Imagina que estás en una sala llena de ejecutivos de una gran corporación, acostumbrados a tomar decisiones complejas y arriesgadas. En ese momento un psicólogo entra y les muestra dos números: 10% y 90%.
Luego les dice: “Imaginen que tienen cáncer. Un nuevo tratamiento tiene un 90% de éxito. ¿Lo tomarían?” Como era de esperar la gran mayoría levantan la mano.
Ahora, les comunicamos el mismo mensaje, pero en estos términos: el tratamiento falla en el 10% de los casos. Casualmente, el cambio de enfoque hace que menos de la mitad levanta la mano esta vez.
Y es que aun con el mismo dato, presentado de dos formas distintas. Nuestro cerebro nos juega malas pasadas, en conclusión nuestro cerebro es fácilmente manipulable.
Daniel Kahneman lo explica en Pensar rápido, pensar despacio: la forma en que se presenta la información influye en gran medida en nuestras decisiones. Si queremos pensar como científicos, debemos aprender a detectar y resistir estos sesgos. Lo único que debería importarnos es encontrar evidencia que respalde la realidad tal como es, no como la interpretamos.
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Imagina que decides hacer un experimento con tu cuerpo. No por accidente ni por necesidad, sino como parte de una búsqueda de conocimiento. Quieres entender cómo funciona algo, probar una teoría, desafiar una creencia.
Suena extremo, pero la verdad es que los científicos han estado haciendo esto durante siglos. Desde médicos que se inocularon con virus para demostrar la existencia de la inmunidad, hasta investigadores que modificaron su dieta para comprender los efectos de ciertos alimentos.
Poner el propio cuerpo en juego ha sido una de las herramientas más radicales –y valientes– de la ciencia.
la historia está llena de científicos que decidieron ser su propio experimento, a veces por falta de voluntarios y otras, por pura convicción.
Barry Marshall (1984) – Un médico australiano convencido de que las úlceras estomacales no eran causadas por el estrés, sino por una bacteria (Helicobacter pylori). Para probarlo, bebió un cultivo de la bacteria y, en pocos días, desarrolló gastritis. Luego, tomó antibióticos y se curó, demostrando que tenía razón. Su experimento le valió el Premio Nobel de Medicina.
Stubbins Ffirth (1800s) – Un médico que quería demostrar que la fiebre amarilla no era contagiosa. Para ello, se frotó vómito de pacientes infectados en los brazos, los ojos e incluso lo bebió. Milagrosamente, no se enfermó, pero su conclusión fue errónea: la fiebre amarilla sí es contagiosa, pero se transmite por mosquitos, no por contacto directo.
Werner Forssmann (1929) – Un joven médico alemán que quería probar que se podía insertar un catéter en el corazón sin peligro. Como nadie lo dejaba experimentar en pacientes, se lo introdujo a sí mismo, hasta su aurícula derecha, mientras se observaba en un espejo. Fue un procedimiento revolucionario y sentó las bases de la cardiología moderna.
Estos experimentos fueron arriesgados, incluso temerarios, pero cambiaron la historia de la medicina.
Imagina que decides hacer un experimento con tu cuerpo. Durante 30 días, comes exclusivamente comida rápida. Nada de ensaladas caseras, nada de snacks saludables, solo hamburguesas, papas fritas y refrescos.
Ahora, imagina que no solo comes esto, sino que además, cada vez que te ofrecen un tamaño más grande, aceptas sin dudarlo.
¿Qué pasaría con tu cuerpo?
En 2004, un hombre llamado Morgan Spurlock decidió averiguarlo y lo documentó en el ahora famoso documental Super Size Me. Su idea era sencilla: probar en carne propia qué sucede cuando tu dieta está completamente dominada por la comida rápida.
Pero lo que comenzó como un experimento personal terminó convirtiéndose en una crítica feroz a la industria del fast food y en una de las mayores controversias del mundo de la alimentación.
Hoy vamos a analizar qué reveló este experimento, qué impacto tuvo y qué podemos aprender de él.
Spurlock estableció reglas muy simples para su experimento:
Comería solo en McDonald’s durante 30 días.
Desayuno, comida y cena, sin excepciones.
Debía probar todos los productos del menú al menos una vez.
Si le ofrecían el tamaño “Super Size”, debía aceptarlo.
Su nivel de actividad física debía mantenerse al mínimo, como el promedio de un estadounidense.
Al inicio del experimento, Spurlock estaba en buena forma. Tenía un peso saludable y un estilo de vida relativamente activo. Pero desde los primeros días, su cuerpo comenzó a cambiar.
A lo largo del mes, Spurlock experimentó transformaciones dramáticas:
Aumento de peso: Subió 11.1 kg (24.5 libras) en solo un mes.
Colesterol por las nubes: Pasó de niveles saludables a 230 mg/dL, aumentando su riesgo de enfermedades cardiovasculares.
