Hubo un tiempo en que trabajar los domingos era lo normal. En que los niños pasaban más horas en fábricas que en las escuelas. En que el concepto de “vacaciones pagadas” sonaba a fantasía. Y, sin embargo, todo eso cambió.
Porque los sistemas cambian. Porque lo que parecía eterno… no lo es.
Hoy estamos viviendo uno de esos momentos.
Un cambio de época.
No es solo una crisis de empleos o una moda pasajera.
Es un cambio de paradigma.
El trabajo como lo conocíamos —la oficina, el jefe, la rutina de nueve a cinco— está dando paso a algo nuevo: Un mundo más líquido, más descentralizado, más personal.
Vivimos en una economía donde cada vez más personas son freelancers, nómadas digitales, creadores independientes o emprendedores. Donde el teletrabajo ya no es una excepción, sino parte de la nueva normalidad.
Donde la jornada laboral de 4 días empieza a dejar de ser una utopía para convertirse en política pública en varios países y empresas.
Y donde las fronteras físicas han dejado de importar, porque trabajas con alguien en la India igual que con alguien que vive en tu misma ciudad. Vivimos en una aldea global, interconectada, dinámica y en constante reinvención.
Seguramente tú, o alguien que conoces, se habrá enfrentado a esta situación:
“Durante años seguí el camino que me prometieron: estudia, saca buenas notas, consigue un título… y tendrás un buen trabajo.”
Pero ahí estaba yo, al igual que muchos. Con el diploma en la mano, y sin trabajo a la vista. Ese fue mi momento aha, en el que replantearme si todo era tal y como me lo habían contado. Ese instante en que entendí que algo no encajaba. Que no era un fallo mío… sino del sistema.
Hoy repasamos alguna de estas premisas que se recogen en el libro: The End of Jobs de Taylor Pearson.
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Desde hace siglos, la humanidad ha vivido bajo sistemas económicos que parecían inamovibles… hasta que dejaron de serlo. En el siglo XIV, el límite era la tierra. Quien la poseía, tenía el poder. Luego vino el capital, que desplazó a los monarcas y terratenientes. Más tarde, el conocimiento se convirtió en el nuevo motor, dando lugar a imperios como el de las grandes tecnológicas: IBM, HP, Microsoft y sus seguidores como Google, AWS u OpenAI.
Pero hoy, ese sistema también ha tocado techo. Ya no basta con saber. Ya no es suficiente tener un título, dominar una materia, acumular credenciales. Ahora, el nuevo límite es la creatividad.
Durante décadas, bastaba con estudiar y conseguir un título universitario para garantizar cierta seguridad financiera. Los baby boomers vivieron esa realidad. Obtén un diploma y tendrás un buen trabajo. Así funcionaba el mundo. Pero ese mundo ya no existe.
Hoy, más de la mitad de los graduados están desempleados o trabajan en puestos que no requieren la formación que han adquirido. El título sigue colgado en la pared, pero su promesa se ha desvanecido. La economía ha cambiado, y también las reglas del juego.
Hace años hablar un idioma o saber programar eran unas de esas capacidades que abrían de par en par las puertas del mercado laboral.
Ahora el problema es que la competencia ya no es local, ni siquiera nacional. Es global. ¿Sabías que un diseñador web en Filipinas puede ganar menos de 1.400 dólares al año haciendo exactamente el mismo trabajo que alguien en Nueva York? Con herramientas como Zoom o Google Docs, el mundo se ha vuelto una aldea global. Ya no compites con quien vive en tu ciudad, sino con alguien que está a 12.000 kilómetros.
Y no sólo eso. La mala noticia es que hemos empezado a competir contra las máquinas. Y por desgracia, no podemos competir de tú a tú. Ellas no se cansan. No duermen. No piden aumentos. Y cada vez hacen más tareas que antes eran exclusivamente humanas.
Pero espera, no pierdas la esperanza: aquí es cuando la historia se vuelve interesante.
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Imagina un pavo. Cada día le dan de comer. Todo parece estable. Seguro. No hay señales de peligro. Solo rutina. Comida a la misma hora, todo bajo control. Hasta que llega el Día de Acción de Gracias. Y entonces, todo cambia.
Esa es la trampa del trabajo fijo: parece seguro… hasta que no lo es. Y cuando ese sueldo desaparece de un día para otro, te das cuenta de que nunca tuviste el control. En cambio, el emprendedor convive con el riesgo visible. Lo ve, lo estudia, lo enfrenta. Y eso le da lo que al empleado le falta: control, adaptabilidad, crecimiento.
Es como jugar al póker. No se trata de ganar cada mano, sino de tomar decisiones que, en el largo plazo, te den ventaja. Aprendes a evaluar el valor esperado, a calcular riesgos, a pensar como alguien que está construyendo, no solo sobreviviendo.
Pero como decíamos al principio construir hoy nunca ha sido tan fácil, este es un de los mantras de Naval Ravikan. Puedes vender productos desde casa, acceder a software de primer nivel por 9 dólares al mes, contratar talento en cualquier rincón del planeta, eso sin incluir en la ecuación los super poderes de la IA Generativa.
