La creatividad. Ese misterioso destello que nos hace imaginar, soñar y construir cosas extraordinarias. Durante siglos, hemos tratado de entenderla, pero también hemos caído en una maraña de mitos y malentendidos.
Hoy vamos a descubrir cómo funciona realmente el cerebro creativo y qué significa ser creativo, basándonos en los fascinantes hallazgos de la neurocientífica Anna Abraham en su libro The Creative Brain.
Cuestionaremos ideas arraigadas, desentrañaremos verdades sorprendentes y, quizá, descubriremos un poco más sobre nuestro propio potencial creativo.
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Seguramente has escuchado cosas como:
"La creatividad vive en el lado derecho del cerebro."
"Para ser un gran artista, tienes que sufrir."
"Los genios creativos nacen, no se hacen."
Estas ideas han moldeado nuestra percepción durante siglos. Pero, como explica Anna Abraham, aunque no sean del todo ciertas, no están completamente equivocadas.
Por ejemplo, el famoso mito del "cerebro derecho" donde ciertos estudios revelaron cómo los hemisferios funcionan de manera independiente. Este mito se ha convertido en una creencia popular pero errónea que sostiene que los hemisferios cerebrales tienen funciones completamente separadas y que las personas utilizan predominantemente un hemisferio sobre el otro, lo cual determinaría sus habilidades y personalidad.
Según este mito:
El hemisferio izquierdo sería responsable de la lógica, el análisis, el lenguaje y las matemáticas. Las personas que lo utilizan más serían más racionales y estructuradas.
El hemisferio derecho estaría asociado a la creatividad, las emociones, la intuición y las habilidades artísticas. Quienes lo usan más serían más creativos y emocionales.
Sin embargo, la creatividad no está limitada a un solo lado; es el resultado de la colaboración constante entre ambos hemisferios.
Imagina un músico. Su hemisferio derecho se encarga de las emociones y las melodías, mientras que el izquierdo controla el ritmo y las habilidades técnicas. Es una danza, una conversación entre dos expertos que trabajan juntos para crear algo mágico.
Otro de los mitos alrededor de la creatividad es el sufrimiento, o pasión, como chispa de la creatividad. Pero, ¿de verdad hay que sufrir para crear?
Y es que a muchos nos encanta la idea romantica del “artista torturado”. Esa imagen romántica de Van Gogh pintando entre tormentos o Sylvia Plath escribiendo poesía en medio de la oscuridad.
Pero, ¿es cierto que el sufrimiento es necesario para la creatividad? La respuesta corta es: no.
Lo que sí sabemos, gracias a la ciencia, es que algunas personas creativas son más emocionalmente sensibles, lo que les permite conectar con experiencias profundas, tanto positivas como negativas. Sin embargo, el sufrimiento extremo puede bloquear la creatividad, no potenciarla.
La verdadera lección aquí es que cuidar de nuestra salud mental no apaga la chispa creativa. Al contrario, la fortalece. Una mente equilibrada, como un instrumento bien afinado, produce sus mejores notas cuando está en armonía.
Y es que la creatividad surge de lo inesperado. A veces, la creatividad surge de los lugares más improbables. Tomemos el caso de Derek Amato, quien después de una lesión cerebral adquirió la capacidad de tocar el piano como un virtuoso, sin haber recibido formación.
Este fenómeno, llamado síndrome del savant adquirido, nos recuerda que el cerebro humano tiene un potencial asombroso para adaptarse. Incluso las diferencias neurológicas, como las que experimentan personas con autismo, pueden convertirse en fortalezas creativas.
Pensemos en Temple Grandin, cuyo pensamiento visual revolucionó el manejo más humanitario del ganado.
Temple Grandin es una destacada científica, profesora y activista estadounidense nacida en 1947, conocida por sus contribuciones en dos campos principales: el bienestar animal y la concientización sobre el autismo.
Temple Grandin es un ejemplo extraordinario de cómo las diferencias neurológicas pueden transformarse en fortalezas únicas y en fuentes inagotables de innovación. Su historia no solo inspira, sino que también nos invita a replantear nuestras percepciones sobre el potencial humano. ¿Cómo logró Temple convertir lo que muchos ven como una limitación en un motor de cambio?
Para Temple Grandin, pensar no era cuestión de palabras. Su mente funcionaba de forma distinta. Ella lo llama “pensamiento en imágenes”. Esta habilidad, que atribuye a su autismo, le permitió algo extraordinario: visualizar conceptos complejos en tres dimensiones y almacenar recuerdos como si fueran fotografías mentales, con un nivel de detalle que desafiaba a la memoria común.
Gracias a esto, Temple revolucionó el diseño de instalaciones ganaderas, creando espacios que no solo eran más eficientes, sino también más humanos.
