¿Qué pasaría si te dijera que las prostitutas y los Santa Claus de los centros comerciales tienen más en común de lo que piensas? ¿O que la mejor solución para el calentamiento global no es reducir la contaminación, sino… aumentarla?
Hoy exploraremos alguna de las sorprendentes conexiones entre la economía, el comportamiento humano y los problemas globales, de la mano del libro SuperFreakonomics, de Steven Levitt y Stephen Dubner.
Seguramente hay suficientes personas inteligentes en el mundo para resolver cualquier problema, así que ¿por qué fracasan de forma tan estrepitosa?
La realidad a veces es tozuda, ya que muchos expertos no buscan las respuestas en el lugar más adecuado. Los datos con los que afrontan sus soluciones son fríos y duros. Demasiados de ellos se basan en los recuerdos y experiencias imperfectos de los individuos para fundamentar sus teorías, lo que conduce a malentendidos y errores.
En cambio, las estadísticas son impasibles, concretas y claras.
Hoy repasamos algunas de las insólitas respuestas que encierran los datos. Y puede que estas anécdotas cambien tu forma de enfocar los problemas y buscar soluciones.
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Vivimos en un mundo donde tomamos decisiones todos los días. Algunas parecen racionales, otras completamente absurdas. Pero, ¿y si te dijera que, con los datos adecuados, podríamos predecir esas decisiones… incluso antes de tomarlas?
Hoy veremos cómo los datos nos ayudan a explicar mejor el mundo que nos rodea.
Si te dijera que podemos predecir las acciones de las personas con estadísticas, ¿me creerías?
Y es que pensar como un economista puede ayudarnos a ver el mundo de otra manera.
Todos odiamos cuando alguien deja basura en la calle. Pero, ¿alguna vez te has preguntado qué los lleva a hacerlo?
Aquí entra en juego la economía del comportamiento. Los gobiernos suelen usar incentivos para modificar nuestras acciones. Pero no siempre funcionan como esperan…
Por ejemplo, en Alemania, implementaron una tarifa en la recolección de basura basada en el volumen. ¿El objetivo? Que la gente produjera menos desechos.
¿El resultado? Las personas comenzaron a tirar comida por el inodoro… lo que provocó una explosión en la población de ratas.
Aquí entra en juego un principio clave de la economía: las buenas intenciones no siempre llevan a buenos resultados.
Este es un caso clásico de la ley de las consecuencias no intencionadas. La solución parecía lógica, pero sin datos que predijeran el comportamiento humano, el plan salió mal.
Viajemos ahora al verano del 2001, Estados Unidos. Ese verano en el que los tiburones se volvieron locos de repente y empezaron a atacar humanos.
Ese famosos verano, la televisión se llenó de historias de ataques. Lo que provocó que la gente evitara la playa, y por ende el pánico se apodera del país.
Pero hay un pequeño detalle que nadie se percató de revisar… los ataques de tiburones no aumentaron. La cantidad era la misma que años atrás.
Fue solo un caso de atención mediática desproporcionada. Estadísticamente, los ataques estaban dentro del promedio de años anteriores.
Aquí vemos la importancia de pensar como economistas, este enfoque se basa en analizar el comportamiento humano y fenómenos sociales a través del lente de la economía, enfocándose en incentivos y la lógica de la oferta y la demanda. Este enfoque implica comprender cómo las personas responden a incentivos económicos, sociales y morales, y cómo estos impulsan decisiones y acciones en diversas áreas de la vida.
Y para ello, los números nos ayudan a distinguir entre percepción y realidad.
Prosigamos ahora con otra de las historias más curiosas del libro, una que tiene en común a prostitutas, Santa Claus y la ley de la oferta y la demanda.
¿Sabías que en 1900 una prostituta en Chicago podía ganar el equivalente a 430,000 dólares al año?
Hoy, la misma profesión genera mucho menos dinero. ¿Por qué?
Aquí alguna de las razones de ese cambio. Hace más de un siglo, el sexo fuera del matrimonio era tabú. La oferta era escasa, la demanda alta, así que los precios del servicio subían. Años más tardes, con la liberación sexual, la oferta aumentó y los precios se desplomaron.
Y es que la economía y la prostitución no son disciplinas excluyentes, ¿sabías que trabajadoras sexuales también aplican precio dinámico a sus servicios? En Acción de Gracias, los clientes en Chicago aumentaban y por ello los precios subían un 30%.
Curiosamente, esto es lo mismo que hacen los Santas en los centros comerciales. Cuando hay más demanda de fotos navideñas, trabajan más horas y cobran más caro.
Así es como funciona la economía en acción.
La siguiente historia tampoco tiene desperdicio, ¿cómo identificarías a un terrorista con un seguro de vida?
Los terroristas parecen perfiles imposibles de predecir entre la maraña de la población. Atacan al azar. Pero, ¿y si hubiera una forma de detectarlos antes de que actuaran?
El economista Alan Kruger analizó datos de terroristas en Líbano y descubrió algo sorprendente:
Primer dato curioso, no son pobres ni sin educación. Son sujetos de clase media, muchas veces con estudios avanzados.
Segundo, algo que muchos podíamos intuir. En general, no lo hacen por dinero, sino por convicciones políticas.
Esto llevó a al investigador a crear un algoritmo que intentará descubrir comportamientos financieros sospechosos. El dato más interesante de todo este análisis fue que: los terroristas no compran seguros de vida.
¿Por qué? Pues la lógica es aplastante, como dirían los jóvenes de ahora, no les renta. Las aseguradoras no pagan la prima en caso de suicidio.
Con este simple dato, se puede filtrar sospechosos entre miles de transacciones. Un pequeño ajuste en la forma en que analizamos los datos puede salvar vidas.
