Hace unas semanas, me encontré haciendo algo que cada vez es más común: abrir ChatGPT para preparar una presentación. En cuestión de segundos tenía una estructura clara, bien escrita, con ideas relevantes. Todo era eficiente, pulido, impecable.
Pero algo me incomodó. Me detuve. Cerré la ventana del navegador. Y me pregunté:
¿Soy yo el que está pensando… o solo estoy editando lo que la IA me da?
Y entonces surgió otra pregunta, más incómoda todavía:
¿Y si esta inteligencia artificial que promete nivelar el terreno de juego… en realidad está ampliando las distancias?
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En Barcelona y en Madrid, en dos universidades españolas —ESADE y CUNEF— se organizó una competición de debates universitarios con más de 140 estudiantes. Era parte de un experimento cuidadosamente diseñado (aquí tenéis el paper disponible). Los estudiantes tenían sólo 20 minutos para preparar cada ronda de debate sobre temas como política fiscal, vivienda o educación.
A la mitad de los participantes se les dio acceso a ChatGPT. La otra mitad solo podía usar aquellos recursos que estuvieran disponibles en internet. La pregunta que guiaba todo el estudio era evidente: ¿mejora la IA el rendimiento en tareas complejas? Y sobre todo, ¿a quién ayuda realmente?
Los resultados fueron sorprendentes. O más bien, incómodamente reveladores.
Los estudiantes con mejor rendimiento inicial —el 50% superior— mejoraron un 5.2% al usar ChatGPT. Los del 50% inferior, en cambio, no mostraron ninguna mejora significativa. Cuando se utilizó una medida adicional de capacidad, como ser beneficiario de una beca por mérito académico, se vio aún más claro: los estudiantes con beca que usaron IA mejoraron un 12%, mientras que aquellos sin beca apenas variaron su desempeño.
Pero no solo fue cuestión de puntuaciones. También cambió la percepción del tiempo. En general, los estudiantes con acceso a ChatGPT sintieron que habían tenido más tiempo para preparar sus debates. Su autoevaluación aumentó en 15.6% con respecto al grupo de control.
Ahora bien, esa percepción también dependía del tipo de estudiante. Quienes tenían becas por mérito y no usaban IA se sentían presionados, con una media de 44 sobre 100. Mientras que los estudiantes sin beca eran mucho más confiados —o quizás sobre confiados—, con 63. Pero al incorporar la IA Generativa la percepción de los becados subía hasta 76 puntos. Una mejora del 72.3%. En cambio, los estudiantes sin beca apenas subían a 68. Una diferencia sutil, pero significativa: los que más sabían, eran los que mejor sabían usar la herramienta.
Y aquí es donde está el verdadero aprendizaje. El estudio lo explica en detalle, pero la moralejas sería algo tal que así: la IA generativa no está nivelando las habilidades. Está amplificando las que ya existen.
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Cuando una tarea exige habilidades de orden superior —pensamiento crítico, agilidad mental, intuición social, persuasión—, no basta con que la IA te dé buenos argumentos. Tienes que apropiártelos. Hacerlos tuyos. Darles forma, tono, intención. No basta con recitar una idea bien escrita. Hay que saber cuándo decirla, cómo decirla, y a quién.
El conocimiento profundo, ese que permite construir ideas nuevas a partir de las anteriores, también cuenta. Y cuenta mucho. Porque no se trata solo de tener acceso a argumentos inteligentes, sino de tener la capacidad retórica para defenderlos, de reaccionar rápido, de leer al oponente y al público.
En palabras del propio estudio: ChatGPT puede darte el Logos, pero solo los buenos debatientes, los que además tienen Ethos, pueden aprovechar ese recurso para desarrollar una verdadera estrategia de persuasión.
Y eso me hizo pensar, claro. Porque todos —tú, yo— estamos integrando la inteligencia artificial en nuestro día a día. La usamos para redactar correos, para escribir informes, para estructurar ideas. Nos da velocidad. Claridad. A veces incluso inspiración.
Pero si no cultivamos nuestras propias habilidades, si no aprendemos a pensar mejor, a construir argumentos, a comunicar con intención… la IA no será un trampolín. Será una lupa.
Una lupa que aumenta la distancia entre quienes saben pensar… y quienes solo saben pedirle a la máquina que piense por ellos.
Así que la próxima vez que uses una IA para resolver algo, para escribir, para presentar, para decidir…
pregúntate:
¿Estoy siendo más productivo… o solo más dependiente?
¿La IA está ampliando mis capacidades… o simplemente está haciendo más evidente lo que aún no he aprendido?
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