Decisiones inteligentes en mundos inciertos
Cómo tomar mejores decisiones cuando no tienes toda la información
Hay momentos que parecen esculpidos en la memoria colectiva.
Como esa jugada en el Mundial del 86.
Argentina contra Inglaterra.
Maradona salta, roza el balón con la mano —aunque él diga que fue “la cabeza de Dios”— y anota un gol que cambiaría la historia.
Para unos, trampa.
Para otros, genialidad.
Para todos, un símbolo.
Pero más allá del resultado, hay algo más profundo en esa escena: una decisión, tomada en milésimas de segundo, bajo presión, sin saber si saldría bien o mal.
Una apuesta.
Y es que hay decisiones que parecen obvias… después de haberlas tomado.
Aceptar una oferta de trabajo que prometía más de lo que realmente era.
Invertir en una startup porque “este sí que es el nuevo unicornio”.
Confiar en alguien solo porque otra persona de confianza lo hizo antes.
Comprar Bitcoin en el pico de euforia porque “esta vez es diferente”.
Y cuando sale mal, nos torturamos: ¿cómo no lo vi venir?
Y cuando sale bien, nos engañamos: sabía que esto funcionaría.
Pero ¿y si el resultado no fuera lo importante?
¿Y si llevamos toda la vida juzgando decisiones por cómo terminan, no por cómo las tomamos?
Hoy quiero hablarte de eso precisamente: de la incertidumbre, de las decisiones imperfectas, del azar disfrazado de mérito y del error oculto bajo la alfombra del éxito.
Para ello, usaré algunas ideas del libro Thinking in Bets, de Annie Duke, campeona de póker y experta en toma de decisiones.
Duke nos recuerda que la vida no se parece al ajedrez.
La vida se parece más al póker.
No jugamos con información completa.
Y aun así, tenemos que mover ficha.
En este episodio vamos a explorar cómo pensar como un jugador profesional: no apostando por certezas, sino calibrando probabilidades, separando habilidad de suerte, y entrenando la mente para decidir mejor, incluso cuando no sabemos cómo acabará la historia.
Porque, al fin y al cabo, vivir es eso: una apuesta.
Y lo importante no es solo ganar…
…sino saber si jugaste bien la mano.
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Cuando salí de Telefónica, pensé que estaba cerrando una etapa para siempre. Que dejar la empresa donde me imaginaba jubilándome era casi una derrota. Me costó meses entender que, quizás, simplemente estaba haciendo una apuesta. Una jugada más en la partida.
Poco después, ya en Oracle, sentí lo contrario. Que no duraría ni un año. Que había vuelto a perder. Y sin embargo, aquí estoy… casi ocho años después.
Este patrón –esta sensación de que sabemos más de lo que en realidad sabemos– es algo que todos vivimos. Lo llamamos intuición. Pero muchas veces, es simplemente una forma elegante de disfrazar nuestro deseo de certeza. Y como dice Annie Duke, la autora de Thinking in Bets, la certeza es una ilusión muy cara.
El problema es que confundimos la calidad de una decisión con la calidad de su resultado. Como en aquel famoso Super Bowl XLIX, cuando Pete Carroll ordenó un pase en lugar de correr el balón. Perdieron. Y entonces, todos lo señalaron como la peor decisión posible. Pero, estadísticamente, no lo era.
Lo que pasa es que cuando algo sale mal, buscamos culpables. Y cuando sale bien, buscamos héroes. Aunque muchas veces, ambos son simplemente… suertudos.
Durante años, me obsesioné con tomar decisiones “correctas”. Como si existieran. Como si uno pudiera ver el futuro claramente, sin ruido. Pero la vida no es ajedrez. Es más como el póker: jugamos con cartas ocultas, contra rivales que no conocemos del todo, y con un factor incontrolable llamado azar.
Y eso cambia todo.
