Estás en una oficina de correos. Por delante tuya unas cuantas personas antes de poder ser atendido, alguien bosteza, otro revisa su teléfono. En tus manos, un paquete.
Dentro, una copa de cristal. Lo has envuelto con cuidado: papel de burbujas, papel de periódico. Afuera, escribiste con rotulador rojo: “Frágil. Manejar con cuidado”.
Es lógico. Todos sabemos que lo frágil necesita ser protegido. Pero… ¿qué sería lo opuesto? Realmente si lo analizamos, en castellano no tenemos un antónimo de frágil.
Pensamos en lo robusto, lo resistente, lo que aguanta golpes. Pero lo robusto solo sobrevive al estrés. No cambia, no mejora, al exponerse al mismo.
¿Y si existiera algo que se vuelve más fuerte al ser desafiado? Que no solo soporta el caos… sino que lo necesita para crecer.
Esa es la esencia de lo antifrágil, como lo define Nassim Taleb. Y también está presente en un principio biológico llamado hormesis: pequeñas dosis de estrés —como el frío, el ayuno o el ejercicio— que no dañan, sino que activan mecanismos de adaptación y fortalecimiento.
Nuestro cuerpo lo sabe. Nuestra biología lo aplica. Quizá es momento de recordarlo también en nuestra forma de vivir, de trabajar, de aprender: a lo mejor la solución no es evitar el estrés, sino usar el estrés adecuado como catalizador para mejorar.
Porque a veces, lo que parece una amenaza… es justo lo que nos prepara para los momentos más difíciles que tenemos por delante.
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¿Recuerdas a Hidra? Ese monstruo de múltiples cabezas que aparecía en la mitología griega. Cada vez que le cortaban una… le crecían dos más.
Eso no es resistencia. Ese transformación frente a la adversidad, como los toros cuando entra el picador y sacan más la rabia y bravura para sobreponerse a la situación.
Tu cuerpo hace lo mismo. Cuando levantas pesas, cuando corres hasta quedarte sin aire, cuando te exiges… lo estresas. Y ese estrés lo obliga a adaptarse. Tus músculos no solo se recuperan, sino que se vuelven más fuertes de lo necesario, preparándose para futuros desafíos. Eso se llama sobrecompensación.
Y esa lógica puede aplicarse a sistemas más grandes: la economía, la tecnología, incluso tu propia vida. Pero hay una trampa. Para que algo sea antifrágil, primero tiene que se incómodo. Tiene que caer. Tiene que recibir golpes. Ya se que lo digo mucho últimamente, pero es el “famoso no pain no gain”.
En apariencia, lo estable parece seguro. Lo tranquilo parece ideal. Pero Taleb nos advierte: la ausencia de estrés genera debilidad. Piensa en un bosque. Uno donde nunca se permite un incendio. Sin pequeñas quemas controladas, la maleza se acumula. Y un día, un incendio aparece y se acaba llevando todo por delante. Lo mismo pasa en nuestras vidas, en la economía, en las instituciones. Cada vez que tratamos de eliminar el caos, también eliminamos el aprendizaje que ese caos provoca.
El orden absoluto es una ilusión peligrosa.
Aquí es donde aparece una paradoja brutal: los sistemas antifrágiles necesitan partes frágiles. La evolución es un ejemplo. La especie mejora, pero los individuos mueren. Muchos organismos fracasan, pero la información que dejan guía a los siguientes. La economía también funciona así. Cada vez que una startup falla, deja una lección. Algo que alguien más puede aprender, mejorar, adaptar. Por mucho que digamos que en cabeza ajena no se escarmienta, la experiencias y fracasos de otros nos pueden hacer los nuestros más livianos o llevaderos.
Es como si el error fuera el combustible del progreso. La prueba y error, junto a la observación ha guiado a la humanidad durante siglos.
La antifragilidad necesita del ensayo y error. Y a veces, ese error somos nosotros. Pero a través de nosotros, el sistema puede fortalecerse.
