Cuando pensamos en los titanes de la tecnología, esos visionarios que moldearon el mundo tal y como lo conocemos, hay nombres que vienen a la mente sin esfuerzo: Gates, Jobs, Musk… Pero hay un hombre, uno cuyo nombre quizás no aparece en camisetas ni en los titulares del día, que cambió más vidas de las que podríamos imaginar. Su nombre: Gordon Moore.
El científico. El visionario. El hombre que predijo el futuro con una simple ecuación… y acertó.
Hoy, quiero invitarte a un viaje. Un recorrido por los momentos clave, descritos en el libro Moore’s Law que nos narra la vida de Gordon Moore y cómo, con cada paso, nos llevó al umbral de la era digital.
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Traslademonos a San Francisco, al año 1940. Un niño de 11 años de cabello desordenado, ojos brillantes, mezclando químicos en un improvisado laboratorio casero.
Gordon Moore no jugaba con autos de madera ni soñaba con ser astronauta. Él creaba explosivos caseros. Y aunque aquello alarmara a sus vecinos, para Moore no era más que ciencia pura.
Esa curiosidad innata lo llevó a convertirse en un adolescente brillante, enamorado de la química y siempre dispuesto a aprender. Pero también era un joven con un lado travieso. Mientras sus experimentos avanzaban, también diseñaba petardos para que sus amigos “animaran” los buzones del vecindario.
Y fue en una de esas clases de química donde conoció a Betty Whitaker, la joven periodista que pronto se convertiría en su mayor apoyo.
Berkeley fue su primer paso hacia la grandeza. Allí, inmerso en un ambiente de descubrimientos revolucionarios, trabajó junto a genios como Glenn Seaborg, ganador del Nobel. Pero Gordon no se detuvo. Su ambición lo llevó a Caltech, donde completó su doctorado en tiempo récord.
Caltech no solo le dio títulos, sino propósito. Allí aprendió algo vital: la ciencia no solo pertenece a los laboratorios; debe aplicarse al mundo real.
Moore era un científico, pero también un inconformista. Cuando se unió al laboratorio de semiconductores Shockley, encontró más problemas que soluciones. Liderado por un jefe tóxico, Moore, junto con otros siete colegas, tomó una decisión audaz: abandonar el laboratorio y fundar su propia empresa.
Así nació Fairchild Semiconductor. Este grupo de renegados sentó las bases de Silicon Valley.
1965. Gordon Moore, entonces un hombre tranquilo pero profundamente observador, publicó un artículo. Un artículo que cambiaría el mundo.
En él predijo algo simple, pero extraordinario: los microchips duplicarían su capacidad cada dos años, mientras los costos caerían. Hoy, conocemos esto como la Ley de Moore.
Piensen en esto por un momento: gracias a esa ley, pasamos de ordenadores del tamaño de una habitación a tener más poder de cálculo en nuestros bolsillos que toda la NASA en 1969.
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En 1968, junto a su colega Robert Noyce, Moore cofundó Intel. Un nombre que, hoy en día, evoca innovación y poder. Pero en aquel entonces, era solo un sueño… un sueño que pronto tomó forma con el desarrollo del primer microprocesador.
Este pequeño dispositivo, más pequeño que la palma de una mano, cambió todo. Hizo posible la existencia de ordenadores personales y allanó el camino hacia la era de la información.
Pero no todos los días fueron de éxito. Hubo fracasos. Uno de los más notables: una incursión en el mercado de relojes electrónicos que costó millones.
Moore lo llamó “mi reloj de 15 millones de dólares”. Pero en lugar de rendirse, usó esa experiencia como lección: no basta con tener la mejor tecnología; hay que entender el mercado.
Hacia el final de su carrera, Gordon Moore dejó Intel para dedicarse a algo diferente: devolver al mundo lo que había recibido. Junto a Betty, creó una fundación filantrópica que ha donado miles de millones de dólares a la ciencia, la educación y la conservación del medioambiente.
La Ley de Moore puede que haya llegado a sus límites físicos, pero su espíritu sigue vivo en cada innovación tecnológica. Desde los smartphones que llevamos en el bolsillo hasta los avances en inteligencia artificial, todo se remonta a las ideas de un hombre humilde, de un niño que amaba la química y soñaba con entender el mundo.
Gordon Moore no solo predijo el futuro; lo creó.
Y ahora, la pregunta es…
¿Quién será el próximo Gordon Moore?
Gracias por acompañarme en este nuevo experimento, ¡y te espero mañana en el Diario de Innovación de Innovation by Default 💡!