Dicen que la música es el lenguaje universal, pero… ¿qué pasa cuando alguien no puede hablar ese idioma?
Hoy quiero invitarte a un viaje fascinante. Un viaje para descubrir cómo la música toca nuestras mentes y corazones, pero también cómo puede ser percibida de maneras inesperadas: desde un don increíble hasta una experiencia desconcertante. ¿Listos? Entonces, ¡comencemos!
Esta semana inicio el recorrido para explorar cómo la música afecta a las personas: su estado de ánimo e incluso sus decisiones. Todos sabemos que, cuando visitamos un supermercado o una tienda de moda, la música que suena no es aleatoria. Está especialmente seleccionada para el momento, el lugar y la hora del día, influenciándonos a comprar de forma más relajada o incluso compulsiva.
Lo mismo ocurre cuando buscamos ese punto de equilibrio y concentración. No es casualidad que los futbolistas lleguen al estadio antes de un partido importante escuchando su canción favorita a todo volumen con sus auriculares.
También habrás vivido situaciones en las que el empollón de la clase se transforma al escuchar su grupo preferido de heavy metal. Con solo metro y medio de altura, se adentra en medio de un concierto y se da empujones al ritmo de su banda favorita.
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La música es una de las experiencias más universales y enigmáticas de la humanidad. Desde nuestros primeros días en la Tierra, hemos cantado, danzado y encontrado consuelo en los sonidos que vibran a nuestro alrededor. Pero ¿qué pasa cuando la música trasciende el placer y se convierte en un puente hacia la sanación, o incluso en un detonante de caos mental? Este es el fascinante terreno que explora Oliver Sacks en Musicofilia.
Sobre el autor, Oliver Sacks, médico y neurólogo británico-estadounidense, fue un maestro en contar historias sobre los misterios del cerebro humano. Autor de clásicos como Awakenings (Despertares), llevado al cine en una película nominada al Oscar, y The Man Who Mistook His Wife for a Hat (El hombre que confundió a su mujer con un sombrero), Sacks nos invita a adentrarnos en las conexiones profundas y, a veces, perturbadoras, entre la música y nuestra mente.
El misterio de la indiferencia musical
Una canción comienza a sonar… pero en lugar de emocionarte, simplemente no la entiendes. Para ti, no es música, es ruido. Increíble, ¿verdad? Pero para algunas personas, es la realidad.
Existe una condición llamada amusia, que afecta la capacidad de percibir la música como música. Entre sus formas más comunes está la sordera tonal, que afecta al 5% de la población. Estas personas no pueden distinguir entre notas afinadas o desafinadas.
Y luego está la sordera rítmica, una incapacidad para seguir el compás. ¿Sabías que incluso el Che Guevara tenía este problema? Se dice que, cuando la orquesta tocaba un tango, él bailaba un mambo.
Pero hay casos más extremos. Personas que experimentan la música como algo perturbador, como el chillido de un coche. Para ellas, la música no solo no es placentera… es casi un castigo.
Y aún más curioso… algunas personas no tienen ningún problema físico con la música, simplemente no les gusta. Darwin, por ejemplo, confesó que dejó de disfrutarla en su vida adulta. Incluso Freud admitió que nunca obtuvo placer de ella.
La música, parece, no nos toca a todos de la misma manera.
El cerebro musical: la plasticidad que nos transforma
Pero hablemos de quienes viven para la música: los músicos. ¿Qué los hace tan diferentes?
Resulta que el entrenamiento musical puede transformar el cerebro de maneras asombrosas. Estudios han demostrado que el cerebro de un músico es literalmente diferente al de alguien que no toca un instrumento. Las áreas relacionadas con el movimiento, la audición y la memoria son más grandes, más activas.
Y aquí viene lo más increíble: estos cambios no son genéticos. No nacemos con cerebros musicales, los desarrollamos. Basta con practicar. Un solo año tocando el violín en la infancia puede cambiar radicalmente la estructura cerebral. Y lo mismo ocurre en adultos; incluso unos pocos minutos practicando el piano pueden dejar huella en el cerebro.
Así que, aunque no todos seremos Mozart, la ciencia dice que, si lo intentamos, podemos cambiar nuestra mente para ser más musicales.
El don (y la carga) del oído absoluto
Ahora, imagina tener un superpoder musical: poder identificar el tono exacto de cualquier sonido, desde una nota de piano hasta el chirrido de un coche. Esto se llama oído absoluto, y solo una de cada 10,000 personas lo tiene.
Para estas personas, cada tono tiene una cualidad única e irrepetible. Pueden escuchar que el viento sopla en Re o que un trueno retumba en Sol. Fascinante, ¿no? Pero… no todo es positivo.
El oído absoluto también puede ser una carga. La hipersensibilidad al sonido hace que incluso un leve desafine sea insoportable. Hay pianistas con oído absoluto que no pueden tocar ciertas piezas si el piano está afinado ligeramente diferente.
Así que este don, que parece un sueño para muchos, puede ser una verdadera complicación para quienes lo tienen.
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Ceguera, sinestesia y el poder de la música
"Ahora vamos más allá. ¿Qué pasaría si pudieras ver la música? Para algunas personas, cada nota tiene un color. Esto es la sinestesia, una condición que hace que los sentidos se entrelacen.
Por ejemplo, el compositor David Caldwell veía colores al escuchar diferentes notas y melodías. Para él, la clave de Sol era azul. La música no solo se oía, se veía.
Algo similar ocurre con las personas ciegas. Al perder la vista, el cerebro reasigna los recursos que antes usaba para ver y los utiliza para potenciar el oído. Esto explica por qué tantos músicos ciegos tienen habilidades extraordinarias, como el oído absoluto.
La música, en estos casos, se convierte en una manera de llenar el mundo con colores y texturas que de otro modo no existirían."
La música que cura
La música no solo transforma cerebros… también cura.
Pacientes con Parkinson, por ejemplo, encuentran en el ritmo de una melodía una herramienta para moverse con más facilidad. Y personas con afasia, que no pueden hablar, han aprendido a comunicarse cantando.
En casos de demencia, donde los recuerdos parecen perdidos, las canciones favoritas pueden devolver momentos de lucidez, conectando a los pacientes con sus emociones y su identidad.
La musicoterapia es un recordatorio poderoso de que, incluso en las sombras más profundas, la música puede traer luz.
El lado oscuro de la música
Sin embargo, la música también tiene un lado oscuro.
Hay personas que experimentan ataques epilépticos provocados por ciertas melodías. Esta rara condición, llamada epilepsia musicógena, convierte lo que debería ser placentero en algo aterrador.
Y luego están las alucinaciones musicales, donde el cerebro, privado de sonido, comienza a generar su propia música. Imagina tener una gramola invisible en tu cabeza que nunca se apaga. Para quienes lo experimentan, no es un regalo, es una maldición.
Food for thought
La música es un misterio. Puede ser un don, una terapia, un desafío o una fuente de desconcierto. Pero en cualquier caso, nos recuerda algo fundamental: la música no solo está fuera de nosotros, también vive dentro, transformándonos de maneras que a veces no podemos comprender.
Así que, la próxima vez que escuches una canción, detente. Siente. Y pregúntate: ¿qué lugar ocupa la música en tu vida?
Gracias por acompañarme en este nuevo experimento, ¡y te espero mañana en el Diario de Innovación de Innovation by Default 💡!