Taleb cuenta que, trabajando en los mercados financieros, los mejores operadores no eran los más educados. Eran los que sabían cuándo actuar. No necesitas entender toda la teoría detrás de un avión para saber cuándo subirte a uno. La clave está en las opciones: elegir actuar cuando puedes, no porque tengas que.
Eso aplica también a la vida cotidiana. No necesitas tener un plan maestro para cada semana. A veces, solo necesitas estar listo para decir sí, cuando llegue ese mensaje, esa llamada, esa oportunidad. Como decía Picasso, que la inspiración me pille trabajando, o algo así.
Lo antifrágil se mueve mejor en la incertidumbre porque no necesita certezas. Solo necesita flexibilidad.
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Imagínate una pesa de gimnasio: dos discos grandes a los extremos, el centro vacío. Así funciona la estrategia Barbell que propone Taleb.
El 90% de tus recursos están protegidos, seguros. No rinden mucho, pero tampoco fallan. El otro 10% está expuesto al riesgo, al caos, al cambio. Si ese 10% falla, no pasa nada. Pero si acierta… las ganancias pueden ser inmensas. Taleb nos enseña: no te juegues todo a un punto medio cómodo. Apuesta por los extremos. Protege lo importante y arriesga lo marginal.
Así es como se convierte la incertidumbre en ventaja.
Sin embargo, en un mundo que tiende a la concentración y al gigantismo, esa lógica se complica. ¿Recuerdas esa vez que tu vuelo fue cancelado? Te costó encontrar otro, pero lo lograste. Ahora imagina que no eras tú solo, sino 300 personas viajando juntas. El mismo problema se vuelve una pesadilla logística.
Eso es lo que Taleb denomina, squeeze: cuando no tienes opción y pagas el precio.
Los sistemas grandes, burocráticos e interconectados, cuando fallan, lo hacen en cadena. Lo vimos en 2008 durante lo peor de la última gran crisis financiera que recordamos desde la gran depresión. Y podríamos volver a verlo. La globalización ha hecho que los errores viajen más rápido que las soluciones.
Y mientras tanto, los que toman decisiones en estos sistemas… rara vez pagan las consecuencias. ¿Te suena algo del episodio de la semana pasada?
Antes de la crisis financiera, los expertos aseguraban que todo estaba bajo control. Después de la crisis, muchos de ellos siguieron en sus puestos. ¿Por qué? Porque no tenían skin in the game.
Cuando alguien no pierde si se equivoca, tiene permiso para equivocarse sin cuidado.
Eso no es antifragilidad, es irresponsabilidad con escudo. En la Edad Media, un banquero que fallaba podía perder la cabeza. Hoy, gana un bono.
El mundo necesita más personas que arriesguen con su propio pellejo, y menos expertos blindados por sus títulos.
Pero el verdadero peligro está en cómo construimos nuestras certezas. Un pavo recibe comida todos los días. Cada día cree más que su vida es perfecta. Hasta que llega Acción de Gracias.
Esa es la trampa de predecir el futuro basándose únicamente en el pasado. Es lo que hacen muchos modelos financieros, pronósticos políticos o estrategias empresariales: asumir que lo peor que hemos visto es lo peor que puede pasar. Por eso la dificultad de predecir los famosos cisnes negros.
La historia, sin embargo, dice lo contrario: lo impensable sucede más a menudo de lo que creemos.
Nos gusta pensar que el progreso nace de la ciencia ordenada, del laboratorio, del cálculo exacto. Pero la historia real está llena de errores felices, de inventores caseros, de tinkering.
El submarino no lo inventó ningún ejército ni marina, sino un médico con ganas de experimentar.
El verdadero progreso nace del caos, de la prueba y el error, de las pequeñas apuestas que fallan en silencio… pero que abren paso a los grandes avances.
Tal vez lo que hoy sientes como ruptura, como pérdida, como incertidumbre… es solo una señal.
Una invitación a transformarte.
La próxima vez que la vida se vuelva impredecible, no te encierres. Adáptate. Cambia. Evoluciona.
No temas al caos.
Aprende a bailar con él.
Gracias por acompañarme una semana más, ¡y te espero en la próxima edición Innovation by Default 💡!