La hipersensibilidad, otra característica común en personas con autismo, fue clave para el éxito de Grandin. En lugar de verla como un desafío, ella la convirtió en un don.
• Esta sensibilidad le permitió identificar fuentes de estrés para los animales, diseñar instalaciones que redujeran el sufrimiento del ganado e incluso desarrolló una innovación personal, la famosa “máquina de abrazos”, inspirada en su propia búsqueda de confort sensorial.
Lo que para otros era una barrera, para Temple fue una puerta hacia una empatía revolucionaria.
La figura de Temple Grandin nos enseña que las diferencias no deben ser motivo de exclusión, sino de celebración. Su historia es una prueba viviente de que cuando abrazamos lo que nos hace únicos, desbloqueamos un mundo de posibilidades. Las mentes diferentes no solo tienen lugar en el mundo, sino que, a menudo, son las que redefinen cómo este se construye.
Así que, la próxima vez que te enfrentes a un desafío o te sientas “diferente”, recuerda a Temple. En lugar de ver nuestras diferencias como obstáculos, usémoslas como una fuente de innovación y creatividad únicas.
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Ya hemos hablado en la serie sobre la creatividad de la temporada 3, de Innovation by Default 💡, sobre el mito del genio solitario.
¿Cuál es la conexión entre inteligencia y creatividad? Durante décadas, esta pregunta ha intrigado a investigadores, educadores y científicos.
Por otro lado, ¿es necesario ser un genio para ser creativo? Según un estudio realizado en los años 20 por Lewis Terman, la respuesta es sorprendente. De más de 1.500 niños con coeficientes intelectuales altísimos, ninguno logró los logros creativos revolucionarios que se esperaban.
Esto nos muestra que la creatividad no depende únicamente de una inteligencia excepcional. Rasgos como la curiosidad, la perseverancia y la capacidad de asumir riesgos son, en muchos casos, más importantes que un alto IQ.
Sigamos con con uno de los estudios más emblemáticos sobre este temática, el de Getzels y Jackson en 1962. Este trabajo analizó a estudiantes de secundaria y reveló datos inesperados:
Los alumnos más creativos y los más inteligentes tendían a ser grupos mutuamente excluyentes.
En otras palabras, las puntuaciones más altas generalmente correspondían a estudiantes que destacaban en creatividad o en inteligencia, pero no en ambas.
Una de las teorías más influyentes en este campo es la teoría del umbral. Propone que IQ y creatividad están correlacionados hasta cierto punto, pero después de alcanzar un umbral, esta relación desaparece. Un estudio de 2013 situó este umbral alrededor de los 120 puntos de IQ. Por debajo de este nivel, hay una conexión clara entre IQ y creatividad, pero por encima, la relación se difumina.
Este modelo nos plantea una pregunta fascinante: ¿la inteligencia por sí sola tiene límites en su capacidad para impulsar la creatividad?
¿La clave? La forma en que se mide la creatividad. Las correlaciones tienden a ser mayores cuando se evalúa la calidad de las ideas generadas, y no solo la cantidad o fluidez.
La relación entre inteligencia y creatividad no es simple, pero eso es lo que la hace tan fascinante. Nos muestra que el verdadero pensamiento creativo no se limita a lo que medimos en un test de IQ. Es el resultado de una combinación única de factores internos y externos.
Así que, la próxima vez que te enfrentes a un desafío creativo, no te obsesiones con lo inteligente que eres. Recuerda que la chispa de la creatividad a menudo surge de lugares inesperados, y que tu capacidad para innovar es tan única como tu forma de ver el mundo.
De manera similar, Anna Abraham desmiente otro mito en su libro, sobre cómo los estados alterados son necesarios para la creatividad. Si bien algunos artistas encuentran inspiración en experiencias psicodélicas, los estados creativos más productivos no provienen de sustancias externas, sino de la concentración profunda y la práctica deliberada.
Al final, lo que podemos aprender de Anna Abraham es algo profundamente alentador: la creatividad no es un don reservado para unos pocos. Es una habilidad humana fundamental, accesible para todos.
No necesitas un cerebro “especial” ni experiencias dramáticas para crear algo extraordinario. Lo que necesitas es curiosidad, compromiso y la disposición de explorar posibilidades.
La creatividad florece cuando combinamos nuestras capacidades únicas con la práctica constante. Y lo mejor es que siempre está a nuestro alcance.
La creatividad no es magia ni misterio. Es parte de lo que somos. Así que la próxima vez que te enfrentes a un lienzo en blanco, una hoja sin escribir o un problema por resolver, recuerda: no necesitas ser un genio ni sufrir para ser creativo. Sólo necesitas el valor de empezar.
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