Desde que entendí esto, dejé de preguntarme si estaba “en lo correcto” y empecé a preguntarme: ¿cuánto apostaría a que esto es cierto?
Porque cuando apuestas, de verdad apuestas, te lo piensas dos veces antes de hablar. Revisas tus creencias. Analizas los datos. No para tener razón, sino para no perder.
Lo más difícil, claro, es revisar nuestros propios errores. Sobre todo cuando los resultados nos son favorables. Porque entonces, el ego entra en juego. “Gané, por tanto lo hice bien.” Pero muchas veces, no fue tanto por lo que hicimos, sino por lo que no hicieron los demás… o simplemente, por suerte.
Y no lo digo en abstracto.
Recuerdo un proyecto hace años que fue un éxito rotundo. Presentaciones impecables, métricas superadas, incluso premios. Durante meses lo usé como ejemplo de buena gestión. Hasta que, revisándolo con calma y con la perspectiva del tiempo, vi la cantidad de decisiones que tomé mal. Simplemente no se notaron, porque el contexto jugó a mi favor. Tuve suerte.
Eso me llevó a empezar a cambiar mis hábitos.
Como Phil Ivey, uno de los mejores jugadores de póker del mundo, que tras ganar un torneo pasaba la cena revisando jugada por jugada con sus compañeros. No celebraba su genialidad. Celebraba su capacidad de detectar errores.
Yo también quise construir ese hábito. Y para eso, descubrí algo crucial: necesito rodearme de personas que no solo me quieran, sino que me cuestionen. Personas que, como decía Erik Seidel, no estén para escuchar quejas de mala suerte, sino para analizar jugadas. Verlas sin el sesgo del resultado. Solo con la voluntad de mejorar.
Creamos un pequeño grupo. Sin reglas escritas, pero con un compromiso tácito: la verdad por encima del ego. Y nos funcionó. Porque, como propone Merton Schkolnick con sus principios CUDOS, cuando compartimos todo, analizamos con estándares comunes, dejamos el ego fuera y fomentamos el escepticismo organizado, no solo pensamos mejor: también tomamos mejores decisiones.
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Una jugadora de póker profesional, una mesa de apuestas y decisiones que podrían costar millones. ¿Qué puede enseñarnos ese mundo sobre nuestras propias elecciones diarias?
Mucho más de lo que imaginamos.
Annie Duke no solo aprendió a leer cartas. Aprendió a leer realidades complejas, llenas de incertidumbre. Y su propuesta es sencilla pero poderosa: pensar en apuestas.
Porque cuando apuestas, dejas de hablar en términos de certezas y empiezas a pensar en probabilidades. Abres espacio para el “no lo sé”, para la duda honesta. Y eso, paradójicamente, te hace decidir mejor.
Uno de sus mayores aprendizajes es que confundimos los resultados con la calidad de nuestras decisiones. Como cuando Pete Carroll hizo aquel pase en el Super Bowl. Fue una buena decisión… con mal resultado. Y sin embargo, todos lo juzgamos como un error.
Pero pensar como un apostador nos obliga a separar ambas cosas. A entender que se puede hacer todo bien y aun así perder. O hacerlo mal y ganar. Porque la suerte también juega.
Otra lección: nuestro cerebro quiere creer. Rápido, sin pensar mucho. Eso nos funcionaba en la sabana africana, pero hoy, en un mundo lleno de ruido y datos, es un problema. Por eso, la pregunta mágica de Annie es: “¿Quieres apostar?”. Una forma elegante de obligarnos a revisar nuestras creencias.
Y si queremos aprender, no basta con tener resultados. Hay que analizarlos con objetividad. Para eso necesitamos romper con el sesgo de autoservicio: ese impulso de atribuir los éxitos a nuestra habilidad… y los fracasos a la mala suerte o a otros.
Como Phil Ivey, que gana un torneo y luego cena analizando sus errores, necesitamos desarrollar hábitos de verdad. No de autoengaño.