Y qué dirías si te dijera que la Solución al Calentamiento Global es: ¿más contaminación?
Hemos escuchado que para detener el calentamiento global hay que contaminar menos.
Pero… ¿y si la solución fuera contaminar más?
En 1991, el volcán Monte Pinatubo lanzó enormes cantidades de dióxido de azufre a la atmósfera. ¿El resultado?
La temperatura global bajó.
Los bosques crecieron más rápido.
Científicos propusieron replicar este efecto de forma controlada: inyectar dióxido de azufre en la atmósfera.
Este método costaría solo 250 millones de dólares al año, una fracción del presupuesto de las campañas actuales contra el cambio climático.
¿El problema? Parece demasiado fácil. A priori, su solución parece algo demasiado barato y efectivo.
Aquí está la ironía de la economía: a veces la mejor solución es la que menos nos gusta aceptar. Si nadie gana dinero con esto, ¿quién lo va a querer financiar?
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En 1964, una mujer llamada Kitty Genovese fue apuñalada en Nueva York. Según el New York Times, 38 personas fueron testigos… y nadie llamó a la policía.
Este caso se convirtió en el ejemplo perfecto de la apatía social. Nos dijeron que somos indiferentes, que cuando vemos algo terrible esperamos que otro haga algo.
Pero, ¿y si te dijera que no somos ni completamente egoístas ni completamente altruistas? ¿Que la forma en la que ayudamos o ignoramos depende del contexto… e incluso de la forma en que se diseña un experimento?
En los años 80, la gente dejó de pensar que éramos egoístas. De repente, la ciencia comenzó a mostrar que eramos generosos y justos.
Uno de los experimentos más famosos es el juego del dictador.
Un participante recibe dinero y tiene que decidir cuánto compartir con un extraño.
La mayoría daba la mitad, lo que parecía demostrar que somos naturalmente justos.
Pero el economista John List no estaba convencido de los resultados del mismo. ¿Y si el experimento estaba diseñado para que pareciéramos buenos?
Entonces decidió ajustar las reglas: ahora los participantes también podían robar el dinero del otro jugador. ¿Qué pasó?
El 66% prefirió robar.
Solo el 6% compartió algo.
¿Conclusión? No somos santos ni demonios. Actuamos según lo que el contexto nos permite.
Esto nos lleva a una pregunta algo más incómoda: ¿qué pasa cuando el problema es real y urgente, como salvar vidas?
1847. Un hospital en Viena. 1 de cada 6 mujeres que daban a luz moría por fiebre puerperal.
Los médicos no entendían por qué. Hasta que un hombre llamado Ignaz Semmelweis hizo algo revolucionario: miró los datos.
Descubrió que los médicos pasaban de hacer autopsias a atender partos sin lavarse las manos.
Las bacterias de los cadáveres se transferían a las madres, matándolas.
La solución fue ridículamente simple: lavarse las manos con cloro.
Pero los médicos lo rechazaron. ¿Por qué? Pues muy sencillo, significaba aceptar que ellos mismos estaban matando a sus pacientes. Algo contrario al cometido de su profesión.
Tardaron décadas en aceptar esta verdad… y en ese tiempo murieron miles de personas innecesariamente.
Sigamos buscando datos curiosos en la historia que nos hagan entender cómo entender un dato puede ayudarnos a salvar cientos, que digo, miles de vidas.
1950. Estados Unidos. Los accidentes de coche eran una de las principales causas de muerte.
Los fabricantes de coches buscaban soluciones, estas pasaban por hacer los volantes más blandos o los parabrisas menos peligrosos.
Entonces entró en escena Robert McNamara, un genio de los datos.
En vez de fijarse en el coche, miró qué le pasaba al cuerpo humano en un accidente.
Se dio cuenta de que el problema era que la cabeza del conductor se movía demasiado.
¿La solución? Anclar el cuerpo al asiento, cómo, con un cinturón. Y así surgió: el cinturón de seguridad.
Una idea simple, barata… y que reducía el riesgo de muerte en un 70%.
Este patrón se repite una y otra vez: los problemas más complejos a veces tienen soluciones más simples de lo que creemos. Sólo hay que cambiar el enfoque de los datos y encontraremos la solución a nuestro problema.
Sigamos buscando problemas de difícil solución. Cómo, por ejemplo, el calentamiento global. El cambio climático es una de las mayores amenazas para el planeta. Entonces, ¿por qué no hacemos más?
Primero, porque es difícil de entender.
Segundo, porque los que lo causan no sufren las consecuencias directas.
Por ejemplo, las vacas generan un 50% más gases de efecto invernadero que los autos y la industria combinados.
Pero… ¿a quién le importa?
A los países que están en riesgo de inundación.
No a los que consumen más carne.
Aquí entra un principio de economía: cuando nadie tiene incentivos para cambiar, nada cambia. ¿La solución? Algunas propuestas radicales sugieren que necesitamos un incentivo real.
El principal aprendizaje que podemos sacar de SuperFreakonomics es que el mundo no siempre funciona como creemos.
Las soluciones más obvias a menudo fallan.
El comportamiento humano es predecible… cuando usamos datos. No somos ni ángeles ni demonios, solo respondemos a incentivos.
Los problemas más difíciles pueden tener soluciones simples… si sabemos dónde buscar. Pensar diferente nos ayuda a ver soluciones que otros pasan por alto.
Y a veces, la respuesta correcta es la que menos esperábamos.
Así que la próxima vez que escuches una noticia sorprendente, pregúntate: ¿qué diría un economista sobre esto? Puede que la respuesta te sorprenda.
Y la próxima vez que te enfrentes a un problema imposible… Pregúntate: ¿qué dirían los datos?
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