Tomar decisiones es, probablemente, una de las habilidades más difíciles que existen.
Y sin embargo, todos conocemos a alguien que parece tener un instinto infalible: siempre elige bien, siempre llega justo a tiempo.
Y también conocemos el otro extremo: quienes parecen vivir una sucesión de oportunidades perdidas.
Mi amigo L. pertenece a este segundo grupo, aunque no por falta de talento.
Hace años tuvo la oportunidad de unirse a una start-up que, hoy, está a punto de ser adquirida por un gran grupo internacional.
Durante la entrevista le ofrecieron algo de salario y algo de equity.
El salario era más bajo que su sueldo actual, así que decidió rechazar la oferta.
En su momento, el equity le pareció pan para hoy y hambre para mañana.
Lo que no pudo ver es que aquel “pan” se convertiría en caviar para el día de mañana.
Y no puedo juzgarlo.
Porque en realidad, todos hemos estado ahí: tomando decisiones con los ojos puestos en el presente, sin alcanzar a imaginar lo que podría venir después.
Quizá por eso me vino a la cabeza esa historia al leer que el próximo martes Telefónica presentará su nuevo plan estratégico.
Esa noticia me ha hecho viajar unos cuantos años atrás, a una de las etapas profesionales más agridulces que recuerdo: mi paso por el área corporativa de Telefónica, en el vertical de cloud.
Recuerdo con nitidez la llegada de junio y el inicio de la preparación del plan estratégico.
Era un momento casi mágico: todas las áreas de la compañía debíamos pensar qué queríamos ser de mayores. Navegábamos entre reportes de analistas, revisábamos tendencias, proyectábamos cuotas de mercado, buscábamos gaps en el portfolio y soñábamos con adquisiciones que cerraran el círculo perfecto.
Todo parecía encajar.
Era ese tipo de planificación que Hannibal del Equipo A celebraría con su frase mítica:
“Me encanta que los planes salgan bien.”
Pero lo cierto es que, en la mayoría de los casos, los planes no salían tan bien.
Caíamos una y otra vez en la trampa de la falta de ambición.
Inflábamos los números, prometíamos ingresos futuros, dibujábamos escenarios llenos de recursos y talento… que nunca llegaban.
Y así, sin darnos cuenta, condenábamos nuestro propio futuro desde el día uno a un futuro de papel.
Pasaron los años. Cambié de aires. Dejé de diseñar estrategias y empecé a ejecutar las de otros.
Y tengo que admitirlo: ese lado de la moneda es mucho más fácil y cómodo.
Hasta que, un día, cayó en mis manos un libro: Moonshot Thinking, de Iván Bofarull.
Y ahí entendí por qué aquella etapa me había dejado un sabor tan agridulce.
Porque entonces pensábamos en el futuro, sí… pero no lo diseñábamos.
Lo proyectábamos, en lugar de provocarlo.
Ese era el libro que me hubiese gustado tener cuando tuve que enfrentar esas situaciones y que hoy usaré como hilo conductor para comprender cómo la innovación puede ayudarnos a imaginar y diseñar el futuro.
El radar de anticipación: mirar donde nadie mira
Bofarull introduce una herramienta que me habría encantado conocer en aquella época: el radar de anticipación.
Es una forma de pensar —y también de organizar— que te permite detectar señales que otros no ven.
Esas señales no suelen aparecer en los PowerPoints ni en los informes de analistas; surgen en los márgenes: en los laboratorios, en las startups, en las conversaciones de los más jóvenes o en las ideas que parecen demasiado locas como para tomarlas en serio.
Ya hemos tocado el tema de la liminalidad en esta newsletter, que resuena mucho con esta aproximación que nos propone Bofarull.
El radar exige una mirada periférica, capaz de combinar dos lentes opuestas:
Zoom-out para ver tendencias globales, tecnológicas y sociales.
Zoom-in para aterrizar acciones concretas hoy.
Esa dualidad —mirar lejos, pero actuar cerca— es lo que convierte la anticipación en una ventaja estratégica real.
Aterrizar el futuro: de la visión a la ejecución
Uno de los capítulos más potentes del libro habla de cómo convertir una visión en realidad, lo que él llama aterrizar el futuro.
Bofarull lo resume con una frase que me golpeó de lleno:
“La imaginación sin ejecución es alucinación.”
Cuántas veces alucinamos con nuestros propios planes…
Aterrizar el futuro significa transformar ideas en resultados tangibles.
Y, según el autor, ese proceso pasa por tres etapas muy claras:
Prototipar el futuro: convertir una gran idea en un experimento pequeño y tangible.
Escalar lo que funciona: amplificar lo que demuestra tracción real.
Institucionalizar el cambio: integrar lo aprendido en la cultura y en los procesos de la organización.
Solo así la visión deja de ser aspiracional para volverse operativa.
El “mínimo futuro viable”: pensar en grande, actuar en pequeño
Inspirado en el concepto de mínimo producto viable, Bofarull propone pensar en términos de mínimo futuro viable (MFV): la versión más simple y ejecutable de una gran visión de futuro.
