Hay personas que corren para competir. Otras corren para mantenerse en forma.
Haruki Murakami corre… para escribir.
Y escribe… para seguir corriendo.
Cuando un verano hace ya unos cuantos años leí su famoso libro, De qué hablo cuando hablo de correr, me sentí tremendamente reflejado.
Hoy el día después de correr 42km por las calles de Madrid, creo que no hay mejor tema para la edición de este Diario de Innovación.
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Hoy hablaremos del diario de un hombre que nunca soñó con ser novelista.
Un hombre que, en realidad, era dueño de un pequeño bar de jazz en Tokio.
Hasta que un día, en 1978, sentado en las gradas de un estadio de béisbol, pensó:
“Podría escribir una novela.”
Y así, como quien decide probar suerte en una carrera sin línea de meta clara, empezó a escribir.
Y también… empezó a correr.
Desde entonces, Murakami ha corrido más de 23 maratones, incluido un ultra de 100 kilómetros.
No por los trofeos. No por las marcas.
Sino porque, como él mismo dice, correr le permite llegar a un lugar especial: el vacío.
No sé si tú corres o no, pero yo te puedo decir que muchas veces siento lo mismo, para mi es una terapia. Me permite soltar, encontrarme, liberarme, y muchos más sentimientos y sensaciones que algo tan sencillo y tan barato provocan en mí.
Correr para Murakami es la vía de llegar a ese estado meditativo en el que las preocupaciones desaparecen, el cuerpo se funde con el ritmo…y solo queda el momento.
Murakami no empezó ni a correr ni a escribir hasta los treinta.
Fumaba 60 cigarrillos al día. Dormía poco.
Vivía de noche, como el jazz que sonaba en su bar.
Pero decidió cambiar.
Se mudó al campo con su esposa.
Dejó el tabaco. Comenzó a acostarse temprano.
Y cada mañana… salía a correr.
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Correr, como escribir, requiere disciplina y resistencia.
Y él lo entendió cuando sus piernas fallaron en el kilómetro 30 de una maratón invernal.
O cuando cruzó, exhausto, la ruta original de Maratón a Atenas, bajo el sol de Grecia.
O cuando, tras completar el ultra en Hokkaido, cayó en una nube de apatía, conocidas en el mundillo de los corredores como el Runner’s blues. Ese momento de la vida en que un deportista debe admitir que sus mejores marcas ya pasaron y que sólo queda disfrutar.
Pero cada carrera, cada línea escrita, reforzaba una lección: el talento es importante, sí, pero sin foco y resistencia, no se llega lejos. Creo que esto es aplicable a cualquier aspecto de la vida, ya sea personal o profesional.
Pero todos siempre nos preparamos para sacar el máximo de nosotros mismos, pero hay veces que no pueden ser. Murakami comentaba que el día del maratón de Nueva York, él esperaba la gloria.
Sin embargo lo que obtuvo fue algo más modesto: una carrera “normal”.
¿Y qué hizo?
Corrió otra.
Y otra más.
Porque hay cosas que no se hacen por medallas.
Se hacen porque se vuelven parte de ti.
Como los patos salvajes que siempre migran al mismo lugar.
Como el salmón que remonta el río.
Como Murakami que corre. Porque es lo que hace.
Y así como la carrera no siempre tiene un gran final, a veces, solo hay que seguir adelante.
Pasito a paso. Página a página.
Sin más recompensa que la certeza de estar viviendo fiel a uno mismo.
Murakami mira al espejo y aún ve defectos.
Pero sabe que, debajo de todo eso, hay algo más profundo…
Una capacidad latente.
Una voluntad de avanzar.
Y al final, eso es lo que importa.
Correr.
Escribir.
Seguir.
Siempre seguir.
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