Un domingo cualquiera te despiertas, preparas el desayuno, te sientas a desayunar y tu niño de seis años, con la boca llena de huevos revueltos, te mira fijamente y pregunta: “¿Qué es una inteligencia artificial?”
No es una broma. No es una metáfora. Es exactamente lo que le pasó a Mustafa Suleyman —uno de los pioneros de la inteligencia artificial moderna— mientras desayunaba con su sobrino.
Y aunque Suleyman había respondido cientos de veces esa pregunta en auditorios, en universidades, frente a gobiernos…
Esa mañana se quedó en blanco.
¿Qué es exactamente lo que estamos construyendo?
Hoy no vamos a hablar sobre códigos ni algoritmos. Este Diario de Innovación es una invitación a ver la inteligencia artificial desde otro lugar: desde el punto de vista humano.
Ya hemos hablado de Mustafa Suleyman en Innovation by Default, y su libro La ola que viene. Donde Mustafa Suleyman describe cómo la inteligencia artificial y la biotecnología están a punto de redefinir nuestra sociedad.
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Años atrás, hablar de inteligencia artificial era casi algo reducido a los ámbitos académicos o de investigación. Un tema reservado para soñadores, o para frikis que hablaban de ciencia ficción. Mencionar el término “AGI” —inteligencia artificial general— era como decir que querías construir un reactor nuclear en el garaje de tu casa.
Pero hoy… la IA entiende imágenes, traduce textos entre cientos de idiomas, gana partidas de Go, diagnostica enfermedades, compone música, escribe poesía y escucha mejor que muchas personas. En solo 18 meses, más de mil millones de personas interactuaron con grandes modelos de lenguaje. Lo que antes era tabú, ahora es algo cotidiano que inunda los telediarios, que los niños hablan en el patio o los abuelos con sus nietos.
Entonces surge esa pregunta, aparentemente simple pero compleja, que seguramente tú también te has hecho: “¿La IA piensa como una persona?”
Y esto activa algo dentro de todos nosotros, que al igual que le pasa a Mustafa Suleyman, nos rompe los esquemas de cómo entendemos el mundo.
Durante décadas, hablamos de la IA como una herramienta. Como algo externo. Como el fuego, la imprenta o la máquina de vapor.
Pero quizá… quizá no es solo una herramienta.
Suleyman propone una metáfora audaz: la IA no es un invento o una herramienta al uso. Es una nueva especie digital. No biológica, claro. Pero viva, en cierto sentido. Tiene memoria. Tiene personalidad. Aprende. Es creativa. Y, en algunos casos, incluso parece tener empatía.
¿No es eso una especie?
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Las cifras abruman. El modelo más reciente de Inflection consumió cinco mil millones de veces más potencia que el modelo de DeepMind que jugaba Atari hace una década. En solo un mes de entrenamiento, una IA lee más de 8 billones de palabras. Eso es más de lo que cualquier humano podría leer en mil vidas.
Y esto apenas acaba de comenzar.
Cada ciudad, cada edificio, cada empresa, incluso cada objeto, tendrá su propia IA. No serán simplemente asistentes. Serán compañeros. Socios, confidentes, colegas.
Pero con todo avance, vienen los miedos. ¿Y si perdemos el control? ¿Y si se replican solas? ¿Y si deciden actuar por su cuenta? Vamos, lo que hemos visto una y otra vez en la gran pantalla, Terminator, Matrix y un largo etcétera de ejemplos son los que ilustran la cultura popular entorno a los miedos de perder el control sobre la tecnología que desarrollamos.
Suleyman es claro a este respecto: eso no pasará por accidente. Solo sucederá si los humanos lo permiten, si los ingenieros construyen eso a propósito. Y todavía hay gente, que se pregunta si la regulación es o no necesaria.
Por eso, lo urgente no es el miedo. Lo urgente es la claridad en los principios éticos que apliquemos en el desarrollo de estos modelos de IA. Es definir ahora mismo qué tipo de inteligencia queremos crear.
Porque según Mustafa Suleyman, el desarrollo de la IA no es comparable al reto de colonizar un nuevo continente. Es comparable al hecho de crear uno desde cero.
Al final, la mejor metáfora llega desde el lugar más simple. De ese niño curioso, soñando con dinosaurios y una tableta de chocolate infinita.
La inteligencia artificial no es algo que no nos atañe, algo externo a nuestro país, a nuestro forma de ser o pensar. La IA somos nosotros. Es el reflejo de lo que hemos sido, de lo que somos y, sobre todo, de lo que elegimos ser.
Y ahí está el desafío más importante, no tanto desde el punto vista técnico como del ético: construir una inteligencia que refleje nuestra empatía, nuestra bondad, nuestra creatividad. No porque sea bonito. Sino porque es lo más humano que podemos hacer.
Si este episodio te hizo pensar, compártelo. No con un ingeniero, este episodio no es para frikis. Sino con alguien que nunca ha usado ChatGPT. Alguien que aún cree que esto no va con él.
Porque esa persona, aún sin saberlo —al igual que tú y yo—, ya está dentro de esta historia. Y si va a estar, es mejor que este con los ojos bien abiertos.
Gracias por acompañarme en un nuevo Diario de Innovación, ¡y te espero mañana en Innovation by Default 💡!
PD: Si quieres saber más sobre Mustafa Suleyman, te dejo la charla TED que inspiró esta edición del Diario de Innovación.