Si hay algo que nos distingue del resto de las especies, no es la fuerza ni la velocidad.
Es nuestra capacidad para construir herramientas.
Hace más de dos millones de años, cuando un antepasado nuestro talló una piedra para cortar carne, no solo nació la tecnología: nació una nueva forma de pensar.
La herramienta no extendió solo su mano, sino su mente.
Desde entonces, cada innovación ha sido una prótesis cognitiva:
el reloj nos enseñó a pensar en minutos,
el telescopio a imaginar lo invisible,
el ordenador a abstraer el mundo en código.
Y ahora, los modelos de lenguaje nos enseñan algo nuevo: a delegar el pensamiento.
Hace unos días se popularizó un paper —publicado en Junio por un grupo de investigadores del MIT Media Lab y la Universidad de Warwick— donde se analizaba cómo cambia nuestra actividad cerebral cuando usamos ChatGPT para tareas de escritura.
El experimento comparó tres grupos:
Personas que escribían un texto sin ayuda.
Personas que usaban un buscador tradicional.
Personas que usaban ChatGPT como asistente de redacción.
Los resultados fueron claros —y preocupantes.
Menor actividad neuronal: el grupo que usó ChatGPT mostró una disminución significativa de la conectividad entre regiones frontales y parietales, asociadas con memoria semántica, planificación y pensamiento crítico.
Reducción de la carga cognitiva: las mediciones de EEG y fMRI revelaron que su cerebro “trabajaba menos”, con menor esfuerzo mental y atención sostenida.
Déficit de aprendizaje posterior: al retirar el asistente, los usuarios de ChatGPT recordaban peor los contenidos y producían textos menos estructurados.
Aumento de dependencia: cuanto más se apoyaban en la IA, más difícil les resultaba escribir sin ella.
El estudio llamó a este fenómeno “cognitive debt” —deuda cognitiva: una forma de ahorro inmediato de energía mental que se paga con intereses a largo plazo.
Menor retención, menor razonamiento, menor creatividad.
Pero también ofreció una pista esperanzadora: los participantes que primero escribieron sin IA y luego la usaron como apoyo mantuvieron una activación cerebral equilibrada y un mejor rendimiento cognitivo.
En otras palabras, usar ChatGPT después de pensar por uno mismo potencia el aprendizaje en lugar de atrofiarlo.
🔄 Un patrón que se repite
Nada de esto es realmente nuevo.
La historia humana está plagada de versiones anteriores de esta misma tensión entre capacidad y dependencia.
Cuando confiamos en el GPS, perdemos la memoria espacial y la orientación.
Cuando delegamos la atención al smartphone, nuestra concentración se fragmenta (efecto brain drain).
Cuando usamos calculadoras de forma continua, se debilita el cálculo mental.
Cuando buscamos todo en Google, externalizamos la memoria colectiva.
Y ahora, al usar ChatGPT, externalizamos el razonamiento.
No es casualidad: todas las herramientas comparten el mismo patrón de intercambio.
Nos hacen más eficientes, pero a veces a costa de hacer nuestra mente más perezosa.
Hablé sobre este y otros temas en el Bits & Brains, el podcast de mi amiga
. 👇🧬 De la piedra al silicio
La verdadera pregunta no es si estas herramientas nos vuelven más tontos o más listos.
La pregunta es cómo nos transforman.
Porque la relación entre el ser humano y sus herramientas es simétrica: las creamos para ampliar nuestras capacidades, pero también nos moldean, nos reconfiguran, nos reescriben.
Hace miles de años, el fuego cambió nuestra dieta y con ella nuestro cerebro.
El lenguaje cambió la cooperación.
La escritura, la memoria.
Y hoy, la inteligencia artificial cambia la cognición.
No se trata de renunciar a las herramientas.
Se trata de aprender a usarlas sin cederles el control.
El estudio del MIT lo demuestra: cuando la IA se usa como colaboradora, no como sustituto, no hay pérdida cognitiva.
El cerebro mantiene su ritmo, su plasticidad y su autonomía.
Pensamos con la máquina, no a través de ella.
Quizá esa sea la clave de nuestro tiempo: no rendirse a las herramientas, sino aprender a dialogar con ellas.
Porque el ser humano no nació para pensar menos, sino para pensar mejor.
Que nunca te falten ideas, ni ganas de probarlas.
A.
PD1. Si te interesa el tema, lee el paper completo “Your Brain on ChatGPT: Accumulation of Cognitive Debt when Using an AI Assistant for Essay Writing Task”.
PD2. Complementa con “The Extended Mind” de Annie Murphy Paul —una joya sobre cómo los entornos, las herramientas y las relaciones amplían nuestra inteligencia.
PD3. Y si quieres una visión más filosófica, “The Glass Cage” de Nicholas Carr analiza cómo la automatización afecta a nuestra autonomía y atención.
PD4. Este paper se hizo popular por lo que implica en el hype actual de la IA Generativa, pero todos estos ya analizar esto antes: