La llegada de Internet, y más tarde de las empresas conocidas como “over the top,” las OTT, no solo transformó el entretenimiento y la comunicación; cambió las reglas del juego. De un día para otro, los pilares que sostenían a los medios tradicionales —la radio, los periódicos, la televisión— se tambalearon. Y no solo tambalearon, en muchos casos, se resquebrajaron por completo.
Piensa en cómo era antes: la publicidad… los anunciantes se acercaban a los grandes medios buscando acceso a una audiencia cautiva, bien segmentada y confiada. Era un modelo rentable, claro y controlado. Pero entonces llegaron los gigantes digitales —Facebook, Google, Netflix— y lo transformaron todo.
Hoy, esos mismos anunciantes ya no tienen que acudir a los medios tradicionales. Pueden anunciarse donde los datos y los algoritmos les aseguran que su público objetivo está justo ahí, listo para recibir sus anuncios. Un modelo de publicidad directa y personalizada que hace pocos años era ciencia ficción.
Este cambio fue devastador para los medios tradicionales. Con la publicidad migrando a las plataformas digitales, sus ingresos publicitarios comenzaron a disminuir a un ritmo vertiginoso. Y el resultado fue claro: el modelo de negocio de estos medios se volvió insostenible.
Pero eso no es todo. El negocio de la información también cambió. Antes, los medios tradicionales decidían qué noticias eran relevantes, seleccionaban los temas, analizaban los hechos y ofrecían un panorama general, para todos. Pero hoy… los algoritmos se encargan de decidir qué vemos y qué leemos. No seleccionan lo más importante, sino lo que es más probable que “enganche” a cada usuario.
Eso significa que cada uno de nosotros recibe una versión diferente de la realidad. Las noticias, esos temas universales que antes nos conectaban a todos, ahora se personalizan como si fueran productos de consumo. Estamos viendo solo lo que los algoritmos creen que queremos ver. Y cuando uno se ve expuesto solo a lo que ya le interesa, la información pierde su función de confrontar, de abrirnos los ojos a nuevas ideas y perspectivas.
Por eso creo que es crucial reconocer la importancia de los creadores independientes. Me refiero a aquellos que hoy apuestan por otros formatos: newsletters, video blogs, podcasts. Son ellos quienes pueden producir contenido libre de las presiones y los intereses comerciales de los gigantes digitales. Ellos son quienes pueden dar voz a ideas únicas, ofrecer puntos de vista distintos y mantener una conversación genuina, lejos de la maquinaria de los algoritmos.
Pero hoy, llegar a una audiencia también se ha vuelto más difícil para estos creadores. Lograr visibilidad en medio de un sistema dominado por algoritmos es cada vez más complicado. Estos algoritmos, al fin y al cabo, favorecen el contenido que maximiza el tiempo de visualización o la interacción. ¿Y qué pasa entonces con los creadores independientes que no pueden invertir en campañas de promoción o no tienen el respaldo de grandes marcas? Sus voces se ven opacadas.
Aun así, sigo siendo un firme defensor de la importancia de estos creadores. Son ellos los que, en muchos casos, mantienen la autenticidad. Son los que exploran temas que otros pasan por alto. Nos ofrecen la oportunidad de escuchar opiniones alternativas y nos presentan perspectivas más ricas, más frescas.
Los creadores independientes son vitales. Representan el último refugio de la diversidad en el ecosistema digital. Cuando las plataformas se vuelven burbujas de contenido homogéneo, ellos son quienes pueden recordarnos que existen otras maneras de ver el mundo, de pensar, de vivir. Son ellos quienes, sin filtro, sin limitaciones, pueden hablar con nosotros de forma directa, sin intermediarios, sin algoritmos de por medio.
La clave, entonces, es encontrar formas de apoyar y dar visibilidad a estos creadores. Porque aunque Internet haya cambiado las reglas, siempre tenemos la opción de elegir lo que queremos escuchar.
Así que, a la próxima que estés en Internet, detente un momento. Piensa en qué buscas, en quién eliges escuchar, en qué creadores estás apoyando. Porque quizás lo que más necesitamos hoy en día son más voces auténticas y menos filtros.
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Sesgos e intereses tecnológicos
Hoy los invito a un viaje… un viaje hacia las profundidades de la Internet. Ese vasto océano de información que creemos conocer, pero que, en realidad, solo nos muestra una pequeña parte de su verdadero alcance. Un filtro invisible decide lo que vemos, lo que leemos, y, sí… lo que creemos.
Este fenómeno tiene un nombre… El Filtro Burbuja.
