¿Recuerdas el barrio o el pueblo donde te criaste? Seguramente el panadero de la esquina te conocía por tu nombre, en el café de la vuelta tenían siempre lista la mesa donde charlabas con tus amigos, y la vida era tranquila… hasta que, de repente, todo cambió.
La llegada de nuevas empresas tecnológicas y de la economía colaborativa hicieron que muchos de los sólidos pilares de la sociedad donde habías crecido desaparecieran, los alquileres se dispararon, los pequeños negocios se viesen obligados a cerrar y las calles que solías recorrer se llenan de oficinas de cristal y cafeterías de moda.
¿Te suena familiar? Pues esto no es solo una historia sobre gentrificación. Es una historia sobre cómo el crecimiento descontrolado se ha convertido en el enemigo de la prosperidad.
Hoy exploramos el libro Throwing Rocks at the Google Bus, de Douglas Rushkoff, y cómo la obsesión por el crecimiento está destruyendo nuestras economías locales, nuestras comunidades y, en última instancia, nuestras vidas.
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Vivimos en una era donde el crecimiento es el mantra de las grandes empresas y países. Más usuarios, más ingresos, más productividad, más expansión. Pero ¿qué pasa cuando este crecimiento se convierte en una máquina insaciable que devora todo a su paso?
Rushkoff nos recuerda que esto no es nuevo. Desde la Edad Media, las élites han explotado a las clases trabajadoras para mantener su poder. Los bazares abiertos, donde los comerciantes intercambiaban productos sin intermediarios, fueron reemplazados por monopolios controlados por la aristocracia. Y hoy, aunque los nombres han cambiado, el sistema sigue siendo el mismo.
Las grandes empresas tecnológicas han sustituido los mercados físicos por plataformas digitales que eliminan la selección humana y dejan que algoritmos decidan qué compramos, qué escuchamos y hasta qué pensamos. ¿El resultado? Un mercado que solo favorece a los más grandes, dejando fuera a los pequeños creadores y negocios.
Hoy muchas personas se plantean la función de la economía digital, ¿ha sido un fraude para la gran mayoría de la sociedad?
Nos vendieron la idea de que la economía digital haría accesible a todo el mundo el flamante mundo de los negocios en internet. Pero la realidad es que ha concentrado aún más el poder en manos de unos pocos.
Mira lo que ha pasado con la música. Antes, cuando comprábamos un vinilo o un CD, el 20% de los álbumes más vendidos representaban el 80% de las ventas. Ahora, en plataformas como iTunes o Spotify, ese porcentaje es aún más extremo. ¿Por qué? Porque los algoritmos favorecen a quienes ya están en la cima, empujandolos aún más alto, mientras que el 94% de las canciones disponibles en iTunes han vendido menos de 100 copias.
Lo mismo ocurre con las plataformas de “economía colaborativa”. Airbnb y Uber nos hicieron creer que se trataba de compartir, pero en realidad, solo han creado nuevos mercados que explotan a trabajadores sin ofrecerles estabilidad. Los taxistas tradicionales desaparecen, los hoteles luchan por sobrevivir y la gente común compite en una economía donde la única ventaja es quién puede ofrecer un servicio más barato… a costa de su propia seguridad y bienestar.
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El problema de fondo es que el dinero dejó de ser un medio para intercambiar bienes y servicios, y se convirtió en un fin en sí mismo. Así que no nos queda más remedio que hacernos la siguiente pregunta: ¿hay otra forma de entender la función del dinero?
En la Edad Media, el dinero ayudó a agilizar el comercio. Pero cuando la aristocracia vio que los comerciantes estaban ganando demasiado poder, impuso monedas centralizadas y préstamos con intereses para mantener el control. Desde entonces, los bancos y las grandes corporaciones han usado el dinero como una herramienta para extraer riqueza en lugar de distribuirla.
¿Pero y si pudiéramos cambiar esto?
Rushkoff propone una idea radical: volver a las monedas locales. Lugares como Berkshire County en Massachusetts ya han implementado su propia moneda, los “Berkshares”, que incentivan el comercio local y fortalecen la economía de la comunidad. ¿Te imaginas pagar con una moneda que solo funciona en tu ciudad y que realmente ayuda a los negocios locales en lugar de llenar los bolsillos de gigantes financieros?
Otro cambio urgente es el del trabajo. ¿Cuál será el futuro del trabajo?
¿Por qué seguimos trabajando 40 horas a la semana cuando la tecnología ha hecho posible producir más con menos esfuerzo humano? Reducciones en la jornada laboral han demostrado que los empleados son más felices y productivos. En Utah, un experimento gubernamental con semanas laborales de 4 días redujo costos y mejoró la calidad de vida de los trabajadores.
Si la automatización está reemplazando empleos, en lugar de dejarnos sin trabajo, podríamos usar ese avance para trabajar menos y vivir mejor. Pero para eso, debemos cambiar la mentalidad de crecimiento a toda costa y empezar a poner a las personas por encima de las ganancias.
Volvamos al inicio de nuestra historia. Aquel barrio que fue invadido por el boom tecnológico, desplazando a los vecinos de toda la vida. No fue solo un problema inmobiliario. Fue un reflejo de un sistema que prioriza el crecimiento por encima de la gente.
Según Rushkoff no todo está perdido. Podemos redescubrir formas de comercio más justas, trabajar menos y vivir mejor. Podemos cambiar el sistema, pero primero, debemos cuestionarlo.
¿Y tú qué opinas? ¿Cómo podemos hacer que el dinero vuelva a funcionar para todos y no solo para unos pocos?
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