¿Alguna vez sentiste que tomaste una decisión sin sentido?
Te esforzaste. Hiciste todo bien. Pero algo, algo, salió mal.
Eso que salió mal, a veces, no es un error… es ruido.
El ruido es la variabilidad aleatoria en el juicio humano. No es sesgo. No es maldad. Es simplemente que… somos humanos.
Y lo peor del ruido es que no lo vemos. Porque no encaja en una buena historia.
No tiene causa. No tiene narrativa. No tiene culpable.
Un juez que da 5 años por el mismo delito que otro castiga con 15. Un médico que ve algo en una radiografía que otro no ve. Un gerente que descarta un CV brillante sin saber por qué.
El ruido está en todas partes.
Pero hay solución, acompáñame en este Diario de Innovación, para desentramar las ideas más relevante del libro Ruido de de Daniel Kahneman, Olivier Sibony y Cass R. Sunstein.
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Cuando pensamos en errores de juicio, solemos culpar a los sesgos. Ya sabes que Kahneman se hizo famoso gracias a ellos. Vaya, otros sesgo en esta afirmación, el de disponibilidad.
Es decir, esos errores sistemáticos como el racismo, el favoritismo o los prejuicios personales que, de una forma u otra, distorsionan nuestras decisiones. Pero hay otro enemigo, más silencioso, más escurridizo: el ruido. Una variabilidad aleatoria que se cuela en el juicio humano sin que nos demos cuenta.
Imagina que intentas detener un cronómetro exactamente a los 10 segundos sin mirar. Lo inicias, cuentas mentalmente, y lo detienes. A veces te pasas, otras veces te quedas corto. No hay patrón, no hay causa aparente. Solo una dispersión de errores, una inconsistencia sin lógica clara. Así es el ruido. Y aunque parezca inofensivo en este pequeño experimento, en la vida real puede tener consecuencias serias, incluso trágicas.
Para entender mejor la diferencia entre sesgo y ruido, piensa en una galería de tiro. Tú disparas, y tus balas van por todos lados. Eso es ruido: errores sin dirección, dispersos. Tu amigo, en cambio, dispara y todas las balas se agrupan en una esquina, abajo a la izquierda. Sus errores son sistemáticos, previsibles: eso es sesgo. Ambos fallan, sí, pero de formas muy distintas. Lo complicado del ruido es que no se deja atrapar con facilidad. Mientras el sesgo se repite, el ruido se esconde en su imprevisibilidad. Es más difícil de detectar, más difícil de corregir.
Y ese ruido no se queda en el campo de tiro. Está en los tribunales, por ejemplo. Dos jueces, en la misma ciudad, aplicando las mismas leyes a casos similares, pueden llegar a decisiones completamente opuestas. Uno otorga asilo el 5% de las veces. El otro, el 88%. Lo que cambia no es la ley. Es la persona. El estado de ánimo del juez, si desayunó o no, si su equipo ganó el partido del domingo, si afuera hace sol o llueve.
Pero no solo ocurre en la justicia. Pasa en hospitales, donde dos médicos pueden dar diagnósticos distintos ante la misma radiografía. En bancos, donde un cliente obtiene un préstamo y otro no, con historiales financieros idénticos. En empresas, donde un currículum es rechazado por un reclutador y celebrado por otro. Cada vez que interviene un juicio humano, el ruido encuentra un resquicio para colarse. Y lo hace sin pedir permiso, sin avisar.
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Hay algo que vuelve al ruido aún más escurridizo: no tiene historia. El sesgo, en cambio, sí. Podemos decir: “Ese juez tiene prejuicios.” Tiene un culpable, una causa identificable. El sesgo se puede contar. Pero el ruido… el ruido es distinto. No tiene villano. No hay motivación, ni intención, ni explicación clara. Y eso, para una mente como la nuestra acostumbrada a encontrar sentido en todo, es profundamente incómodo.
Porque nos encanta construir narrativas. Decimos cosas como: “El candidato fue brillante, su energía era magnética.” Pero quizás el evaluador, ese día, simplemente no durmió bien. O discutió con su pareja. O tenía hambre. Y lo que parecía una evaluación racional fue, en realidad, el resultado de una combinación de factores aleatorios. Una mochila invisible llena de interferencias.
Pero no todo está perdido. Hay formas de combatir el ruido. Y aquí empieza la parte buena de esta historia.
La primera estrategia es simple, pero poderosa: promediar juicios independientes. Francis Galton lo descubrió casi por accidente, al observar cómo un grupo de 800 personas, sin experiencia, adivinaba el peso de un buey en una feria. Nadie acertó individualmente, pero cuando calculó la media de todas las respuestas, el resultado fue sorprendentemente preciso. El ruido individual se canceló a sí mismo.
La segunda forma es hacer visible lo invisible: realizar auditorías de ruido. Si tienes cinco gerentes evaluando el mismo currículum y obtienes cinco respuestas distintas, tienes un problema. Medir esa variabilidad es el primer paso para reducirla. Y lo mismo aplica en seguros, justicia, medicina o selección de personal.
Donde haya juicio humano, puede haber ruido. Y si puedes medirlo, puedes intervenir.
La tercera herramienta es lo que Kahneman llama “higiene del juicio”. Como lavarse las manos antes de una cirugía, pero aplicado a las decisiones. Es detenerse, tomar perspectiva, mirar el caso desde afuera, usar estadísticas, dividir decisiones complejas en partes manejables. Y, sobre todo, resistir la tentación de tomar decisiones guiadas solo por lo que genera bienestar inmediato. Porque lo que parece que está bien, muchas veces, no es lo correcto.
Pero reducir el ruido no es solo una cuestión de técnica. También es una cuestión de voluntad. En los años 80, en Estados Unidos, se impusieron directrices estrictas para las sentencias penales. Se establecieron rangos definidos, basados en el tipo de delito y los antecedentes del acusado. Como resultado, el ruido en las sentencias bajó drásticamente.
Sin embargo, no duró. ¿Por qué? Porque los jueces no estaban de acuerdo con la idea central: que su función no es expresar su visión personal de la justicia, sino buscar precisión, consistencia. El cambio no caló, y cuando la ley fue derogada, el ruido volvió. Como siempre vuelve si no hay compromiso.
Reducir el ruido no es glamuroso. No da titulares, no emociona. Pero es esencial. Porque detrás de cada decisión ruidosa puede haber una vida alterada, una injusticia, una pérdida. Y eso sí que es una historia que vale la pena no dejar de contar.
Hoy hemos visto que el ruido está en todas partes. En nuestras decisiones diarias, en cómo contratamos, diagnosticamos, juzgamos, premiamos. Nos cuesta verlo, pero pagamos un alto precio por ignorarlo.
Si quieres que el ruido no nuble tu juicio, ni afecte en tus decisiones:
Promedia múltiples opiniones independientes.
Haz auditorías de ruido.
Aplica higiene del juicio.
Porque, si no lo hacemos, el precio es alto: injusticia, desigualdad, errores que cuestan vidas.
El mundo no será perfecto. Pero puede ser menos ruidoso. Y tú puedes empezar hoy.
Haz la pregunta. Escucha más voces. Decide mejor.
Así que, antes de decidir, antes de juzgar, pregúntate: ¿Qué parte de esto es cierto, y qué parte es ruido?
Gracias por acompañarme en un nuevo Diario de Innovación, ¡y te espero mañana en Innovation by Default 💡!