Fue el activista Eli Pariser quien nos alertó sobre este fenómeno en su libro, publicado en 2011. Pariser argumenta que no todos vivimos la misma realidad, al menos, no en Internet. Y lo curioso es que esa realidad fragmentada y personalizada que vemos cada día no la elegimos nosotros… sino los algoritmos.
Cuando buscas algo en Internet, o cuando haces clic en una noticia en redes sociales, un algoritmo en silencio toma nota. “A ti te gusta esto,” dice. “Voy a darte más de lo mismo.” Así, poco a poco, nos encerramos en una burbuja invisible, una burbuja que nos protege… o eso nos gusta pensar.
Pero, ¿protegernos de qué? ¿O será, más bien, una prisión? Una prisión que encierra nuestra visión del mundo, que nos impide ver más allá de lo que ya conocemos y en lo que ya creemos.
Imaginen… Dos personas buscan la misma noticia. Uno de ellos recibe una visión; el otro, otra completamente diferente. Todo porque los algoritmos han aprendido que a una de esas personas le interesa la tecnología y a la otra, la política. Ahora, ambos creen saber la verdad… pero, ¿qué tan cerca están de ella?
Es un juego sutil, un truco de magia digital que hace desaparecer ciertas ideas, ciertas voces, ciertos hechos, y nos muestra solo aquello que… supuestamente, necesitamos ver.
¿Alguna vez te has preguntado cuánto control tienes realmente sobre lo que consumes en Internet?
Eli Pariser, autor de The Filter Bubble, sabe de lo que habla. Activista y defensor de la transparencia digital, Pariser ha dedicado su carrera a estudiar el poder de las grandes plataformas tecnológicas y su efecto en nuestras mentes, en nuestras sociedades, y, sí, en nuestra democracia.
Si hoy nos alerta sobre este filtro burbuja, no es solo para mostrarnos el problema, sino para recordarnos que todos, tú, yo, cada uno de nosotros, tenemos el poder de romperlo.
¿Y cómo lo hacemos? Bueno, aquí van algunos pasos sencillos.
Primero, sal de tu zona de confort. Lee publicaciones y opiniones distintas a las tuyas. No es fácil, claro. Verás cosas que no te gustarán, pero cada una de esas ideas te acercará un poco más a una visión más completa del mundo.
Segundo, prueba navegadores privados o motores de búsqueda que no registren tu historial, como DuckDuckGo. Esto reduce la personalización y nos da una perspectiva un poco más neutral.
Tercero, cuestiona. No des nada por sentado. ¿De dónde viene esa noticia? ¿Quién la publicó? ¿Por qué podría interesarle a esa plataforma que tú la leas? Recuerda: en Internet, nada es completamente “gratis”.
En un mundo donde la información está al alcance de un clic, el verdadero reto no es solo encontrar respuestas, sino también encontrar las preguntas correctas. ¿Por qué veo esto? ¿Qué se me está ocultando?
Así que, la próxima vez que entres a Internet, piénsalo dos veces. No te quedes atrapado en la burbuja. Porque al final del día, entender el mundo en toda su complejidad no solo es un derecho… es una responsabilidad.
Internet, proveedores y los trileros del contenido
Vivimos en un mundo conectado. Un solo clic y accedemos a casi todo lo que podríamos imaginar: noticias, entretenimiento, ideas, conocimientos... Pero en esta vastedad, ¿cuántas veces nos hemos sentido abrumados?
Porque, vamos, es fácil perderse en un mar de información. ¿Sabías que cada día se crean 900,000 entradas de blog, se envían 50 millones de tweets y se registran 60 millones de actualizaciones en Facebook? Y eso es solo la superficie.
Para darnos una idea de lo que realmente significa este volumen, Eric Schmidt, el ex-CEO de Google, comparó los datos. Dijo que la cantidad de información generada en toda la historia de la humanidad, desde sus orígenes hasta el año 2003, equivalía a unos 5,000 millones de gigabytes. Pues bien, hoy generamos esa misma cantidad en tan solo dos días.
Este crecimiento masivo trajo algo inesperado: la necesidad de personalizar. Los filtros, los algoritmos, las recomendaciones... todo está diseñado para que Internet sea un lugar más manejable. Más cómodo, sí, pero... ¿realmente más libre?
Y aquí es donde la cosa se pone interesante.
Steve Ruble, un analista de medios, tiene un nombre para lo que muchos experimentamos cuando intentamos navegar sin rumbo en Internet: el colapso de la atención. Vamos de un correo electrónico a un video de YouTube, luego a una noticia, después a un mensaje en Instagram. Saltamos de aquí para allá, sin orden ni dirección. Y es por eso que los gigantes de Internet – Google, Facebook, Amazon – introdujeron filtros personalizados.
