Dicen que hay libros que te cambian. Y hay libros que te salvan. Hoy te traigo uno que hizo ambas cosas, y que ha acompañado a millones de personas en momentos difíciles.
Hoy hablaremos sobre El hombre en busca de sentido, escrito por alguien que vio lo peor del ser humano… pero también lo mejor.
Viktor Frankl sobrevivió a los campos de concentración nazis. Y desde ese infierno, nos dejó un mensaje que, aún hoy, puede cambiarte la vida. De lo que haces cuando todo parece perdido. Y de cómo encontrar sentido… cuando no queda nada más.
Empezamos.
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Imagina que estás en un tren, apretado entre cuerpos, en silencio. Afuera, el invierno muerde. No sabes a dónde vas, pero lo intuyes. Algunos lloran, otros rezan. Uno sonríe. Te parece incomprensible… hasta que lo comprendes: ya no tiene miedo. Ya no espera nada. Solo queda sobrevivir.
Este fue el primer día de Viktor Frankl en Auschwitz.
Y aunque su cuerpo quedó atrapado tras los muros del campo de concentración, su mente comenzó una travesía aún más profunda: la búsqueda de sentido.
Es curioso ver cómo el ser humano se enfrenta a situaciones realmente espeluznantes, y cómo reaccionamos primero con una mezcla de conmoción e incredulidad. Luego, nos aferramos a una esperanza ilusoria que no sabemos de dónde proviene.
Frankl describe que la primera reacción de los prisioneros al llegar a los campos no fue miedo, sino esa misma ilusión. La mente humana, frente al horror, intenta negar la realidad. Muchos se decían: “A mí no me pasará lo peor. Yo tendré suerte.”
Pero ese espejismo desaparece rápido.
Y entonces, después de eso, aparece el segundo golpe: la desesperanza total. El alma queda desnuda. Sin sentido. Sin futuro.
Pasados los primeros días, el alma se endurecía. Los prisioneros entraban en una fase de apatía emocional. Ya no lloraban. Ya no temblaban. Solo pensaban en sobrevivir ese día. La mente se replegaba como una tortuga bajo amenaza, buscando refugio interior en lo esencial: comida, calor, un poco de sueño.
La moralidad, los sueños, incluso la compasión… quedaban suspendidas. El horror se volvía rutina. Y, de forma paradójica, eso los protegía.
Pero no todos cedieron. Algunos descubrieron una trinchera inesperada: su mundo interior.
Frankl, como otros prisioneros, recurría a los recuerdos, al amor por su esposa, a la belleza de un atardecer o al humor absurdo de imaginarse pidiendo sopa del fondo del cazo… como lo hacían en el campo.
Ese fue su antídoto. En palabras de Frankl: “Todo se puede quitar a un hombre, salvo una cosa: la libertad de elegir su actitud frente a cualquier circunstancia.” Esa última libertad, decía, es irrenunciable.
Incluso en el infierno, algunos se resistían a rendirse por completo.
Decidir dar un pedazo de pan a otro, intentar consolar, mantener la dignidad… eran actos mínimos, pero enormes. Porque reafirmaban algo esencial: la capacidad de elegir, aunque fuera solo el propio comportamiento.
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De estas experiencias extremas nació la logoterapia, la teoría desarrollada por Viktor Frankl. A diferencia del psicoanálisis clásico, no mira tanto al pasado, sino al futuro: a aquello que da sentido. Viktor Frankl observó que quienes tenían un propósito —volver a ver a un ser querido, terminar una obra, ayudar a otros— eran más resilientes ante el sufrimiento.
No sobrevivían los más fuertes, sino los que tenían un porqué. Este mismo concepto lo hemos visto en algún otro episodio de esta newsletter, donde hablábamos del Ikigai.
Viktor Frankl insistía en algo profundamente poderoso: el sentido es personal. No es universal ni fijo. Cambia. Es único para cada persona y para cada momento. Para uno, puede ser escribir un libro; para otro, cuidar de un hijo enfermo; para otro más, resistir con dignidad en un campo de concentración. Ese sentido, afirmaba, no se encuentra solo con el pensamiento, sino con la acción.
Una herramienta esencial de su enfoque fue lo que llamó intención paradójica. Frente al miedo, proponía un giro radical: no huir, sino avanzar hacia él. Si temes algo, ve hacia ello. Persíguelo, sin miedo. Por ejemplo, alguien que tiene miedo de ruborizarse en público debe intentar hacerlo a propósito. Y en ese esfuerzo… el miedo pierde poder. No se trata de evitar la angustia, sino de atravesarla.
Cuando llegó finalmente la liberación de los campos, muchos no pudieron celebrar. La emoción estaba congelada. El alma, exhausta. Y luego apareció algo aún más difícil: la amargura. La vida había seguido sin ellos. Nadie comprendía su sufrimiento. No hubo justicia. Solo silencio.
Pero algunos, como Viktor Frankl, lograron algo más. Convirtieron el trauma en semilla. El vacío, en camino. Y con eso, nos dejaron una idea que todavía hoy nos transforma: no podemos elegir lo que nos sucede. Pero sí podemos elegir cómo responder. Y en esa elección… está nuestra última libertad. Y nuestro sentido.
Viktor Frankl no solo sobrevivió. Nos enseñó que el dolor es inevitable, pero el sufrimiento es opcional… si encontramos para qué vivir. Y quizás, ahí empiece todo: no preguntarnos qué esperamos de la vida, sino qué espera la vida de nosotros.
El hombre en busca de sentido no es un libro fácil. No lo lees… te atraviesa.
Pero si logras hacerlo, sales diferente.
Viktor Frankl no sólo sobrevivió al horror.
Encontró sentido dentro del horror.
Porque aunque no podamos elegir lo que nos sucede, siempre podremos elegir cómo responder.
Y si este episodio te hizo pensar en alguien que está pasando por un momento difícil…
mándaselo.
Puede que no tengamos las respuestas, pero a veces, una buena pregunta es suficiente para empezar.
Y esta… es una de ellas:
¿Qué le da sentido a tu vida?
Gracias por acompañarme en un nuevo Diario de Innovación, ¡y te espero mañana en Innovation by Default 💡!