticos viajando pegados a plásticos comunes cruza en una misma frase contaminación, salud pública y gestión del agua.
🌱 Latido incipiente
El hallazgo de un microorganismo diminuto que no encaja en ninguna de las ramas conocidas de los eucariotas obliga a reescribir parte del mapa evolutivo. No tiene impacto inmediato en la economía digital ni en la IA, pero actúa como recordatorio incómodo para cualquier industria que presume de tenerlo todo modelado: incluso en los sistemas mejor estudiados pueden aparecer actores invisibles que cambian por completo la estructura del juego.
En biología pasa con una célula olvidada bajo el microscopio; en tecnología puede pasar con una técnica, un protocolo o un competidor que nadie vio venir hasta que ya es demasiado tarde.
💭 Pulso Final
Quizá el verdadero reto ya no sea imaginar nuevas aplicaciones de la tecnología, sino decidir con calma en cuáles estamos dispuestos a vivir sin darnos cuenta.
Lancé Pulso Digital hace un mes pensando en cómo mejorar el Diario de Innovación.
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A.



