¿Y si el capitalismo está programado para autodestruirse?
No por sus fracasos.
Sino por sus victorias.
Eso es lo que decía Joseph Schumpeter, uno de los economistas más brillantes —y más pesimistas— del siglo XX.
Afirmaba que el éxito del capitalismo contiene en su interior la semilla de su destrucción.
Se atribuye al pensador, Eduardo Galeano, eso de: “capitalismo sistema perfecto, especie equivocada”. Con la cual estoy bastante de acuerdo.
Que cada ola de progreso económico, cada invento, cada revolución tecnológica… inevitablemente destruye la anterior.
A eso lo llamó “destrucción creativa”.
Un proceso continuo por el cual el viejo orden muere para que surja el nuevo.
Al menos yo estoy en ese estado mental de ver como una era desaparece y otra está a punto de alumbrar, no para nosotros, sino para los que nos preceden.
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La innovación y nuestra sociedad se parecen al ave Fénix, que renace de sus cenizas.
Ya veremos si el sistema capitalista que sostiene a la civilización occidental es capaz de sobrevivir, reinventarse o transformarse en algo nuevo; quién sabe si para mejor.
Y si lo piensas, tiene sentido: la agricultura desplazó a los cazadores, la industria mató al artesano, el software mató al papel, y la IA está a punto de matar muchas cosas más.
Pero lo más interesante no es la destrucción en sí.
Es el patrón que hay detrás.
Schumpeter decía que el capitalismo, al volverse más eficiente, más racional y más cómodo, acaba desactivando su propio motor: el espíritu emprendedor.
Porque el emprendedor —ese que arriesga, prueba y se lanza al vacío— no sobrevive en sistemas donde todo está optimizado, medido y gestionado.
Y entonces aparece otro tipo de figura: el gestor del progreso.
Ese que ya no crea, sino que administra lo creado.
Que no imagina nuevos mundos, sino que mantiene el actual funcionando. Aquel que ama el status-quo, el inmovilista.
Hasta que alguien desde fuera rompe las reglas.
Ahí es donde entra Clayton Christensen, el heredero intelectual de Schumpeter.
En los años 90 puso nombre a esa ruptura: innovación disruptiva.
Explicó cómo las grandes empresas caen no por incompetencia, sino por exceso de perfección.
Porque escuchan tanto a sus mejores clientes que dejan de oír el murmullo del cambio.
Y en ese silencio nacen los nuevos jugadores: aquellos que empiezan con productos más simples, más baratos, menos rentables… y que, poco a poco, reescriben las reglas del mercado.
Google y OpenAI, Amazon y HP, Skype y AT&T, Kodak y Apple, …
Así fue con los PCs frente a IBM.
Con Netflix frente a Blockbuster.
Y, si seguimos atentos, los modelos de las nuevas empresas AI-driven frente a gigantes que ya se sienten demasiado grandes y pesados para moverse en un campo de batalla que no les es familiar.
Al final, Schumpeter y Christensen estaban hablando de lo mismo: el progreso no es lineal, sino autodestructivo.
Que toda innovación exitosa planta las semillas de su reemplazo.
Y que el mayor riesgo no es fracasar, sino tener demasiado éxito como para seguir aprendiendo.
Quizás la verdadera lección de la innovación disruptiva no esté en cómo triunfar… sino en cómo volver a empezar, una y otra vez, sin miedo a destruir lo que ya funciona.
Que nunca te falten ideas, ni ganas de probarlas.
A.
PD: Si te interesa profundizar en este tema, te dejo algunas recomendaciones:
Competir Contra la Suerte — Clayton M. Christensen
Capitalismo, Socialismo y Democracia Vol.1 y Vol.2 — Joseph A. Schumpeter
Revoluciones Tecnológicas y Capital Financiero — Carlota Pérez