Ahora, pensemos en esto por un momento. Cuanta más personalización, más necesitan estas plataformas saber sobre nosotros. Datos. Datos que les permiten refinar lo que vemos y lo que creemos que nos interesa. Con cada clic, cada búsqueda, cada “me gusta”, alimentamos un sistema que sabe más sobre nosotros... y sobre lo que podríamos llegar a hacer o pensar.
Google, por ejemplo, almacena información después de cada búsqueda. ¿Qué sitios visitaste? ¿Qué enlaces te llamaron la atención? Si usas Gmail, ¿dónde estás? ¿Cuántos años tienes? Toda esta información ayuda a que sus algoritmos ofrezcan resultados cada vez más personalizados, pero también significa que saben mucho de nosotros.
De hecho, Google tiene unos 1,500 datos sobre el 96% de los hogares en Estados Unidos. Datos que incluyen detalles sobre nuestros intereses, nuestras amistades, nuestras familias. Y luego está Facebook, que rastrea cada “me gusta,” cada lugar que visitamos, cada persona con la que interactuamos.
Y aquí surge una pregunta crucial: ¿esto es realmente bueno para nosotros?
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Internet democratizó la información. Antes, si querías llegar a los grandes públicos, tenías que pasar por los grandes medios. Pero hoy, cualquier persona puede decir algo y compartirlo con el mundo. Suena increíble, ¿verdad?
Un ejemplo: en 2004, durante las elecciones presidenciales en Estados Unidos, CBS News publicó un documento que supuestamente demostraba que George W. Bush había mentido sobre su historial militar. La noticia causó revuelo, pero un activista en un foro conservador cuestionó la autenticidad del documento... y pronto, la noticia se cayó como un castillo de naipes.
Esto muestra el poder de la voz de la gente en Internet... pero también nos revela algo más inquietante. Para enfrentarnos a esta cantidad de información, nuestros dispositivos usan filtros. Y los filtros se alimentan de nuestros gustos y creencias. Así es como se crea lo que muchos llaman la burbuja de filtros.
Esta burbuja nos da una ilusión de libertad, pero... ¿qué pasa cuando nos convertimos en prisioneros de nuestras propias creencias? En este entorno personalizado, nos exponemos solo a ideas que nos confirman lo que ya pensamos, y evitamos todo lo que desafíe nuestra visión del mundo.
A esta tendencia se le llama sesgo de confirmación. Nos da seguridad, nos da control. Pero la verdad es que… también nos limita. Nos limita y reduce nuestra curiosidad. El psicólogo George Lowenstein habla del “vacío de información” como el motor de nuestra curiosidad. Y sin embargo, la burbuja de filtros elimina este vacío... nos mantiene cómodos, seguros, y quizás... ignorantes.
Piénsalo... ¿cuándo fue la última vez que leíste una noticia o viste un video que te hizo cuestionarte?
Internet tiene el poder de transformarnos... pero nosotros también moldeamos Internet. Cada búsqueda, cada clic, cada “me gusta” crea un perfil, una identidad... y eso va definiendo lo que la red nos muestra. Nos colocamos en un círculo donde damos forma a nuestro propio reflejo en Internet, y ese reflejo empieza a moldearnos a nosotros.
Este fenómeno, este bucle, afecta a quiénes somos y a cómo entendemos el mundo.
Y ahora, con los avances en tecnología, las fronteras de la privacidad se difuminan aún más. El reconocimiento facial, por ejemplo, avanza a pasos agigantados. En Tokio, una valla publicitaria puede analizar tu rostro, reconocer tu género y tu edad, y luego mostrarte un anuncio personalizado en tiempo real. Lo que antes era ciencia ficción, hoy es real.
Así que, ¿qué podemos hacer? Quizás el primer paso es entender y aceptar que la burbuja está ahí. Está ahí y nos afecta. Pero también podemos elegir salir de ella.
Salir de la burbuja significa explorar, buscar perspectivas distintas y, sobre todo, cuestionar. Porque, aunque Internet quiera darnos todas las respuestas... las mejores preguntas siempre vienen de adentro.
Así que, la próxima vez que estés en Internet, recuerda: tienes el poder de elegir qué ver, qué creer, y a qué prestarle atención. Porque aunque Internet trate de moldearnos... nosotros siempre tendremos la opción de ser quienes realmente queremos ser.
Gracias por acompañarme en este nuevo experimento, ¡y te espero mañana en el Diario de Innovación de Innovation by Default 💡!