¿Te has preguntado alguna vez por qué dos personas pueden vivir exactamente la misma situación y salir con lecturas radicalmente distintas?
Lo vemos a diario: en la oficina, en política, en casa.
Para una persona, una conversación puede ser agresiva; para la otra, directa.
Para uno, un cambio de estrategia es necesario; para otro, una temeridad.
La razón de fondo está en las creencias. Y no me refiero solo a creencias filosóficas o espirituales, sino a esas pequeñas convicciones que moldean cómo interpretamos el mundo.
El diseñador y pensador Dave Gray lo explica de forma brillante en su libro Liminal Thinking.
Para él, las creencias son modelos mentales: atajos que usamos para entender lo que pasa. Pero como todo modelo, dejan cosas fuera. Y si no las cuestionamos, se convierten en límites invisibles que restringen nuestras posibilidades.
Aquí van los seis principios que propone para entender cómo se forman —y se sostienen— nuestras creencias:
Las creencias no son la realidad. Son modelos mentales, interpretaciones parciales de un todo mucho más amplio. Un ejemplo de esto es “La parábola de los ciegos y el elefante” donde un grupo de ciegos tocan diferentes partes de un elefante y llegan a conclusiones contradictorias, cada uno de nosotros percibe sólo una fracción de lo que realmente es. Y es que, pensamos que vemos la realidad tal y como es, pero en realidad estamos tocando apenas una parte del animal. Lo que llamamos “creencias” no es más que una forma de darle sentido al mundo a partir de lo que alcanzamos a percibir.
Y esa percepción, por supuesto, se construye con la experiencia. Imagina que entras a un supermercado: si estás buscando fruta, verás fruta; si tienes hambre, verás comida; si tu preocupación es el dinero, verás precios. Aquello en lo que te enfocas define lo que ves, y con el tiempo esa atención repetida construye patrones. De ahí surgen los juicios, las suposiciones… las creencias. No nacen de la nada: se forman como un eco de lo vivido. Es aquello de que cuando estás esperando un bebé, solo ves embarazadas por la calle.
Esas creencias no solo moldean lo que pensamos: también dan forma al mundo que compartimos. Spitfire, un perro de rescate, gruñía y mordía cada vez que alguien se acercaba a su hueso. No era agresivo por naturaleza, simplemente había aprendido que proteger su comida era una cuestión de supervivencia. Su comportamiento respondía a una creencia profundamente arraigada. Solo cuando sus circunstancias y experiencias cambiaron, cambió también su forma de actuar.
Pero no todo lo que creemos nos ayuda a ver mejor. A veces, las creencias nos ciegan. Gray, por ejemplo, fue advertido de que sin un máster nunca podría ser profesor universitario. Podría haber aceptado ese límite como cierto. En lugar de eso, lo cuestionó, lo puso a prueba… y terminó demostrando que no era verdad. ¿Cuántas veces aceptamos como ley los límites que nos imponen otros? ¿Y cuántas veces dejamos que esas ideas ajenas condicionen nuestra capacidad de actuar?
El problema es que, una vez formadas, las creencias tienden a defenderse solas. Cuando algo desafía nuestras ideas previas, en lugar de cuestionarlas, solemos rechazar la información o distorsionarla para que encaje. Creamos una especie de burbuja que protege nuestras convicciones. Los estudios sobre la percepción de la guerra de Irak muestran precisamente eso: republicanos y demócratas interpretaban los mismos datos de forma completamente opuesta, filtrándolos a través de sus creencias preexistentes.
Y es que las creencias no son solo ideas sueltas. Están profundamente ligadas a nuestra identidad. Cuando Dorothy Martin predijo que el mundo se acabaría y no ocurrió, no abandonó su creencia. Al contrario: afirmó que su fe había salvado al planeta. Porque para ella, renunciar a esa idea no era solo cambiar de opinión, era traicionarse a sí misma. A veces, cambiar una creencia significa cambiar quiénes creemos ser. Entender esto puede parecer una curiosidad teórica, pero es profundamente práctico. ¿Te gustaría liderar mejor? ¿Tomar decisiones más sabias? ¿Superar bloqueos creativos?
Entonces toca ir al origen: tus creencias.
Cuanto más conscientes somos de nuestras creencias, más libres somos para cambiarlas.
Y ahí empieza otro camino, uno de crecimiento, probablemente.
Sino, seguramente será uno más libre, sin ataduras, ni sesgos que te impidan ver las cosas con más perspectiva y serenidad.
Que nunca te falten ideas, ni ganas de probarlas.
A.
PD1: ¿Te interesa ir más allá de la psicología del comportamiento y explorar el diseño de realidades personales y organizativas? Liminal Thinking es una joya en bruto.
PD2: Si alguna de tus creencias te está frenando más que ayudando, escribe sobre ellas. Ponerlas en palabras puede ser el primer paso para desarmarlas.
Gracias por acompañarme en un nuevo Diario de Innovación, ¡y te espero mañana en Innovation by Default 💡!