Te iba a pedir que imaginaras un mundo en el que las máquinas no solo ejecuten nuestras órdenes, sino que también piensen, creen, y tomen decisiones de manera autónoma, pero creo que ya lo vivimos cada uno de nosotros. Un mundo en el que la inteligencia artificial no sea solo una herramienta, sino un participante activo en la economía, la seguridad, e incluso en el arte. Ese mundo ya no es una visión de cómo quisiéramos que fuese… es nuestra realidad.
Hoy, repasamos algunos de los aprendizajes del libro “La era de la Inteligencia Artificial y nuestro futuro humano” (cuya versión en inglés es The Age of AI - 2021) , el fascinante análisis de Henry Kissinger, Eric Schmidt y Daniel Huttenlocher. Tres mentes brillantes que nos invitan a reflexionar sobre las oportunidades y desafíos que plantea este nuevo capítulo en la historia de la humanidad.
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Todo este viaje alrededor de la Inteligencia Artificial, comenzó con una pregunta. Una que Alan Turing, el visionario científico del siglo XX, se atrevió a plantear:
”¿Puede una máquina pensar?”
Turing propuso un experimento revolucionario: el famoso Test de Turing, donde un humano interactuaría con una máquina y otro humano, sin saber cuál es cuál. Si la máquina lograba responder de forma indistinguible de un humano, ¿no sería justo decir que “piensa”? Aunque para mí lo interesante sería saber qué pensaría Alan Turing de los avances que hemos conseguido en este campo a lo largo de los años. Pensaría que los logros alcanzados han sido suficientes, o por otro lado, pensaría que se podría haber hecho mucho más a estas alturas.
Desde entonces, la inteligencia artificial, a pesar de los distintos inviernos, ha evolucionado considerablemente. Hoy, tecnologías como el aprendizaje automático permiten que las máquinas no sólo ejecuten instrucciones, sino que también aprendan por sí mismas, analizando datos y adaptándose a situaciones complejas.
Por ejemplo, el sistema AlphaFold predice cómo las proteínas se pliegan, revolucionando la biología molecular y ayudándonos a entender enfermedades a una escala jamás vista.
Sin embargo, el potencial de la IA viene acompañado de riesgos importantes. Sistemas como los grandes modelos de lenguaje (LLMs) pueden generar contenido erróneo o sesgado si no se supervisan adecuadamente. Entonces, ¿cómo aseguramos que esta tecnología beneficie a la humanidad?
Hoy en día, la tecnología ha conectado el mundo, como nunca podríamos haber pensado décadas atrás, disponemos de comunicaciones y redes globales, capaces de transmitir y procesar gran cantidad de información, conocen tanto sobre nosotros, que está situación empieza a generar dilemas éticos
Pensemos en las plataformas que usamos a diario: redes sociales, motores de búsqueda, asistentes virtuales. Todas están diseñadas para ofrecernos la información que queremos… o al menos, lo que sus algoritmos creen que queremos.
Pero aquí surge una pregunta interesante: cuando la IA selecciona qué información vemos, ¿está ampliando nuestras perspectivas o reduciéndolas? Como puedes ver esta pregunta nos plantea un dilema ético. ¿Debe un algoritmo decidir por nosotros? ¿Hemos tenido esa capacidad de decisión años atrás?
Tomemos como ejemplo las elecciones recientes en diversos países. Plataformas como Facebook o TikTok han sido acusadas de fomentar la desinformación a través de algoritmos que priorizan contenido sensacionalista. ¿El resultado? Sociedades más polarizadas y una disminución del diálogo constructivo. No tenemos que irnos muy lejos, los primeros análisis de la reciente victoria de Donald Trump empiezan a dejar entrever que parte del éxito ha estado en el hecho de llegar los más jóvenes a través de TikTok, por no hablar de haber sido capaz de estrechar lazos con su amiguísimo el Señor Musk.
¿Cómo podemos equilibrar la innovación con la ética? ¿Quién debe decidir qué contenido se prioriza o se elimina? Estas preguntas no solo decisiones técnicas sobre un algoritmo que gobierna una red; son preguntas profundamente humanas.
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La inteligencia artificial no solo está transformando nuestras vidas cotidianas, sino que también está reescribiendo las reglas de la seguridad global. Internet se ha convertido en un campo de batalla cada vez más disputado entre ciberdelincuentes y cibermilitares. Detrás de nuestras aplicaciones favoritas, se libra una lucha feroz e incesante por proteger o apropiarse de nuestros datos, una batalla que no tiene descanso y que abarca todo el mundo.
Imagina un ciberarma impulsada por IA que pueda infiltrarse en redes, aprender de sus vulnerabilidades y adaptarse por sí misma. Lo que hoy está en boca de todos, esa evolución del estado actual de la IA Generativa, a través de los agentes, no difiere mucho del concepto clásico de virus. Un virus no deja de ser un programa informático, capaz de propagarse y clonarse de forma autónoma, con su único fin de infectar todo aquello cuanto sea capaz de tocar. Ahora pensemos en cómo podrían estos sistemas funcionar gracias al poder de la IA; podrían actuar o mutar sin control humano, lo que nos lleva a una pregunta inquietante: ¿Estamos preparados para este tipo de amenazas?
La historia nos muestra que los avances tecnológicos suelen preceder a los marcos éticos. Pero en el caso de la IA, debemos adelantarnos. Según los autores si no lo hacemos, corremos el riesgo de desestabilizar la paz internacional de una formas que hoy seguramente no seamos capaces de imaginar.
Pero incluso en un escenario ideal, en el que la seguridad estuviera bajo control y nadie tratara de hacer un uso ilícito de estas tecnologías, ¿qué pasaría con nuestra identidad humana frente a la inteligencia artificial?
La IA también está desafiando nuestra concepción de lo que significa ser humano. Ahora, las máquinas pueden crear arte, componer música e incluso escribir literatura. Pero, ¿qué sucede cuando las líneas entre lo humano (natural) y lo artificial comienzan a desdibujarse?
Por ejemplo, en Corea del Sur, un puente equipado con un sistema de IA detecta a personas en riesgo de suicidio y alerta a los servicios de emergencia. Aunque estas tecnologías salvan vidas, también plantean una cuestión fundamental: ¿cómo evitamos que la tecnología sustituya nuestras conexiones humanas más profundas?
La respuesta podría estar en encontrar un equilibrio: usar la IA como herramienta para amplificar nuestras capacidades, sin perder de vista la esencia de lo que nos hace humanos.
Y todos estos aspectos que hemos repasado nos lleva a un futuro por construir, un futuro donde tengamos que aprender a convivir con estas tecnologías.
La invención de la imprenta, el teléfono, la televisión, internet, y ahora, la inteligencia artificial. Cada uno de estos avances ha transformado nuestra forma de vivir y entender el mundo. Pero, como nos recuerdan Kissinger, Schmidt y Huttenlocher, la tecnología no es un fin en sí mismo. Es un medio para construir el futuro que queremos.
Si priorizamos la ética, la responsabilidad y la cooperación global, la IA tiene el potencial de enriquecer nuestras vidas de formas inimaginables. Pero si ignoramos los riesgos, podríamos enfrentarnos a consecuencias irreversibles.
El momento para actuar es ahora. Porque solo al reflexionar sobre nuestro presente, podemos moldear el futuro.
Así que, la próxima vez que uses un asistente virtual o interactúes con un sistema que cobra sentido gracias a la IA, recuerda: detrás de cada avance, hay una decisión humana. Y en esas decisiones, reside el verdadero poder de la tecnología.
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