¿Alguna vez has sentido que el mundo cambia tan rápido que es imposible mantener el ritmo? Como si las reglas que antes parecían inquebrantables ya no aplicaran. Vivimos en una época donde la estabilidad y la certeza parecen recuerdos lejanos. Este sentimiento no es una coincidencia, ni tampoco estás solo. Es el reflejo de lo que muchos llaman un mundo VUCA (volátil, incierto, complejo y ambiguo) o incluso BANI (frágil, ansioso, no lineal e incomprensible).
Hoy, exploraremos no solo qué significan estos términos, sino cómo nuestro cerebro, nuestras emociones y nuestra sociedad intentan adaptarse a una realidad que cambia a un ritmo vertiginoso. E interpretar las señales que hay en los negocios y en la sociedad en general para leer o interpretar hacia dónde se dirigen.
Hoy, quiero invitarte a escuchar el lenguaje de los mercados financieros. Sí, has oído bien: los mercados hablan. Pero… ¿sabemos escucharlos?"
Hoy te llevaré a través de las historias recogidas en el libro How to Listen When Markets Speak, de Lawrence G. McDonald.
Prepárate para descubrir cómo las decisiones, las políticas y hasta las burbujas financieras nos están hablando… si sabemos escuchar.
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Esta sensación de aceleración constante, probablemente sea algo intrínseco a nuestra naturales, al menos durante los últimos siglos de nuestra existencia.
El término VUCA surgió en un contexto militar, allá por la década de los años ochenta, pero rápidamente se extendió para describir el caos de nuestra era moderna:
• Volátil, porque las cosas cambian más rápido de lo que podemos anticipar.
• Incierto, porque predecir el futuro se vuelve casi imposible.
• Complejo, porque los problemas de hoy tienen muchas variables interconectadas.
• Ambiguo, porque a menudo ni siquiera sabemos qué significa lo que está sucediendo.
Más recientemente, otro término a llegado para complementar o suceder a este, BANI (Brittle, Anxious, Non linear y Incomprehensible) ha ganado popularidad al capturar la experiencia humana en este entorno:
• Frágil, porque todo parece colapsar con facilidad.
• Ansioso, porque no sabemos qué esperar.
• No lineal, porque las causas y efectos ya no tienen una relación clara.
• Incomprensible, porque el nivel de complejidad supera nuestra capacidad de entender.
Para entender cómo este entorno afecta nuestras mentes, analicemos cuatro fenómenos psicológicos que merodean este contexto de incertidumbre:
Efecto de Sobreestimulación (Information Overload): Vivimos expuestos a más información de la que podemos procesar. Noticias constantes, redes sociales, correos electrónicos. Este bombardeo de datos sobrecarga nuestro cerebro, generando estrés, confusión y una sensación de que el mundo es demasiado complejo para comprenderlo.
Síndrome del Progreso Acelerado: Este concepto, introducido por Alvin Toffler en su libro Future Shock, describe cómo el ritmo vertiginoso de los cambios tecnológicos, sociales y culturales puede causar desorientación. Cuando las personas no pueden adaptarse a estos cambios, experimentan estrés y una sensación de que las reglas del mundo se están desmoronando.
Efecto Flynn: Aunque el coeficiente intelectual ha aumentado globalmente en las últimas décadas, este fenómeno plantea una paradoja: somos más inteligentes en ciertos aspectos, pero el ritmo del cambio nos desafía psicológicamente.
La tecnología y la información nos hacen más hábiles, pero emocionalmente nos sentimos menos preparados.
Efecto Dunning-Kruger: En un mundo donde el conocimiento especializado evoluciona constantemente, este efecto se vuelve más visible. Los menos informados tienden a sobreestimar su entendimiento, mientras que los expertos, conscientes de la complejidad, dudan de sus propios conocimientos. Esto genera una desconexión que intensifica la sensación de caos.
Pero, ¿por qué nos cuesta tanto adaptarnos? Nuestro cerebro fue diseñado para priorizar la estabilidad y la predictibilidad. Durante miles de años, sobrevivir implicaba entender patrones y mantener rutinas. Sin embargo, la rapidez de los cambios actuales desafía esta programación, generando un choque entre nuestra biología y nuestra realidad.
Además, las instituciones y normas sociales suelen adaptarse más lentamente que la tecnología. Mientras las innovaciones avanzan a pasos agigantados, las leyes, tradiciones y estructuras culturales luchan por ponerse al día, creando un desajuste que amplifica la sensación de inestabilidad.
Como comentábamos, el mundo cambia. Déjame tirar de tópicos, pero como sabemos lo único constante es el cambio. Desde mi más tierna infancia he visto el mundo desmoronarse ante mis ojos una y otra vez, el fin de la Guerra Fría, la caída del Muro de Berlín, la guerra de Irak, la caída de las Torres Gemelas, la crisis financiera del 2008 con las famosas hipotecas suprimes, el bicho y no me refiero a Cristiano Ronaldo.
Pero vayamos a uno de esos fenómenos singulares que tuve ocasión de presenciar, aunque de manera casi inconsciente, viajemos hasta 1989. La caída del Muro de Berlín. El fin de la Guerra Fría. Un mundo que, hasta entonces, había estado dividido, empieza a integrarse. ¿El resultado? Un crecimiento masivo del comercio mundial. Déjame traer solo u dato, en 1990, el comercio global era de 5 billones de dólares. Hoy, supera los 28 billones. El cambio fue tan rápido y profundo que marcó el inicio de un nuevo orden económico.
