De pequeño, cuando imaginaba que quería ser de mayor, una de las opciones era trabajar en un laboratorio, en un área de investigación. Era una idea que me fascinaba: un espacio lleno de experimentos, donde ocurrían cosas increíbles, donde las preguntas más complejas encontraban respuestas.
Con el tiempo, esa curiosidad inicial me llevó a comenzar mi carrera profesional en un laboratorio. Pero no era exactamente como el que imaginaba de niño. No había probetas con líquidos de colores ni explosiones controladas como en las películas. Era algo diferente. Un lugar más sobrio, sí, pero igual de fascinante, porque allí aprendí algo que marcó mi forma de ver el mundo: un laboratorio no es solo un lugar físico; es un espacio mental donde la curiosidad y el método transforman la incertidumbre en conocimiento.
Y lo que descubrí trabajando allí es algo que nunca he olvidado: todos llevamos un laboratorio dentro de nosotros.
¿Qué tan lineal es el progreso científico? ¿Realmente avanzamos acumulando hechos como si construyéramos un castillo de arena, grano a grano? En 1962, el filósofo e historiador de la ciencia Thomas S. Kuhn rompió con esta idea al publicar La estructura de las revoluciones científicas, un libro que transformó nuestra manera de entender cómo avanza la ciencia y, por extensión, el conocimiento humano.
Hoy exploraremos los conceptos clave de esta obra y su impacto en la forma en que pensamos sobre los grandes avances científicos.
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Y tú, ¿cómo visualizas un laboratorio?
Tal vez visualizas a un hombre de bata blanca, cabello desordenado, rodeado de tubos de ensayo humeantes, mezclando sustancias químicas con aire de incertidumbre, como si estuviera a punto de hacer un descubrimiento accidental que cambiará el mundo.
Bueno… esa es la imagen que Hollywood te vendería.
La verdad es muy diferente.
En el mundo real, la ciencia no funciona así. Los científicos no van a ciegas. No improvisan. En realidad, saben exactamente qué buscan, qué probar y, casi siempre, qué resultado esperar. Entonces, ¿cómo pueden predecir lo desconocido?
La respuesta está en una palabra: paradigmas.
Un paradigma es algo así como las reglas del juego de la ciencia. Es el marco compartido, la visión del mundo que guía a los científicos, les dice qué preguntas hacer y cómo responderlas. Por ejemplo, durante siglos, la física newtoniana fue un paradigma dominante. Sus leyes explicaban casi todo sobre cómo se movía el mundo físico, desde una manzana que cae hasta la órbita de los planetas.
Y como todo buen marco, los paradigmas son útiles… hasta que dejan de serlo.
Porque, escucha bien: ningún paradigma es perfecto. Siempre hay grietas. Lagunas. Cosas que no encajan.
Y es ahí donde comienza la verdadera historia de la ciencia.
Así que, hablemos de los primeros pasos hacia una revolución.
¿Recuerdas cuando hablábamos de predicciones? Bueno, esas predicciones no siempre se cumplen. A veces, los experimentos arrojan resultados inesperados. También conocidos como anomalías.
Por ejemplo, vayamos a un hecho verídico, imagina un físico está experimentando con rayos catódicos y, de repente, se da cuenta de que hay una sombra extraña que no debería estar ahí. ¿Qué hace? ¿Ignorarlo? ¿Decir que fue un error?
No, si eres Wilhelm Conrad Röntgen. En lugar de apartar la mirada, decides investigar. Y lo que descubres es algo que nadie había visto o entendido como tal hasta el momento, … son los rayos X.
Por supuesto, al principio nadie le creyó. Su descubrimiento era tan inesperado, tan fuera de lugar, que muchos simplemente lo rechazaron. Pero la evidencia era imposible de ignorar, y, al final, el paradigma tuvo que ajustarse para incluir esta nueva y poderosa realidad.
Este es el patrón. Primero viene una anomalía. Luego, el desafío. Y después, la resistencia. Porque, no lo olvides, los paradigmas no cambian fácilmente.
