El corto plazo de la IA generativa es brutal: productividad al alza, demanda estable, personas fuera. No hay magia, solo fricción. Porque cuando haces el mismo trabajo en menos tiempo, y no puedes vender más, lo que sobra no es capacidad: es gente.
Pero el largo plazo siempre se abre paso. Los nuevos empleos acabarán compensando a los que desaparecen.Ya fue así en el pasado, la única diferencia que veremos en los próximos años será la velocidad de cambio, serán años en lugar de décadas los que tendremos para realizar esa transición.
Y eso, en parte, es bueno: la mayoría de los trabajos que desaparecen no eran precisamente sueños de infancia. El problema no es el destino. Es el camino.
Porque el dolor de la transición no se reparte igual. Reinventarse no es lo mismo a los 28 que a los 58. No es lo mismo en Suecia que en El Salvador. No es lo mismo con ahorros que sin red.
Y esta revolución como estamos viendo no necesita de fábricas ni cadenas de suministro: sucede con un clic, escala con más llamadas a una API y afecta a quien escribe, diseña o enseña —antes que a quien construye o transporta materias primas.
Es tentador odiar a OpenAI, a ChatGPT, a los LLMs, por lo que todo lo bueno que pueden hacer y llegar a destruir, desde un punto de vista de tejido productivo. Pero el mejor consejo posible es simple: úsalos. Alíate con ellos. Aprende ahora. No por entusiasmo, sino por precaución. Porque lo que está en juego no es solo tu trabajo: es tu margen de maniobra.
El otro día leía sobre el coste de oportunidad de los perfiles junior y cómo estos deberían incorporarse al mercado laboral lo antes posible. La competencia para acceder al empleo será más alta que nunca, ya que las empresas contratarán a menos profesionales recién licenciados.
No va a hacer falta más contenido online. No necesitamos más imágenes, más titulares, más posts. Por eso las empresas no están ampliando su producción. Están recortando costes. Y en ese cálculo, la IA gana por mucho: más barata, más rápida, sin quejas.
Pero incluso así, lo humano resiste. No escribimos novelas porque falten libros. No pintamos cuadros porque no haya imágenes. Lo hacemos porque importa quién lo hace. Porque en un mundo de réplicas infinitas, la escasez no está en el qué, sino en el quién. El arte humano no morirá: se volverá más escaso, más valioso, más buscado.
Hoy la frase “la IA no te quitará el trabajo, lo hará alguien que sepa usarla” suena a amenaza. Ya pasó con la educación general, el inglés, luego la programación,… Pero en el futuro, será más bien una descripción de cómo trabajamos: humanos aumentados, no sustituidos. Eso sí, solo si logramos llegar hasta allí.
Por eso es urgente cambiar el relato: de “la IA está devorando empleos” a “la IA ha creado un nuevo mercado laboral”. Uno donde haya herramientas, redes de protección, apoyo institucional. Porque lo contrario es inaceptable.
Y aquí las empresas tienen mucho que decir. No solo por responsabilidad moral, sino por interés estratégico. Ayudar a sus empleados a dominar la IA no es altruismo. Es supervivencia. Pero eso exige algo más: tiempo, empatía, paciencia. Recursos escasos cuando la presión aprieta y el miedo manda.
Porque da igual lo lista que sea la IA. El futuro siempre llega desigualmente. No te fíes de quien te diga que después de la AGI todo será gratis. Puede que no llegue. Puede que no lo veas. Puede que no la sobrevivamos.
Hay pocos futuros donde lo que más te preocupe sea tu empleo. En uno, aprendes a usar IA y sales adelante. En otro, todo se estanca. En otro, nada de esto importa porque no resolvimos el problema más grande: alinear las máquinas con los humanos.
En todos, tu mejor protección no es tu título, ni tu stack, ni tu portfolio. Es tu relación con quien te paga. Tu comunidad. Tu reputación. Tu capacidad de ofrecer algo a alguien que confía en ti. Por eso, incluso en un mundo pos-IA, lo más seguro será trabajar para uno mismo.
Que nunca te falten ideas, ni ganas de probarlas.
A.
PD 1 — Si no sabes por dónde empezar con ChatGPT, empieza por copiar tu trabajo de cada día en el prompt y preguntarle cómo lo haría él. Luego compáralo. Vas a aprender. Seguro.
PD 2 — Relee “La Pianola” de Kurt Vonnegut. Una distopía de 1952 donde las máquinas hacen todo… y los humanos, nada. No es un manual. Es una advertencia.
Gracias por acompañarme en un nuevo Diario de Innovación, ¡y te espero mañana en Innovation by Default 💡!