El índice del delirio: cuando todo es IA
Diario de Innovación #246
Hace un par de décadas medíamos el progreso por el número de transistores.
Luego, por la velocidad de conexión.
Hoy, por el absurdo de los titulares.
La revista del MIT Technology Review acaba de publicar su AI Hype Index, una especie de termómetro del delirio colectivo que rodea a la inteligencia artificial.
Y lo cierto es que si uno repasa los titulares, parece una mezcla entre Black Mirror y El Mundo Today.
Hay terapeutas que usan ChatGPT en secreto, ministros creados por IA en Albania, villagers de Animal Crossing que se rebelan contra su terrateniente virtual, y hasta un RFK Jr. que quiere obligar a todo el Departamento de Salud de EE. UU. a usar el chatbot.
Entre tanto ruido, aparece un patrón curioso: la IA ya no es solo una tecnología. Es un espejo deformante de nuestras propias contradicciones.
Buscamos productividad, pero la usamos para procrastinar.
Queremos objetividad, y nos regala sesgos más elegantes.
Pedimos transparencia, pero nos molesta ver el coste energético de cada respuesta.
Y quizá el problema no sea la inteligencia artificial, sino la emocional.
La nuestra.
Porque el verdadero índice del hype no se mide en papers ni benchmarks, sino en cómo reaccionamos ante ellos: miedo, fascinación, esperanza, rechazo.
Un péndulo que cada día se mueve un poco más rápido.
Si la primera era de internet fue la de la información, y la segunda la de la atención, la actual parece ser la de la exageración.
Y ahí, paradójicamente, es donde necesitamos más pensamiento crítico, más pausa y más sentido del humor.
El único antídoto que conozco contra la inflación de lo absurdo.
Food for thought
Quizá la pregunta no sea “qué puede hacer la IA”, sino “por qué seguimos creyendo que todo lo que puede hacerse debe hacerse”.
⚡️ Pulso Digital
La inteligencia artificial encuentra su altavoz regulatorio
💓 Latido del día
La conversación global sobre regulación de la inteligencia artificial dio un salto de nivel en la última semana, cuando un grupo de países del G20 acordó explorar un marco común para supervisar grandes modelos de lenguaje. Esta noticia marca que la IA deja de ser solo tema tecnológico y se convierte en cuestión de gobernanza, soberanía y riesgo global.
¿Por qué importa? Porque el terreno de juego en IA se está configurando también en las instancias legales y de política pública: cualquier empresa que no anticipe cómo evolucionan las reglas se arriesga a quedar fuera del mercado más temprano que tarde. Y lo que podría venir es un paisaje donde la innovación siga, pero más condicionada por estándares de transparencia, auditoría y responsabilidad.
Cada día, el futuro late en un lugar distinto.
🌍 El eco del mercado
De buscar a resolver: Google acorta el embudo. Google introduce agentes que comprimen el viaje entre intención y compra: el comercio online se mueve del “busco y comparo” al “pídelo y te lo soluciono”.
Meta se prepara para el siguiente dispositivo pos-smartphone. Refuerza su apuesta en robótica fichando talento de sus smart glasses: quiere combinar visión, modelos de IA y hardware propio para no quedarse solo en las pantallas.
Claude, reclutado para el lado oscuro. Anthropic denuncia un ciberataque automatizado con su modelo jailbreakeado: los AI-powered breaches dejan de ser teoría y se convierten en un nuevo frente de seguridad nacional y corporativa.
Nvidia: el mercado mira las GPU, el valor está en el “stack”. Mientras los analistas siguen obsesionados con el chip, la tesis de crecimiento se desplaza hacia software, ecosistema y servicios… justo donde el múltiplo todavía no descuenta todo.
Europa dibuja su muralla 6G contra China. Alemania veta a Huawei en las futuras redes 6G: más que una decisión técnica, es una declaración de soberanía digital y de con quién quiere compartir su infraestructura crítica.
La nueva escasez no es de chips, sino de megavatios. Goldman alerta: la capacidad extra de generación eléctrica cae del 26 % al 19 % en cinco años; el cuello de botella de la IA ya no está solo en las obleas, sino en la red eléctrica.
Shenzhen enseña los humanoides “para trabajar, no para posar”. Los robots de Unitree y compañía copan la feria con demos cada vez más empresariales: la narrativa pasa del “robot simpático” al “activo productivo” en fábricas, almacenes y logística.
Rokid se apunta al “post-smartphone” con gafas ligeras de IA. Unas gafas casi como unas lentes de sol normales, pero conectadas a modelos generativos: otra pieza más en la carrera por sacar la IA del móvil y ponerla delante de los ojos.
El trabajo remoto resiste al RTO corporativo. Dropbox, Atlassian y otras tech mantienen el modelo distribuido mientras otros llaman a filas a la oficina: dos culturas de trabajo que van a competir en atracción de talento y resultados
Nvidia tropieza en la parte menos glamourosa: vender software a regulados. Correos internos revelan desconexión con grandes clientes de sectores regulados: recordatorio de que la revolución de la IA también va de compliance, ventas complejas y ciclos largos.
Netflix mata la evaluación anual y apuesta por el feedback continuo. Sin “performance review” formal, la compañía redobla su cultura de franqueza radical: gestión del talento basada en conversaciones, no en rituales de recursos humanos.
OpenAI quiere borrar las huellas del “texto a lo ChatGPT”. Promete corregir tics estilísticos como el abuso del em dash: señal de una nueva fase donde los modelos no solo escriben mejor, sino que intentan volverse indistinguibles de nosotros.
Europa advierte que, aunque tiene grupos tecnológicos que «pueden liderar», la dificultad para escalar sigue siendo un freno: la zona no solo necesita talento, también músculo industrial.
🌱 Latido incipiente
La carrera por llevar los centros de datos al espacio ya no es una extravagancia futurista: es la consecuencia directa del choque entre el hambre energética de la inteligencia artificial y los límites físicos del planeta. La apuesta de Starcloud —una startup impulsada por Nvidia y Google— resume este giro. En noviembre pondrán en órbita el primer satélite equipado con una GPU H100, la misma que alimenta los grandes modelos en la Tierra, pero operando en un entorno donde la energía solar es casi infinita y la refrigeración no necesita agua, solo vacío.
La promesa es doble. Por un lado, desbloquear una computación a escala que la Tierra empieza a no soportar. Por otro, procesar datos allí donde se generan: desde imágenes SAR para desastres naturales hasta modelos que requieren respuestas en minutos, no en horas. Si la demostración funciona, el siguiente paso es aún más ambicioso: clústeres completos en órbita para 2026, justo cuando Meta quiere centros del tamaño de Manhattan… pero sin gravedad.
Quizá dentro de una década miremos atrás y veamos esta tendencia como el comienzo de una migración silenciosa: la nube elevándose literalmente sobre nuestras cabezas, buscando espacio —y energía— donde aún queda margen para crecer.
💭 Food for thought
La velocidad del algoritmo importa, pero aún más lo que rodea a ese algoritmo: las reglas, los chips, la energía, el lugar físico donde vive. Innovar sin revisar toda esa cadena es apostar sin red.
También déjame recordarte que si te gusta la tecnología, el podcast de Código Abierto también puede ser una buena opción.
Y eso es todo por hoy. Si algo de lo que has leído te ha removido, dímelo.
Ya sabes que estoy al otro lado si quieres comentar, discrepar o simplemente saludar.
Que nunca te falten ideas, ni ganas de probarlas.
A.