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Pero qué pasa cuando hay un choque de paradigmas, pues efectivamente, una crisis se está cocinando a fuego lento.
A veces, las anomalías no son simples errores de cálculo. A veces, son la grieta que termina rompiendo todo el edificio.
Piensa en Galileo. Durante siglos, el mundo entero creyó en el modelo geocéntrico: la idea de que la Tierra era el centro del universo y que todo giraba a nuestro alrededor. Era el paradigma de la época, respaldado por la religión, la política y, sí, por la ciencia.
Pero entonces Galileo observó algo que nadie había visto antes: las lunas de Júpiter orbitando… no la Tierra, sino otro planeta.
El impacto de esta observación fue devastador para el paradigma existente. Galileo fue ridiculizado, perseguido y silenciado. Pero el daño ya estaba hecho. La evidencia no podía ser ignorada.
Cuando un paradigma ya no puede explicar lo que vemos, entramos en lo que Thomas Kuhn llamó una crisis científica. Y en esa crisis, algo nuevo siempre emerge.
Una de las consecuencias que puede acontecer después de una crisis, es la muchas veces ansiada revolución.
Cuando un paradigma cae, no lo hace con elegancia. No se adapta ni se transforma. Es normalmente reemplazado y de forma violenta.
Las revoluciones científicas son brutales. Son como las revoluciones políticas: dos ideas completamente opuestas chocan, y solo una puede sobrevivir.
Tomemos, por ejemplo, el cambio de la física clásica a la física cuántica. Antes de Einstein, antes de Heisenberg, vivíamos en un mundo perfectamente ordenado. Las leyes de Newton eran claras, predecibles. Pero, un día, empezamos a darnos cuenta de que había anomalías que las leyes de newton no podían explicar y… todo cambió.
De repente, la materia no se comportaba como esperábamos. Las partículas podían estar en dos lugares al mismo tiempo. La causa y el efecto dejaron de ser lineales. Era un nuevo mundo, con nuevas reglas.
Y como ocurre con cualquier revolución, algunos se aferraron al viejo paradigma. Pero la evidencia fue contundente: la física cuántica había llegado para quedarse.
Cambiar lo que vemos no es fácil, muchas veces es cuestión de perspectiva, de enfoque, de tener una mirada limpia.
Lo más fascinante de un cambio de paradigma es que no solo cambia lo que pensamos… cambia lo que vemos.
Durante siglos, los astrónomos sólo conocían seis planetas. Incluso cuando inventaron el telescopio, siguieron viendo solo seis. Pero un día, alguien vio algo diferente. Un objeto extraño, que no encajaba con lo conocido. Al principio, lo descartaron como un error, como una estrella mal clasificada.
Pero no lo era. Ese objeto era Urano, el primer planeta descubierto desde la antigüedad.
Y aquí está la lección: no es que los telescopios cambiaran. Lo que cambió fue la manera de mirar. El paradigma.
Y así llegamos al final de este recorrido por el progreso y la historia de la ciencia.
Pero qué podemos concluir de lo tratado en este Diario de Innovación. La ciencia avanza porque aprendemos a cuestionar lo que damos por hecho. Las revoluciones científicas no son solo momentos de descubrimiento; son momentos de transformación.
Thomas Kuhn nos enseñó que el progreso no es lineal, ni cómodo, ni predecible. Es caótico, desafiante, revolucionario. Y lo más importante: no es solo una historia de la ciencia, es una lección para todos nosotros.
¿Cuántos paradigmas sigues aceptando sin cuestionar? ¿Cuántas anomalías ignoras en tu vida, en tu forma de pensar?
Tal vez ha llegado el momento de mirar nuevamente: con otra mirada, desde otra perspectiva, con nuevas ganas… Quizá nunca lo que nos espera si no cambiamos el enfoque.
Gracias por acompañarme en este nuevo experimento, ¡y te espero mañana en el Diario de Innovación de Innovation by Default 💡!