Pero, espera… ¿qué tiene que ver esto con nosotros? Bueno, este periodo no sólo impulsó el comercio, sino que también transformó la manera en que invertimos. En esa época, las tasas de interés bajaron, los bonos dejaron de ser atractivos y los inversionistas buscaron activos más arriesgados. ¿El resultado? El S&P 500 pasó de 323 puntos en 1990 a 4,800 en 2021. Fue el mercado alcista de una generación.
Pero el mundo ya no es el mismo que hace unas décadas. Hoy, estamos viendo un cambio hacia un panorama económico más… ¿cómo decirlo? Fragmentado. Las tensiones geopolíticas sugieren que este nuevo orden global, más multipolar, nos obligará a repensar cómo navegamos los mercados.
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Desde los años 80, los bancos centrales han sido los héroes en las crisis económicas. Cuando las cosas se ponían difíciles, ellos bajaban las tasas de interés o inyectaban dinero en el sistema. Lo hicieron en Japón tras el Acuerdo del Plaza. Lo hicieron en 1998 cuando rescataron Long-Term Capital Management. Y, claro, lo hicieron durante la crisis financiera de 2008.
Los Bancos Centrales – El Dulce Veneno de la Intervención
Y aquí radica el dilema, os acordáis de la tercera Ley de Newton, el efecto acción-reacción. Pues a parte de la física, la podríamos extrapolar a otros campos de la vida, como es la economía: cada intervención trae consecuencias. Deudas crecientes. Mercados dependientes. Y lo que es peor… un fenómeno conocido como 'riesgo moral'. ¿Qué significa esto? Que los inversionistas asumen riesgos más altos porque creen que siempre habrá un rescate. Pero, ¿qué pasa si un día ese rescate no llega?
La lección aquí es clara: necesitamos entender el impacto a largo plazo de estas políticas. Porque, como en todo en la vida, no hay nada gratis.
Y es que desde el inicio de la Revolución Industrial, hemos visto que el motor de crecimiento de cualquier industria hasta nuestros días, ha estado vinculado a la energía, en sus diferentes formatos, carbón, petróleo, atómica, energías renovables.
Es lo que mueve al mundo. Pero también es uno de los sectores más volátiles. A lo largo de los años, hemos visto cómo el auge del fracking revolucionó la industria, llevando a Estados Unidos a duplicar su producción de petróleo entre 2009 y 2015. Pero también hemos aprendido que depender demasiado de una sola fuente de energía puede ser peligroso.
Ahora estamos en medio de una transición hacia fuentes más limpias: la energía solar, la eólica… y la nuclear. Sí, la nuclear, una solución que, aunque polémica, tiene el potencial de reducir nuestra huella de carbono sin sacrificar eficiencia.
Pero esta transición no será fácil. Abandonar los combustibles fósiles demasiado rápido, sin alternativas sólidas, podría ser un error caro. El camino no es blanco o negro. Seguramente se trate de buscar el equilibrio en esta transición.
Además la llegada de hypes tecnológicos como el Bitcoin o la IA Generativa no nos ha dejado en mucha mejor situación, el auge de esta tecnología ha demostrado un hambre hasta antes nunca visto de esta serie de recursos
Pero hablando de Bitcoin, hemos de hablar también de como estas nuevas tecnologías van a desintermediar y cambiar el orden de la cadena de valor de muchísimas industrias, abramos la caja de Pandora entonces.
Ah, las burbujas financieras. Son como esas relaciones que empiezan con pasión, pero terminan… bueno, mal. Desde los tulipanes en el siglo XVII hasta las criptomonedas hoy, estas historias nos enseñan que la emoción puede nublar el juicio.
Bitcoin, por ejemplo, nació de la crisis financiera de 2008 como una alternativa descentralizada a las monedas tradicionales. Y, aunque su tecnología es revolucionaria, el mercado de criptomonedas también ha sido un campo fértil para fraudes y especulación
La lección aquí no es evitar lo nuevo, sino abordarlo con cautela. Como decía mi abuelo:
'No pongas todos los huevos en una sola cesta, especialmente si la cesta brilla demasiado.'
Y ahora intentemos jugar a ser pitonisos, que nos depara el futuro. Cómo comenta Lawrence G. McDonald durante el libro, seguramente nos encontremos con un futuro donde los activos tangibles están recuperando el protagonismo. Cobre, cobalto, tierras raras… Estos recursos son esenciales para la creación y el desarrollo de las nuevas tecnologías que moverán el mundo como los coches eléctricos y las baterías necesarias para almacenar las tan ansiadas energías renovables.
Y para muestra un botón, un coche eléctrico necesita cinco veces más cobre que uno convencional. ¿Qué implica esto? El mundo dependerá de estos recursos más que nunca. Y eso representa una oportunidad para los inversores que sepan escuchar.
Aunque vivimos en un mundo VUCA o BANI, es importante recordar que también somos una especie increíblemente resiliente. Nuestro cerebro, aunque diseñado para la estabilidad, tiene una capacidad extraordinaria de adaptarse y aprender. Si entendemos los desafíos y los afrontamos con herramientas adecuadas, podemos encontrar oportunidades en medio del caos.
Hoy más que nunca, necesitamos tiempo para reflexionar, conectar con nuestras emociones y construir espacios de calma en medio de la tormenta. Porque, aunque el mundo cambie más rápido de lo que podemos comprender, siempre podemos elegir cómo responder.
Entonces, ¿qué nos dicen los mercados? Que el cambio es constante, que el pasado no siempre predice el futuro, y que necesitamos aprender a escuchar sus señales. Porque, al final, los mercados no son solo números o gráficos. Son historias. Historias de personas, decisiones y oportunidades.
¿Qué opinas? ¿Has sentido alguna vez los efectos de este mundo en constante cambio?
Gracias por acompañarme en este nuevo experimento, ¡y te espero mañana en el Diario de Innovación de Innovation by Default 💡!