11 de noviembre de 2015. Medianoche en China.
En menos de 10 minutos, los consumidores ya habían comprado mil millones de dólares en productos… Solo en una plataforma: Alibaba.
Esa noche, Jack Ma no estaba frente a una pantalla. Estaba en su oficina de Hangzhou, caminando en círculos. No preocupado por los números, sino por algo más profundo. Una pregunta que no dejaba de rondar por su cabeza durante meses: ¿Estábamos cumpliendo nuestra misión?
Hoy en el Diario de Innovación, hablaremos sobre Alibaba (2016) el libro de Duncan Clark. Donde narra el astronómico ascenso a la supremacía mundial del comercio minorista de Jack Ma y su empresa en línea, Alibaba.
Desde sus humildes comienzos como maestro de escuela, Jack Ma demostró ser un empresario visionario muy adelantado a su tiempo. Esta es la historia de un hombre que vio el potencial de Internet cuando todos los demás aún se rascaban la cabeza con el correo electrónico, y aunque se topó con un problema tras otro, nunca perdió su impulso de ser mejor que los demás.
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Años atrás, Jack tuvo un momento de revelación. No ocurrió en un gran despacho ni en una sala de juntas, sino en algo tan simple como observar a su colega —un veterano maestro de inglés— marcharse a casa en bicicleta, con un cesto lleno de verduras baratas. Fue entonces cuando comprendió, con una claridad inquietante: “Si sigo por este camino, ese también será mi futuro.” Esa imagen no lo abandonó. Se convirtió en una chispa. En la decisión silenciosa pero irrevocable de que su vida necesitaba un giro radical.
Hago un paréntesis en la historia de Jack: me fascina cómo esos momentos de revelación, casi proféticos, se repiten una y otra vez en las historias de éxito y superación de personas adineradas. No basta con tener dinero: se necesita también épica y reconocimiento de los demás. Pero sigamos con la historia de Jack Ma.
Años después, sentado en una cafetería de San Francisco, esa transformación empezaba a tomar forma. Jack, inmerso en sus pensamientos, le preguntó a la camarera:
—“¿Conoces la historia de Alí Babá?”
—“Claro. ¡Ábrete Sésamo!” —respondió ella, sonriendo.
Jack también sonrió. Ese era el nombre. Ese era el código.
No era solo un nombre con reconocimiento global. Era una metáfora: abrir puertas, acceder a un mundo oculto de oportunidades. El dominio ya tenía dueño —un canadiense que pedía 4.000 dólares— y aunque en aquella época enviar dinero por internet era arriesgado, Jack confió. Y no se equivocó. Alibaba.com ya era suyo.
Desde el principio, su visión fue clara, y su filosofía, inusual. Estableció una jerarquía simple pero revolucionaria: clientes primero, empleados segundo, accionistas al final. A los pequeños comerciantes que vendían en su plataforma los llamaba “camarones”. No era un apodo despectivo, al contrario: eran humildes, invisibles muchas veces, pero capaces de moverse en conjunto con una fuerza imparable. Para Jack, ellos eran el alma del proyecto. Y Alibaba debía ser su océano.
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Cuando explotó la burbuja punto com en el año 2000, muchas empresas tecnológicas desaparecieron de la noche a la mañana. El pánico se extendía por Silicon Valley, los inversores huían, y el Nasdaq se desplomaba. Pero Jack Ma… sonrió.
Mientras otros recortaban gastos y despedían empleados, él contrataba. Mientras muchos cerraban oficinas, él planeaba el siguiente paso. Sabía que si Alibaba lograba sobrevivir a ese invierno, florecería con fuerza en la primavera que vendría después. Y así fue.
Ese mismo espíritu audaz se manifestó con claridad en 2003, cuando eBay decidió conquistar el mercado chino. La estrategia era agresiva: compraron una empresa local y lanzaron su propia plataforma. Pero Jack ya estaba un paso adelante. En silencio, sin anunciarlo públicamente, Alibaba lanzó Taobao, una plataforma hecha a la medida del consumidor chino.
Mientras eBay ofrecía una experiencia ordenada, sobria y funcional —como una tienda por departamentos occidental— Taobao era todo lo contrario: un bazar digital lleno de color, ruido, regateo en tiempo real, interacción directa con los vendedores. Replicaba el caos alegre de los mercados tradicionales de China. En pocos meses, los usuarios empezaron a migrar. eBay nunca entendió que, en ese terreno, lo cultural era tan importante como lo tecnológico.
Resultado: fueron derrotados en su propio juego.
Pero Jack no solo pensaba en clientes. Para él, los empleados eran igual de importantes. Y no lo decía solo con palabras. Lo demostraba con hechos. Decidió construir algo más que oficinas: creó un campus de 2.6 millones de pies cuadrados en Hangzhou, diseñado para el bienestar total de su gente. Gimnasios, cafés, comida orgánica, un lago artificial, bicicletas gratuitas para moverse por el recinto… incluso préstamos sin intereses para quienes necesitaban comprar un coche o una casa.
Porque si quería compromiso total de su equipo, debía ofrecer también confianza total. Y eso, para Jack, no era negociable.
En resumen, Jack Ma pasó de ser un maestro de inglés sin experiencia en tecnología a fundar una empresa que redefine el comercio en una de las economías más grandes del mundo.
¿La clave?
Visión clara.
Filosofía centrada en las personas.
Valentía para nadar contra la corriente.
Y un nombre que aún hoy evoca magia: Alibaba.
Jack Ma no construyó solo una empresa. Fue capaz de desarrollar una idea poderosa:
Que incluso en el lugar más improbable, incluso sin dinero ni contactos…
Con imaginación, convicción y humanidad, puedes abrir cualquier cueva.
Solo necesitas la contraseña correcta.
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