Estás en la cola del supermercado esperando a ser atendido, mirando el móvil, y de repente un mensaje aparece en la pantalla: “Respira. Sé que estás pasando por un momento duro. No estás solo. Estoy aquí para ayudarte.”
Y si te digo que no es de una persona, no, no lo escribió tu terapeuta. Lo escribió una inteligencia artificial.
Y sin embargo, algo de este mensaje te hizo sentir acompañado. Escuchado. Visto.
Quizá suene raro, lo sé. Inclusive algo inquietante.
Pero, ¿y si ese tipo de apoyo estuviera disponible para todos, en cualquier momento?
¿Y si la inteligencia artificial no fuera una amenaza… sino un multiplicador de lo humano?
Hoy vamos a hablar de Superagencia, el nuevo libro de Reid Hoffman —cofundador de LinkedIn— y el periodista Greg Beato. Una obra que propone una mirada optimista y provocadora sobre cómo la inteligencia artificial no solo transformará nuestras sociedades, sino que podría amplificar de forma radical nuestras capacidades individuales.
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Vivimos un momento paradójico.
Por un lado, nos deslumbra lo que la IA puede hacer: conversar, escribir, dibujar, diagnosticar, programar, traducir, organizar. Por otro, nos inquieta lo que podría significar: pérdida de empleos, erosión de la privacidad, dependencia.
Pero como ya hemos hablado en esta newsletter largo y tendido, tal vez el problema no es la tecnología en sí, sino cómo decidimos relacionarnos con ella.
Y quizá sea momento de mirar esto desde otro ángulo.
Así como la Revolución Industrial amplificó nuestra fuerza física, la IA podría ser la clave para una nueva etapa: una expansión radical de nuestras capacidades cognitivas y emocionales.
Lo que algunos ya empiezan a llamar: superagencia.
Vayamos a un ejemplo muy concreto que Reid Hoffman describe en su libro: la salud mental.
En 2023, Rob Morris, desarrollador de tecnología, integró IA en su plataforma de mensajes de apoyo emocional llamada Koko. Las respuestas generadas por la máquina —todas claramente identificadas como escritas por IA— fueron valoradas por los propios usuarios como más útiles, más empáticas… que las humanas.
La noticia generó indignación. Pero también dejó al descubierto una realidad mucho más urgente:
49.000 suicidios al año solo en Estados Unidos. 100.000 muertes por sobredosis. 129 millones de personas sin acceso adecuado a atención psicológica.
Y lo más duro: las soluciones tradicionales no dan abasto.
La IA no va a sustituir a los psicólogos. No es la intención.
Pero sí puede ofrecer apoyo inmediato, personalizado, económico y constante. Podría ayudarnos a construir un sistema de salud mental más inclusivo, más flexible y más accesible.
Uno donde todos tengamos la posibilidad de ser escuchados.
Esta visión puede sonar idealista. Pero ¿acaso no es eso lo que necesitamos? A veces, nuestras dudas sobre el progreso no nacen de la lógica, sino de la memoria.
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En 1927, ocho niños murieron atropellados en Nueva York en un solo día.
La gente reaccionó con miedo: cavaron zanjas para atrapar autos, los llamaron “coches del demonio”. Y sin embargo, no se prohibieron los coches. Se mejoraron para evitar nuevos atropellos.
Esa mejora no vino solo de la regulación, sino de la experimentación.
Carreras, pruebas, rutas extremas… que pusieron a prueba la tecnología y forzaron sus límites.
¿El resultado? Hoy, conducir es un 93% más seguro que en 1923.
Esta historia como era de esperar tiene una moraleja:
El progreso no siempre es perfecto desde el inicio. Pero si lo frenamos por completo hasta que lo sea, no solo retrasamos los beneficios, también perdemos la oportunidad de aprender en el camino.
Es el principio de la innovación sin permiso: lanzar, observar, corregir, iterar.
Así es como avanza el conocimiento real. Y es justo lo que necesitamos hacer con la IA. No se trata de avanzar sin reglas, sino de diseñar reglas que nos ayuden a avanzar. Un marco que no limite la libertad, sino que la expanda.
Como ocurrió con las autopistas en el siglo XX.
Pasamos de meses de viaje en carreta a cruzar un país en horas. Y lo hicimos gracias a infraestructuras, normas y sistemas de navegación que facilitaron el trayecto.
Hoy, la IA puede cumplir un papel similar, no para movernos en el espacio, sino en el conocimiento. Imagina a una estudiante con dislexia que transforma su libro de texto en una narración en audio, repleta de ejemplos sobre sus hobbies. O un inmigrante que recibe una carta legal en otro idioma y, con ayuda de la IA, la entiende perfectamente. O un principiante en un nuevo trabajo que, con IA, puede acceder a años de experiencia de los mejores expertos… al instante.
Lo interesante no es solo el acceso a la información, sino la capacidad de personalizarla, entenderla y usarla con autonomía.
Igual que le dices a tu GPS: “evita peajes” o “muéstrame la ruta paso a paso”, puedes decirle a tu IA: “explícamelo como si fuera un niño”, “dame ejemplos visuales”, “usa analogías con videojuegos”.
Eso es superagencia: poder navegar lo complejo con confianza.
Y si esto es posible a nivel individual, también lo es a nivel colectivo.
En Taiwán, una plataforma llamada Polis ayudó a resolver un conflicto nacional sobre Uber. No silenciando voces, sino identificando puntos de encuentro entre posturas opuestas. Usó IA no para controlar, sino para amplificar la voz ciudadana y generar consenso. Este enfoque se está replicando en muchos lugares.
Corea del Sur está consolidando 1.500 servicios públicos en una única plataforma de IA.
Francia, Singapur y otros países están desarrollando sistemas de inteligencia artificial que reflejan sus valores culturales, sus lenguas, sus prioridades sociales.
Y es que la tecnología no es neutral.
Puede reflejar nuestras divisiones… o puede ayudarnos a superarlas. Todo depende de cómo la diseñemos y para qué la usemos. Lo importante es entender que la libertad no desaparece con la tecnología.
Simplemente, evoluciona.
Nuevas capacidades requieren nuevas reglas. Nuevas herramientas, nuevos aprendizajes. Como sociedad, tenemos una elección. Podemos dejar que el miedo nos paralice.
O podemos hacer lo que hicimos con los libros, los coches, el teléfono y el GPS:
adoptarlos, regularlos y aprovecharlos para ser mejores.
Quizás la IA no nos haga menos humanos.
Quizás nos ayude a ser más humanos que nunca. Más empáticos. Más sabios. Más conectados. Más libres.
Bienvenidos a la era de la Superagencia.
Gracias por acompañarme en un nuevo Diario de Innovación, ¡y te espero mañana en Innovation by Default 💡!