Economía de la atención y capital humano
Diario de Innovación #234
Vivimos rodeados de pantallas, notificaciones y flujos interminables de información.
Nunca habíamos tenido tanto acceso al conocimiento… ni tan poca capacidad para mantener la atención.
En la era industrial, el capital más codiciado era el dinero.
En la era digital, es la atención.
Porque en un mundo donde todo se puede fabricar, automatizar o copiar, solo la atención humana sigue siendo irreproducible.
Y lo confieso: esto no es una reflexión teórica.
El mail de hoy está inspirado por algo que vivo en primera persona.
Mi obsesión por la eficiencia, por exprimir cada hora del día, probablemente nace de una lucha constante con mi atención.
Siento esa necesidad de planificarlo todo, medirlo todo, optimizarlo todo… quizá para no perderme en el ruido.
Hoy se habla mucho de TDAH y otros trastornos relacionados con la atención.
Pero me pregunto si, más allá del diagnóstico, no vivimos todos una especie de crisis colectiva del foco.
Y si tal vez el verdadero hack de quienes logran grandes cosas no sea la inteligencia ni el talento, sino la capacidad de mantener la atención durante más tiempo que el resto.
Ese estado en el que todo desaparece y solo queda lo esencial, lo que el psicólogo Mihaly Csikszentmihalyi llamó Flow (Fluir): un flujo mental tan intenso que el tiempo se disuelve y el esfuerzo se vuelve disfrute.
“Cuando el recurso más escaso ya no es el tiempo, sino la mente.”
“Attention is a limited resource, so pay attention to where you pay attention.” — Howard Rheingold
Llegar ahí, sin embargo, no es fácil.
Y si algo he aprendido —a base de ensayo y error— es que la atención no se conquista con fuerza bruta, sino con planificación y, sobre todo, renuncia.
Elegir conscientemente a qué prestar atención y, sobre todo, a qué no.
Hoy vamos a intentar hablar un poco más sobre eso.
Sobre cómo gestionar el recurso más valioso —y más vulnerable— de nuestra época: la mente.
El término “Economía de la atención” fue acuñado en los años 70 por el economista y premio Nobel Herbert A. Simon.
En una frase que hoy parece más actual que nunca, escribió:
“Una riqueza de información crea una pobreza de atención.”
Simon fue el primero en comprender que, en un mundo saturado de estímulos, el cuello de botella ya no es el acceso a la información, sino nuestra capacidad de procesarla.
A partir de ahí, la atención comenzó a entenderse no solo como un fenómeno psicológico, sino como un recurso económico escaso.
De la información al comercio de la mente
A partir de Simon, pensadores como Michael H. Goldhaber, Thomas H. Davenport, John C. Beck y Tim Wu expandieron el concepto.
Juntos trazaron el mapa intelectual de esta nueva era:
Michael H. Goldhaber, en su ensayo “The Attention Economy and the Net” (1997), sostuvo que la economía digital se había desplazado de la producción de bienes materiales a la competencia por captar atención.
Su intuición fue profética: anticipó el modelo de redes sociales, influencers y plataformas digitales que hoy gobiernan nuestra interacción cotidiana.
Thomas H. Davenport y John C. Beck, en su libro “The Attention Economy” (2001), aplicaron el concepto al ámbito empresarial, argumentando que la atención es el nuevo factor de éxito organizacional.
En un entorno saturado de estímulos, las empresas deben aprender no solo a captar, sino a mantener el interés —tanto de clientes como de empleados—.
Tim Wu, en “Comerciantes de atención”, narró la historia completa: desde los primeros anuncios de prensa del siglo XIX hasta las redes sociales contemporáneas.
Describe cómo la publicidad y los medios evolucionaron para colonizar la conciencia humana, convirtiendo la mente en el último espacio de mercado.
Detrás de todos ellos resuena la idea de Simon: la información ya no es poder si no sabemos dónde mirar.