Pero hacerlo solo es difícil. Por eso, otra clave del libro es crear un grupo con el que compartir decisiones, evaluar jugadas y cuestionarse mutuamente. No para tener razón, sino para pensar mejor. Un grupo que funcione con los principios de CUDOS: compartir, ser imparcial, dejar el ego fuera y fomentar el escepticismo constructivo.
Y por último, Annie nos invita a mirar al futuro. A practicar el backcasting: imaginar que todo salió bien y preguntarse, “¿qué hice para lograrlo?”. O el premortem: imaginar el fracaso y buscar qué lo provocó. Porque prever errores, muchas veces, es la mejor forma de evitarlos.
Food for thought
Puede que no seas jugador de póker. Ni falta que hace.
Pero todos, cada día, estamos apostando. Cuando decidimos cambiar de trabajo, cuando confiamos en alguien, cuando elegimos un camino sin saber qué hay al final.
La próxima vez que tengas que decidir algo importante, no pienses si es lo “correcto” o “incorrecto”. Pregúntate: ¿cuánto apostaría a que esto es así?
Porque las apuestas no son sobre dinero. Son sobre claridad. Nos obligan a revisar nuestras creencias, considerar alternativas, y estar dispuestos a cambiar de opinión si eso nos acerca más a la verdad.
Y si realmente quieres avanzar hacia un objetivo, no te quedes solo con imaginar el éxito. Practica el mental contrasting: visualiza los obstáculos, los momentos en los que fallarás, las tentaciones que te desvían. Eso sí que te prepara para tomar mejores decisiones.
Jerry Seinfeld tiene un chiste brillante sobre su “Yo de la noche” y su “Yo de la mañana.” El de la noche se acuesta tarde, sin preocuparse. El de la mañana, claro, lo odia. Lo gracioso es que todos somos así.
Tomamos decisiones hoy que otro yo –uno más cansado, más responsable, más viejo– tendrá que pagar.
Pero si somos capaces de mirar al futuro, de imaginar qué queremos lograr, qué errores podríamos cometer, y trabajamos desde ahí hacia atrás… entonces nuestras apuestas dejarán de ser tiros al aire.
Y pasarán a ser eso que de verdad cambia una vida: decisiones con intención.
La vida no se trata de tener razón. Se trata de pensar mejor. Y para eso, apostar –bien– puede ser la herramienta más poderosa que tenemos.
Que nunca te falten ideas, ni ganas de probarlas.
A.
PD: Si te interesa mejorar tu forma de pensar en grupo (Mastermind), búscate un equipo con el que puedas compartir errores sin miedo. La verdad se construye mejor entre muchos.
PD2: Te dejo una charla TED de Annie Duke donde resume estas ideas en 15 minutos: Thinking in Bets - TED Talk
PD3: ¿Quieres entrenar tu pensamiento estratégico como Annie Duke? Una forma divertida de empezar es con este set de póker profesional que incluye maletín, fichas, cartas y todo lo necesario para practicar decisiones bajo presión.
PD4: Si prefieres llevarlo contigo a todas partes, esta baraja de cartas minimalista es ideal para jugar, improvisar simulaciones o simplemente reflexionar sobre decisiones con amigos.
PD5: Como dice Annie, no se trata de tener siempre razón, sino de ser menos tonto con el tiempo. Un complemento perfecto a Thinking in Bets es el libro Superforecasting de Philip E. Tetlock.
PD6: Si diriges equipos o proyectos, prueba hacer una sesión de backcasting y premortem la próxima vez que planifiques algo importante. Aquí tienes un bloc de notas para planificar proyectos que te ayuda a estructurarlo paso a paso.
PD7: Si prefieres leer Thinking in Bets en castellano, lo tienes aquí.
Gracias por acompañarme en un nuevo Diario de Innovación, ¡y te espero la semana que viene en otra edición de Innovation by Default 💡!