Escucha, lo que te voy a contar, es cien por cien real.
Sam Altman no guarda sus cuadernos de notas.
Los arruga y los tira al suelo. Literalmente.
Dice que su casa se llena de hojas rotas y hechas un ovillo.
Y que su asistenta ya lo asume como parte del paisaje.
No porque sus ideas no valgan.
Sino porque escribir es, para él, una forma de procesar.
Y una vez ha pensado lo que necesitaba pensar… esa hoja ya ha cumplido su función.
Altman no usa cuadernos premium.
Nada de Moleskines, Leuchtturms ni portadas de cuero.
Usa cuadernos de espiral, tapa dura, tamaño bolsillo, fáciles de abrir, de romper, de llevar.
Porque no escribe para dejar legado.
Escribe para avanzar.
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También es escritor oral.
Graba notas de voz y luego le pide a ChatGPT que se las limpie y estructure.
Dice que es mucho más productivo hablando que escribiendo.
Es capaz de sacar más de cada idea si la verbaliza previamente.
(Y esto es curioso, porque al entrevistador le pasaba justo lo contrario: solo escribiendo encontraba ideas que nunca salían en voz alta.)
¿A tí que te funciona?
A mí, salir a correr, es cuando mi cabeza es capaz de producir más y mejores ideas, el único problema es que no tengo donde anotarlas. Así que seguiré siendo pobre, no en ideas, en capital.
Volamos con Sam, que me voy por las ramas. O por los caminos.
Aun así, Altman no reniega de la escritura.
Al revés: la defiende con uñas y dientes.
Dice que, en un mundo donde cada vez más contenido se generan con texto —como vídeo, música o imagen—, la competencia con las palabras va a ser más importante que nunca.
Que escribir bien no es solo comunicar.
Es pensar con claridad.
Y eso, de momento, sigue siendo insustituible.
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Sobre el foco también deja una reflexión curiosa, cuanto menos.
Antes, como muchos de nosotros seguramente, Sam creía que necesitaba el escenario perfecto: una cafetería tranquila, buena luz, café recién hecho, auriculares con cancelación de ruido.
Ahora dice: “Dame 11 minutos sin interrupciones. Donde sea. En el asiento trasero de un coche. En la cama. Lo que importa es tener el espacio mental, no físico.”
Porque no todos los grandes proyectos se escriben en bloques de 8 horas.
A veces solo necesitas que nadie te moleste durante 11 minutos.
Y un bolígrafo que no se atasque.
Su ritmo es cíclico.
Semanas intensas en la oficina, llenas de reuniones, decisiones, caos.
Y luego fines de semana casi monásticos, en silencio, con tiempo para escribir, pensar, leer.
Dice que esa alternancia entre exposición y reflexión es clave: estar con gente, absorber ideas, debatir… y luego aislarte lo justo para que todo eso sedimente.
A veces, incluso se ha tomado meses enteros para alternar: un mes rodeado de gente. Otro solo, en la playa o en el bosque.
Ya no puede hacerlo tanto como antes, pero lo recuerda como algo fundamental para pensar mejor.
Todo esto no es una oda a la productividad.
Ni una receta mágica para ser CEO de una de las empresas más influyentes del mundo.
Es un recordatorio.
De que, en mitad de un mundo que te exige estar online, rápido, reactivo y disponible, escribir en una hoja, con un boli cualquiera, sin pensar en la estética ni en la permanencia, puede seguir siendo tu acto más radical de claridad.
Y cuando termines, si quieres, arrúgala y lánzala.
Eso también es parte del proceso.
Que nunca te falten ideas, ni ganas de probarlas.
A.
PD – El bolígrafo favorito de Altman es el Uniball micro 0.5. Aunque también defiende el Muji 0.38 azul oscuro. Por si te sirve.
PD’ - A continuación te dejo el video donde Sam Altman habla sobre el arte de tomar notas.
Gracias por acompañarme en un nuevo Diario de Innovación, ¡y te espero mañana en Innovation by Default 💡!