Hoy vamos a hablar sobre un tema que nos afecta a todos: el futuro de las profesiones.
Como todos los años o trimestres, dependiendo si trabajas por cuenta ajena o no, hemos nuestras declaración de impuestos. Antes, la única opción era acudir a un asesor fiscal, pagar sus honorarios y confiar en que todo estuviera bien hecho. Hoy, en cambio, puedes abrir una aplicación, seguir unos pasos y, en minutos, tu declaración está lista.
Lo que nos lleva a la siguiente pregunta: ¿siguen siendo los profesionales indispensables? O mejor dicho, ¿seguirán siéndolo en el futuro?
¿Seguiremos necesitando abogados, médicos y contables cuando la inteligencia artificial y el acceso ilimitado al conocimiento están transformando el mundo?
La edición de este diario está basado en el libro “El futuro de las profesiones”, escrito por Richard y Daniel Susskind, quienes exploran cómo la tecnología está redefiniendo el papel de los profesionales.
Si alguna vez te has preguntado si tu trabajo es reemplazable por una máquina o cómo la tecnología afectará tu carrera en los próximos años, esta edición es para ti.
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A lo largo de la historia, hemos dependido de los profesionales para guiarnos en temas que no dominamos. Médicos, abogados, maestros, contables… son quienes nos han ayudado a resolver problemas que están fuera de nuestro alcance. A cambio de su experiencia y conocimientos, les hemos otorgado autonomía sobre sus campos de especialización.
Algo que seguramente tú también te hayas dado cuenta es que: no basta con memorizar libros o acumular títulos. Un verdadero profesional sabe adaptar su conocimiento a cada persona y situación. Y, sobre todo, confiamos en ellos porque creemos que actuarán en nuestro mejor interés.
Pero… ¿qué sucede cuando el conocimiento deja de ser exclusivo de los expertos?
Antes, si querías saber más sobre leyes, impuestos o enfermedades, tenías que acudir a un especialista. Hoy, en cambio, puedes buscar en Google, ver tutoriales en YouTube o incluso tomar cursos gratuitos en plataformas como Khan Academy.
El conocimiento ya no está encerrado en universidades o en la mente de los expertos. Está disponible para quien quiera acceder a él.
Esto nos lleva a un punto interesante: muchos profesionales no ven con buenos ojos esta democratización del conocimiento. Algunos, consciente o inconscientemente, usan un lenguaje complicado, mantienen una distancia intelectual con sus clientes e incluso justifican altos costos con tecnicismos innecesarios.
La batalla está servida: ¿están los profesionales dispuestos a cambiar o se aferrarán a su poder hasta el final?
Lo cierto es que el ritmo frenético de nuestra sociedad, está cambiando cómo interactuamos entre nosotros, por ejemplo, ¿cuánto tiempo sueles tardar en ver a un médico cuando te enfermas? ¿Días? ¿Semanas? Ahora imagina un mundo donde la tecnología acorta esa espera.
Hoy, la telemedicina permite hacer consultas médicas por videollamada. En algunos hospitales, cirujanos operan a pacientes que están a miles de kilómetros de distancia gracias a robots asistidos.
Y esto no es solo en la medicina. La inteligencia artificial ya está asumiendo tareas antes reservadas exclusivamente a los seres humanos. He aquí unos cuantos ejemplos:
En 2014, 48 millones de estadounidenses usaron software para hacer sus impuestos en lugar de acudir a un asesor fiscal.
Las plataformas de educación en línea enseñan a millones de personas sin necesidad de un profesor en un aula.
Firmas como Deloitte han digitalizado el conocimiento de cientos de expertos en un solo sistema automatizado.
Lo que antes parecía imposible, ahora es la norma. Pero si la tecnología puede hacer lo que hace un gremio profesional… ¿qué les queda a las personas que trabajan en ese gremio?
La buena noticias es que determinadas profesiones no desaparecerán de la noche a la mañana, pero sí están cambiando. La tecnología no reemplazará a todos los profesionales, pero sí los obligará a evolucionar.
