“Se cazan más moscas con miel que con vinagre.”
¿Te suena familiar esta frase? Probablemente la hayas oído en casa, de un abuelo sabio o una madre paciente. Pero, ¿te habías parado a pensar que esta idea también puede explicar cómo se mueve el mundo?
Hoy vamos a hablar del Poder Blando, un libro de 2004 que ha sido durante mucho tiempo esencial para cualquier persona interesada en comprender cómo las naciones pueden influir en otras.
Y no, el título del libro no elude a una técnica de negociación ni una forma de manipulación encubierta. Es, en palabras del politólogo Joseph S. Nye Jr., la capacidad de influir sin recurrir a la fuerza. Una forma de seducción, de persuasión, de atracción…
Una forma de gobernar el mundo sin disparar una sola bala.
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Para empezar la edición de hoy, viajemos en el tiempo, para encontrarnos una Europa en ruinas allá por el año 1947.
La Segunda Guerra Mundial ha terminado y el continente entero está devastado. En ese escenario desolador, entra en escena Estados Unidos, no con tanques ni soldados, sino con algo mucho más poderoso: el Plan Marshall.
Miles de millones de dólares invertidos en reconstrucción. No se impone, no se exige. Se ofrece.
Y el resultado como puedes imaginar es inmediato: buena voluntad, alianzas duraderas y una imagen de Estados Unidos como protector y aliado.
Esto es lo que Joseph S. Nye Jr., da en llamar el poder blando. Y desde entonces, ha demostrado ser una herramienta silenciosa pero profundamente eficaz para influir en el rumbo del mundo.
Décadas más tarde, mientras la Guerra Fría divide al planeta, ese poder blando se cuela por rendijas insospechadas. El rock and roll suena en radios clandestinas detrás del Telón de Acero. Películas de Hollywood, chocolatinas Hershey’s, jeans Levi’s. Imágenes y narrativas aparentemente triviales que llevaban consigo un mensaje: “Así se vive al otro lado del telón.”
Sin que nadie dispare un arma, el mundo empieza a admirar los valores que transmite la cultura estadounidense: libertad, individualismo, creatividad. Y lo hace no porque se le obligue, sino porque se siente atraído.
Pero el poder blando es también frágil. Basta una mala decisión para que se derrumbe.
Hoy estoy algo refranero, lo sé, pero es que: “La confianza es como un espejo, una vez que se rompe, es muy difícil de reparar”. Y eso es lo que pasó durante la guerra de Irak, en 2003, marca un punto de inflexión en esa política de poder blando. Estados Unidos actúa sin consenso, sin aliados, sin justificación clara actuó. Y el poder duro volvió a imponerse.
En ese momento, el resto del mundo observaba con atención y comenzaba a desencantarse ante el cambio de postura del adalid de la paz en el mundo.
Esa imagen cuidadosamente construida durante décadas, la del país de las libertades, se vió empañada por la arrogancia y la imposición.
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Pero Estados Unidos no es el único en este juego de influencias globales. Otras naciones también han sabido desplegar su poder blando de formas tan sutiles a la vez que efectivas.
Europa, por ejemplo, proyecta una imagen de paz, compromiso y sofisticación cultural a través de su arte, literatura, gastronomía y su enfoque multilateral para abordar los grandes problemas del mundo.
Japón, con su mezcla de cultura pop vibrante y artes tradicionales refinadas, ha seducido a generaciones enteras.
Y Noruega, a pesar de contar con solo cinco millones de habitantes y carecer de un idioma o exportaciones culturales dominantes, se ha convertido en un símbolo global de mediación y diplomacia. Siempre presente cuando se necesita tender puentes, actuar como intermediario o construir consensos duraderos.
Al otro lado del mapa, China e India también emergen con economías pujantes y un potencial cultural inmenso. Pero ambas enfrentan un dilema: su poder blando se ve limitado por tensiones internas, conflictos sociales y restricciones a la libertad que impiden que el mensaje que proyectan al mundo sea completamente coherente o inspirador.
Es curioso ver como después de más de veinte años, las posiciones e imagen que proyectan cada una de estas naciones, poco a cambiado en cuanto a su reflejo internacional.
En este escenario, donde múltiples actores compiten por ganarse el corazón y la mente del planeta, emerge una paradoja que ha definido nuestra época.
Hoy, la información es poder, al igual que lo ha sido seguramente durante los últimos siglos. Pero en un mundo saturado de datos, noticias, propaganda y ruido, la información sin credibilidad pierde su valor.
Cuanto más acceso tenemos a la información, curiosamente menos confiamos.
Y según Joseph S. Nye Jr. es justamente en ese desorden donde se vuelve indispensable una nueva forma de diplomacia: más humana, más cercana, más auténtica.
Una diplomacia que no solo comunica, sino que escucha.
Que no sólo persuade, sino que construye relaciones reales y duraderas.
Que entiende que no basta con imponer verdades, sino que hay que crear espacios de diálogo, intercambio y conexión emocional.
Ante este dilema, Joseph Nye, nos da su visión sobre cómo debería ser la diplomacia. Y para no olvidar los clichés, sigamos tirando de refranero, como ya dijo Aristóteles: En el punto medio está la virtud.
Joseph Nye expresó una de esas ideas tan evidentes que, al oírlas, uno se pregunta: «¿Por qué no se me ocurrió antes?». Pero solo cuando alguien las formula con claridad, cobran sentido.
No basta con poder duro. No basta con poder blando. Hay que combinarlos. Eso es lo que él llama poder inteligente.
Saber cuándo usar la fuerza, pero también cuándo utilizar la cultura, la educación, la empatía.
Saber que una película puede cambiar más que una ley, que una canción puede cruzar fronteras que los tratados no alcanzan, y que una historia bien contada puede transformar el mundo.
El poder inteligente no es únicamente una estrategia reservada a diplomáticos o dirigentes gubernamentales; también puede aplicarse en otros ámbitos.
También lo es para líderes, empresas, padres, educadores, incluso para ti y para mí.
Porque, al final del día, todos estamos tratando de influir.
Y quizá, solo quizá… la miel sigue siendo más poderosa que el vinagre.
Y es que quizá ya esté todo inventado. Porque esta misma idea ya la abrazó la cultura popular en la película de Disney Mary Poppins, con aquella famosa canción que decía: «Con un poco de azúcar, esa píldora que os dan pasará mejor».
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