Hoy en día todos podemos llegar a ser una micromultinacional desde nuestro sofá. El mito del emprendedor como un genio solitario con millones en el banco… ha muerto. Hoy, cualquier persona con curiosidad, conexión a internet y una idea clara puede empezar. Y puede hacerlo con herramientas que hace una década eran impensables.
Pero lo más transformador de esta reflexión no es la facilidad para desarrollar destrezas técnicas como el desarrollo o la programación. Es el cambio interno que esto produce en cada uno de nosotros. Porque, al final, lo que de verdad nos mueve no es el dinero. Es el significado.
Taylor Pearson habla en su libro sobre un experimento en la India que demostró: cuanto mayor era el incentivo económico, peor era el rendimiento. ¿Por qué? Porque enfrentarse a tareas complejas y creativas requiere algo más que una recompensa externa. Necesitamos sentir que lo que hacemos tiene sentido.
Por eso Mark Zuckerberg no vendió Facebook cuando Yahoo le ofreció mil millones de dólares. Porque lo que estaba construyendo lo llenaba. No era solo un negocio. Era una misión. Una visión. Y eso valía más que cualquier cheque. Aunque para muchos podría habernos ahorrado su visión de un mundo mejor.
Entonces, ¿cómo se empieza? ¿Cómo se salta de la teoría a la acción sin tirarse al vacío?
La respuesta está en un camino más sensato, más gradual, lo que Rob Walling llama: el método del escalón.
Rob Walling, ha montado seis empresas, escrito 5 libros sobre emprendimiento e invertido en cientos de start-ups, Él tomo su experiencia para desarrollar un método práctico para emprendedores, conocido como el método del escalón.
El primer paso consiste en crear y lanzar un solo producto, venderlo a un precio fijo y utilizar un único canal de venta. Al simplificar el proceso de esta forma, puedes aprender conceptos empresariales básicos sin la presión de competir en un entorno muy exigente. Esto incluye aprender a crear y comercializar un producto, establecer contactos y contratar y gestionar un pequeño equipo.
El siguiente paso es lanzar varios productos individuales que te generen ingresos suficientes como para dejar tu empleo actual, tal como hizo Walling antes de convertirse en consultor en desarrollo de software. En 2005, lanzó algunos productos y adquirió un software de facturación que aún estaba en desarrollo, aunque en ese momento solo le generaba unos pocos cientos de dólares al mes. En esta etapa, tu objetivo principal debe ser generar los ingresos necesarios para compensar el tiempo que dedicas a tu trabajo diario.
Este proceso también te permitirá adquirir experiencia empresarial, establecer una red de contactos emprendedores y contar con una base de colaboradores estable. Walling aprendió marketing por su cuenta, basándose simplemente en el posicionamiento en buscadores (SEO) que habían implementado los anteriores propietarios del software. Luego utilizó el capital obtenido a través de la consultoría, junto con sus conocimientos en SEO, para comprar y gestionar un sitio web de comercio electrónico dedicado a la venta de toallas de baño.
Y es que una vez que hayas lanzado varios productos y adquirido experiencia, es momento de escalar tu negocio. Por ejemplo, puedes crear productos más complejos o desarrollar un sitio web para afiliados.
Un aspecto clave que debes tener presente es que ningún curso universitario te convertirá en emprendedor. Mientras que antes la educación formal era el camino hacia la estabilidad financiera, hoy es la experiencia práctica la que te brinda las habilidades necesarias para encontrar sentido e ingresos en tu trabajo.
Y tal vez, eso sea lo más revolucionario de todo: descubrir que no necesitas esperar a que alguien te dé luz verde. El camino ya está abierto. Solo hace falta empezar a caminarlo.
Todo esto nos lleva a una conclusión inevitable: no estamos ante el fin del trabajo, sino ante el fin de una forma de trabajar.
El empleo de nueve a cinco, el de la oficina fija, el del sueldo estable y ascensos prometidos, fue una estructura útil en un momento histórico determinado. Pero ya no responde al mundo que vivimos hoy.
Hoy vivimos en una economía donde la creatividad es la nueva moneda, donde la autonomía es el nuevo lujo y donde el significado importa más que el estatus. En esta nueva realidad, el emprendedor no es el que toma el camino más arriesgado, sino el que aprende a convivir con la incertidumbre… y a crecer dentro de ella.
La buena noticia es que no tienes que saltar sin red. No tienes que tener todo resuelto. Solo tienes que estar dispuesto a mirar el sistema de frente y decir: esto ya no me sirve… voy a construir algo propio.
Quizá eso sea lo más poderoso de todo este cambio. No es solo una transformación económica. Es una transformación personal. Pasamos de ser piezas en una máquina a ser autores de nuestra historia.
Y como todo buen autor, no necesitas un guión escrito por otros. Solo necesitas un primer párrafo. Un primer paso.
Gracias por escuchar.
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Porque el futuro ya no es un sitio al que llegas.
Es algo que se construye.
Paso a paso. Escalón a escalón.
Gracias por acompañarme en un nuevo Diario de Innovación, ¡y te espero mañana en Innovation by Default 💡!