Los médicos deberán desarrollar habilidades blandas como la empatía o la escucha activa, porque la información médica ya está disponible en Internet.
Los abogados tendrán que ofrecer asesoramiento y orientación, ya que más y más documentos legales están disponibles en internet, y la mayoría de los trámites ya pueden hacerse en línea.
Los asesores fiscales deberán enfocarse en estrategia financiera, porque el software ya hace los cálculos por ellos.
El rol del profesional del futuro no será solo el de un experto, sino el de un asesor, un guía, un estratega.
Y es que, de momento, hay algo que la tecnología aún no puede reemplazar: la empatía, el juicio crítico y en definitiva los valores humanos.
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Cada día generamos exabytes de información. Para ponerlo en perspectiva, en solo dos días creamos tanta información como la humanidad entera produjo hasta el año 2003.
¿Qué significa esto? Que ahora podemos identificar patrones en datos masivos, predecir comportamientos y hasta anticipar crisis globales.
Tomemos como ejemplo Google Flu Trends: un proyecto que analizaba búsquedas en Google para detectar posibles brotes de gripe antes de que los hospitales siquiera registraran un aumento en los casos.
Pero esto no es solo una cuestión de salud. IBM creó a Watson, una supercomputadora que no solo ganó en el programa de trivia Jeopardy! contra los mejores concursantes de la historia, sino que hoy asiste a médicos y científicos procesando información que ningún ser humano podría leer en toda su vida.
Y aquí como siempre que hablamos de inteligencia artificial, empiezan a sonar las alarmas: ¿Qué pasará cuando estas máquinas tomen más decisiones que nosotros? ¿Quién controlará el avance de nuestras sociedad, de nuestras vidas?
A diferencia del oro, el petróleo o cualquier otro recurso físico, el conocimiento no se agota cuando lo compartimos. De hecho, se expande.
Piénsalo. Un maestro mejora cada vez que enseña. Un médico puede compartir su conocimiento con miles de personas a través de la web. Hoy, el 98% de toda la información del mundo está digitalizada y al alcance de cualquiera con acceso a Internet.
Ya hemos abierto este melón, así que volvamos a él, si el conocimiento se democratiza, ¿qué pasa con el papel de los expertos?
Antes, el valor de un profesional estaba en su acceso exclusivo al conocimiento. Hoy, lo que realmente importa es su capacidad de interpretar, aplicar y generar valor con ese conocimiento.
El miedo a que las máquinas reemplacen a los humanos no es nuevo. Ocurrió con la Revolución Industrial, con la llegada de las computadoras y ahora con la inteligencia artificial.
Pero lo cierto es que la tecnología no elimina trabajos, los transforma. Hace unos años, nadie imaginaba que existirían científicos de datos, analistas de procesos o diseñadores de experiencias digitales.
Lo que sí es un hecho es que las barreras entre profesiones están desapareciendo. Un arquitecto ya no necesita una oficina de diseño, un abogado puede usar algoritmos para analizar casos, y un médico tiene acceso a herramientas de diagnóstico impulsadas por IA.
Entonces, ¿qué nos queda? Adaptarnos.
Los profesionales que prosperarán no serán aquellos que intenten resistirse al cambio, sino los que aprendan a colaborar con la tecnología, usándola como una extensión de su propio conocimiento y habilidades.
Estamos en el umbral de una nueva era, una en la que el conocimiento no solo será más accesible, sino también más dinámico. Ya no se trata de proteger nuestras profesiones de la tecnología, sino de usarla para amplificar nuestro impacto.
El verdadero valor de un profesional no radica en lo que sabe, sino en cómo aplica ese conocimiento para resolver problemas y aportar valor a la sociedad. El conocimiento ya no es un privilegio, sino una herramienta compartida, y quienes sepan aprovecharlo serán los que sigan siendo relevantes en el futuro.
Entonces, ¿estamos listos para un mundo donde los profesionales ya no sean imprescindibles, o seguirán siendo guardianes del conocimiento, aunque de una forma diferente?
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