En esta nueva economía, la atención no se compra: se conquista.
Y quien logra atraerla —y retenerla— obtiene poder, influencia y rentabilidad.
La atención como nuevo capital humano
Durante siglos, el valor del trabajo se midió por la productividad.
Hoy, en cambio, se mide por la presencia mental.
El concepto de capital humano —la suma de conocimientos, habilidades y experiencia— se está ampliando hacia el de capital atencional: la capacidad de concentrar, priorizar y decidir en un entorno donde todo compite por tu mirada.
En ese sentido, la atención se ha convertido en el motor del liderazgo, la creatividad y la innovación.
Quien controla su atención controla su pensamiento, y quien controla su pensamiento controla su futuro.
El costo invisible: agotamiento cognitivo
La otra cara de esta nueva economía es la fatiga mental.
Estudios de Harvard Business School y Stanford muestran que el cerebro tarda más de 20 minutos en recuperar el foco después de una interrupción digital.
En promedio, revisamos el móvil más de 150 veces al día.
Lo que equivale a tres horas diarias de microfragmentación mental.
Este desgaste permanente no solo afecta la productividad, sino la identidad.
Nos convierte en consumidores reactivos, incapaces de sostener el pensamiento profundo o la introspección prolongada.
Filósofos como Byung-Chul Han, en La sociedad del cansancio, y tecnólogos como Jaron Lanier advierten que la “Economía de la atención” no sólo comercia con nuestro tiempo, sino con nuestra autonomía cognitiva.
Cada notificación no busca informar, sino interrumpir.
Cada “like” no busca conexión, sino retención.
Han lo resume con precisión aterradora:
“La hipercomunicación no amplía la libertad; la disuelve.”
Del capitalismo de datos al capitalismo cognitivo
El paso siguiente es evidente.
Si la economía industrial se basaba en los recursos físicos, y la economía digital en los datos, la próxima fase será el capitalismo cognitivo: un sistema donde la atención, la confianza y la verdad se convierten en activos escasos.
En este nuevo modelo:
Las plataformas compiten por microsegundos de atención, no por productos.
Las marcas ya no venden objetos, sino narrativas que habitan la mente.
Los líderes más influyentes no son los que gritan más, sino los que logran que los demás escuchen más profundo.
Y en ese contexto, el reto de la innovación no será crear más tecnología, sino rediseñar los entornos mentales donde esa tecnología ocurre.
El futuro: diseñar la atención consciente
La atención será el gran campo de batalla del siglo XXI, pero también puede convertirse en su salvación.
La próxima ola de innovación no vendrá de algoritmos más adictivos, sino de tecnologías restaurativas: plataformas, rutinas y culturas que nos ayuden a recuperar la serenidad mental.
Como ya he dicho muchas veces, a lo mejor todo está ya inventado. Hemos de volver a los principios básicos —volver a lo esencial—.
Otras culturas milenarias comprendieron hace ya mucho tiempo la importancia de la conciencia. La meditación forma parte de ese proceso: estar presente y controlar el cuerpo y la mente.
En las organizaciones, esto implicará pasar de la hiperconectividad al foco sostenible:
menos multitarea, más propósito
menos reuniones, más significado
menos datos, más sabiduría.
El nuevo liderazgo será atencional: aquel que sepa dirigir la mirada colectiva hacia lo esencial.
Food for thought
Herbert Simon lo vio venir: la abundancia informativa genera escasez de atención.
Lo que no imaginó fue que esa escasez se convertiría en el petróleo emocional de nuestra época.
Hoy, cuidar la atención es un acto político, cultivarla es una forma de resistencia, y dirigirla con conciencia es el mayor signo de libertad que cada uno de nosotros puede elegir.
En un mundo que te quiere distraído, prestar atención es el nuevo acto de rebeldía.
Que nunca te falten ideas, ni ganas de probarlas.
A.


