¿Alguna vez has sentido que el mundo se mueve demasiado rápido? Yo tengo esa sensación desde hace casi una década, puede ser una sensación mías, mis circunstancias, o realmente puede que sea así.
Que no importa cuánto te esfuerces en estar al día, siempre parece que te estás perdiendo de algo importante. O tal vez has fantaseado con desconectarte de todo, huir a una cabaña en el bosque y olvidarte de las redes sociales.
Bienvenido a la realidad de nuestros días, lo que podríamos denominar con Present Shock, un estado en el que la tecnología no solo ha cambiado nuestras vidas, sino nuestra percepción del tiempo, nuestra forma de contar historias e incluso nuestra identidad.
Hoy hablaremos de este concepto, basado en el libro Present Shock de Douglas Rushkoff, un teórico de los medios que ha explorado cómo la tecnología ha transformado nuestra cultura y bienestar mental.
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¿Estamos atrapados en un presente infinito? ¿Hemos perdido la capacidad de planificar el futuro? ¿O es que nuestro día a día, realidad, percepción está más fragmentados que nunca?
Hoy exploramos cómo la era digital nos ha sumergido en un presente sin fin y qué podemos hacer al respecto.
Imagina que estás practicando tenis con una máquina lanzapelotas. Al principio, puedes responder cada tiro sin problema, pero de repente, la máquina acelera y las pelotas empiezan a salir más y más rápido. En poco tiempo, ya no puedes seguir el ritmo.
Así es como la tecnología ha evolucionado en las últimas décadas.
En el siglo XX, teníamos una visión futurista del progreso. Creíamos en un mañana mejor, en grandes avances tecnológicos que cambiarían nuestras vidas. Pero hoy, el futuro ya no nos motiva… porque estamos atascados en un presente que nunca termina.
El futurista Alvin Toffler predijo en los años 70 un fenómeno llamado Future Shock: un estado en el que el cambio sería tan acelerado que las personas no podrían asimilarlo.
Ese momento ya llegó. Solo que ahora no es Future Shock, es Present Shock. No estamos abrumados por el futuro, sino por el constante bombardeo del presente.
Si miramos al mercado financiero, antes se invertía a largo plazo. Hoy, muchos buscamos ganancias inmediatas. Es la dinámica que encontramos con cada nue IPO, un ejemplo claro fue cuando Facebook salió a la bolsa: muchos inversores compraron acciones el primer día… y las vendieron al siguiente porque no subieron lo suficiente respecto a sus expectativas.
Todo lo queremos ya, ,o queremos ahora. Y ese “ahora” nunca termina.
Desde tiempos inmemoriales, las historias han sido nuestra forma de darle sentido al mundo.
Tomemos como ejemplo una historia que ha trascendido a la cultura POP, Star Wars. Una historia con un inicio claro, un desarrollo y un final. Con un héroe como Luke Skywalker, que tiene un propósito, una transformación y un cierre.
Pero algo ha cambiado en los últimos años. Hemos virado a historias fragmentadas para una sociedad fragmentada.
Hoy, en lugar de consumir historias lineales, vivimos en una narrativa fragmentada. Saltamos entre videos de TikTok, memes en Twitter y titulares sensacionalistas. Ya no seguimos un solo hilo, sino una mezcla caótica de información.
Y esto no es casualidad.
La publicidad y la política nos enseñaron a desconfiar de las narrativas tradicionales. Nos han manipulado tantas veces con historias de “héroes y villanos” que preferimos el caos a ser engañados.
Primero con el mando a distancia de la tele y el zapping, y luego con la llegada de YouTube y con el scroll infinito, hemos dejado atrás las historias clásicas y nos hemos acostumbrado a la fragmentación.
Pensemos en un joven apasionado de la informática, motivado por la idea de crear software innovador, comienza su primer trabajo como programador. Pronto descubre que gran parte de su tiempo se invierte en corregir errores, gestionar código heredado y asistir a reuniones interminables. La realidad del desarrollo profesional dista mucho de la imagen idealizada de la creatividad sin límites, y la desilusión es tan común que muchos pasan de querer cambiar el mundo con código a conformarse con que el sistema funcione sin fallos críticos.
El problema es que esto también afecta cómo entendemos el mundo.
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Antes, nuestra identidad estaba ligada a un solo espacio y tiempo.
Si estabas en casa, estabas en casa. Si estabas en el trabajo, estabas en el trabajo. Cada lugar tenía su propio contexto.
Pero con la llegada de los dispositivos móviles y el mundo digital, todos hemos desarrollado una identidad digital, lo que nos lleva a vivir en múltiples lugares al mismo tiempo.
Mientras estás en una reunión de trabajo, recibes notificaciones de Instagram. Mientras cenas con tu familia, revisas mensajes de WhatsApp.
Nuestro cerebro no está diseñado para esto.
Rushkoff llama a esto digifrenia, una fragmentación de la identidad causada por el mundo digital.
En el libro Rushkoff pone un ejemplo muy evidente, un piloto de drones puede bombardear un objetivo desde la comodidad de su oficina y luego ir a casa a cenar con su familia como si nada hubiera pasado. Esta desconexión entre acciones y consecuencias está cambiando la forma en que vivimos y sentimos.
El problema es que estamos constantemente fuera del momento presente, atrapados en notificaciones, feeds y mensajes que nos llevan a otros lugares y tiempos.
Aquí la pregunta que todos deberíamos hacernos es: ¿Cuánto de lo que asalta tu atención en tu teléfono es realmente importante?
Uno de los problemas que identifica Rushkoff es relativo a lo que él identifica como la pérdida de las escalas del tiempo. Así que entremos un poco más sobre qué significa esto.
Te has preguntado, ¿cuánto dura el presente?
Para un adolescente, la vida parece eterna. Para un historiador, la humanidad es solo un parpadeo en la historia del universo.
El problema es que hemos perdido la perspectiva del tiempo.
Según Stuart Brand, autor e investigador, dice que hay diferentes escalas temporales:
Los cambios geológicos tardan milenios.
Las culturas evolucionan en siglos.
Los sistemas políticos cambian en décadas.
La moda cambia en años.
La tecnología cambia en meses.
El problema del Present Shock es que todo se mueve al ritmo de la moda y la tecnología.
Los políticos, en lugar de pensar en décadas, están obsesionados con las encuestas diarias. Las empresas, en lugar de planear a largo plazo, buscan maximizar ganancias trimestre a trimestre. Y nosotros, en lugar de pensar en nuestra vida en años, vivimos en un estado de urgencia permanente.
Si todo es urgente, entonces, nada es importante.
Vivimos en una era de hiperconectividad, información fragmentada y distracciones constantes.
La pregunta es: ¿cómo podemos recuperar el control de nuestro tiempo y nuestra mente?
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