El MFV te permite probar ideas ambiciosas sin caer en la trampa de la parálisis por el análisis.
Testear rápido, fallar barato y aprender con propósito.
Es la mejor vacuna contra la inercia corporativa: el futuro no se decreta, no se anticipa, se prototipa.
La regla del “70-20-10”
Otra lección práctica del libro es la regla del 70-20-10, nos da una idea de cuántos de tus recursos dedicar a cada función, esta aproximación es la misma que han implementado muchas de las empresas exponenciales:
70% del esfuerzo en el negocio actual.
20% en proyectos adyacentes o de expansión.
10% en apuestas radicales o disruptivas (moonshots).
Este esquema permite equilibrar presente y futuro: mantener los pies en el suelo sin dejar de mirar a la luna.
Y es una manera concreta de evitar que la rutina devore la innovación.
La paradoja exponencial: mucho avance, poco progreso
Bofarull plantea una pregunta inquietante:
“¿Por qué, si la tecnología avanza exponencialmente, el bienestar y la productividad no lo hacen al mismo ritmo?”
A eso lo llama la paradoja exponencial, una brecha entre el potencial tecnológico y la capacidad humana para aprovecharlo.
Las causas, según él, son tres:
Desconexión entre tecnología y propósito.
Rigidez institucional.
Miopía de aplicación.
No es que la tecnología falle, sino que nuestra mentalidad sigue siendo lineal.
Queremos resultados exponenciales con estructuras que piensan en incrementos del 5%.
Superar esa paradoja requiere una mentalidad exponencial, donde el progreso humano se alinee con el tecnológico.
Porque el problema nunca fue la velocidad de las máquinas, sino la lentitud de nuestra imaginación y capacidad de ejecución.
También déjame recordarte que si te gusta la tecnología, el podcast de Código Abierto también puede ser una buena opción.
La ilusión de la predicción: del control al diseño
Uno de los mitos que Bofarull desmonta con más claridad es la ilusión de la predicción.
En la era de la complejidad, nadie puede predecir el futuro con certeza.
Los modelos basados en datos pasados solo pueden proyectar lo conocido, pero no imaginar lo que aún no existe.
La alternativa es pasar de la predicción al diseño.
No preguntarse “qué va a pasar”, sino “qué quiero que pase y qué puedo hacer hoy para provocarlo.”
Este cambio de mentalidad convierte a las personas y a las organizaciones en arquitectos activos del futuro, no en analistas pasivos.
“La mejor forma de predecir el futuro es crearlo” - Peter Drucker
Escenarios, no predicciones
En lugar de pronósticos lineales, el pensamiento moonshot propone crear escenarios múltiples: futuros posibles que sirven como simuladores.
No se trata de acertar, sino de prepararse mejor.
Los escenarios amplían el rango de pensamiento, ayudan a identificar riesgos y abren espacio a las oportunidades emergentes.
Y, sobre todo, nos entrenan en lo más valioso que podemos cultivar: la flexibilidad mental.
El poder del “¿y si…?”
Bofarull insiste en la potencia de una pregunta aparentemente sencilla: ¿y si…?
¿Y si lo que hoy consideramos imposible fuera normal dentro de diez años?
¿Y si un cambio pequeño hoy pudiera alterar el rumbo completo de una industria?
¿Y si el futuro no dependiera de prever, sino de atrevernos a construir?
Estas preguntas no buscan certezas, sino expandir nuestro pensamiento.
Según el son el combustible del pensamiento moonshot.
La humildad epistemológica: aprender mientras creamos
El libro cierra con un recordatorio fundamental, lo que él llama: humildad epistemológica.
Aceptar que no lo sabemos todo no nos debilita; nos hace más ágiles.
Nos permite aprender mientras creamos, diseñar mientras exploramos.
Los líderes del futuro no serán quienes adivinen mejor, sino quienes aprendan más rápido.
Y quienes entiendan que la incertidumbre no se combate, se habita.
Food for thought
Mirando atrás, me doy cuenta de que, al pensar en el futuro, a menudo he concebido la estrategia como una forma de crear desde el pasado.
Hoy entiendo que el verdadero trabajo consiste en mirar hacia los lados.
El futuro no está en los informes de tendencias, está en la gente que tiene el coraje de hacerse las preguntas incómodas, de prototipar sin permiso, de diseñar antes de que sea evidente.
Porque, como dice Bofarull,
“El futuro no es un lugar al que se llega, sino un espacio que se crea.”
A continuación te dejo una serie de preguntas para pensar esta semana:
¿Tienes un radar de anticipación personal o sigues mirando solo al frente?
¿Qué sería hoy tu mínimo futuro viable?
¿Estás dedicando tu tiempo según la regla del 70-20-10 o todo tu esfuerzo se va al presente operativo?
¿Qué “¿y si…?” podrías atreverte a explorar esta semana?
Que nunca te falten ideas, ni ganas de probarlas.
A.