Fatiga y depresión: Empezó a sentirse constantemente cansado, irritable y sin energía.
Deterioro hepático: Sus médicos advirtieron que su hígado mostraba signos de daño similares a los de un alcohólico crónico.
Disminución del deseo sexual: Reportó pérdida de libido y problemas de ánimo.
Lo más alarmante era que, a pesar de sentirse físicamente mal, cada vez que comía una hamburguesa o bebía un refresco, experimentaba una sensación de bienestar momentáneo. El azúcar y la grasa generaban un efecto adictivo similar al de algunas drogas.
Más allá de su transformación personal, Spurlock utilizó el documental para cuestionar cómo la industria de la comida rápida influye en los hábitos alimenticios de las personas, aun a sabiendas de que son perjudiciales. Alguna de las tácticas poco éticas que atribuyó a esta industria se incluyen:
Marketing agresivo dirigido a los niños: Desde juguetes en los menús infantiles hasta anuncios diseñados para crear hábitos de consumo desde pequeños.
Tamaños de porción desproporcionados: El famoso “Super Size” incentivaba a las personas a consumir más de lo necesario.
Falta de información clara: En esa época, muchas cadenas de comida rápida no proporcionaban detalles nutricionales fácilmente accesibles.
El documental fue un golpe mediático. Y aunque McDonald’s negó que tuviera relación con la película, poco después de su estreno eliminaron el tamaño “Super Size” de su menú en EE.UU.
¿Es Ciencia o Espectáculo? Después del documental hubo muchas críticas al experimento llevado a cabo por Spurlock. A pesar del impacto del documental, muchos señalaron que el experimento de Spurlock no era un estudio científico riguroso. Revisemos algunas de las cuestiones que se le criticó:
No tenía grupo de control: Para demostrar causalidad, habría sido ideal comparar su dieta con la de alguien que comiera equilibradamente.
Factores no controlados: Spurlock admitió que también consumía alcohol durante el experimento, lo que pudo influir en sus resultados.
Un solo sujeto no es suficiente: Un solo caso no puede representar el impacto general de la comida rápida en la población.
Años después, otros intentaron replicar su experimento con resultados diferentes. Algunos demostraron que es posible comer en McDonald’s sin efectos negativos si se eligen opciones equilibradas y se controla la cantidad consumida.
Esto no significa que la comida rápida sea saludable, pero sí que la forma en que Spurlock presentó su experimento estaba más cerca de una crítica mediática que de un estudio científico formal.
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Food for thought
Entonces, ¿el sufrimiento y la experiencia sirvieron para algo? ¿Qué aprendimos de todo esto?
Más allá de las polémicas, Super Size Me puso sobre la mesa una conversación crucial: ¿Cómo afectan nuestros hábitos alimenticios a nuestra salud?
Las decisiones que tomamos sobre nuestra alimentación tienen consecuencias directas en nuestra calidad de vida.
Las porciones han crecido con el tiempo, llevándonos a consumir más de lo necesario.
El azúcar y la grasa pueden ser adictivos, y muchas empresas lo saben.
La industria de la comida rápida ha evolucionado, pero aún debemos ser consumidores críticos y responsables.
En la actualidad, muchas cadenas de comida rápida han cambiado su estrategia: ahora ofrecen opciones más saludables, muestran la información nutricional con mayor transparencia y han reducido las campañas dirigidas a niños. Pero, al final, la responsabilidad sigue estando en nuestras manos.
Cajón desastre
Esta semana no hay Cajón Desastre, quiero hacer un experimento en primera persona siguiendo la temática del episodio de esta semana, vamos a tirar de skin in the game. Quiero saber más de quién está al otro lado de esta newsletter.
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Mientras tanto aprovecho para recomendarte el episodio de esta semana de Código Abierto, el podcast donde charlamos sobre tecnología Mónica, Carlos, Diego, Ignacio y un servidor.
Esta semana la conversación con Nacho giró entorno a la neurotecnología y el futuro del humano aumentado. Hablamos sobre interfaces cerebro-máquina (BCI), las cuales ya no son ciencia ficción. Desde implantes para tratar enfermedades hasta la posibilidad de escribir con el pensamiento, la neurotecnología está transformando nuestra relación con el cuerpo y la mente. Además exploramos los avances más sorprendentes en BCI y los dilemas éticos que traen consigo.
Te dejo alguno de los temas que tocamos a continuación:
Interfaces cerebro-máquina (BCI): ¿invasivas o no invasivas?
Neuroderechos: ¿Podrán leer nuestros pensamientos?
¿Telepatía digital?
Cíborgs en la actualidad
El papel de Elon Musk y Neuralink
Futuro y dilemas éticos
Estamos en la frontera de una nueva era tecnológica. La pregunta ya no es si podremos conectar nuestras mentes a las máquinas, sino cómo y con qué propósito lo haremos. ¿Estamos preparados para un futuro donde la mente humana se integre con la tecnología?
Escucha en el episodio completo
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