Un pequeño garaje de Palo Alto, con apenas 538 dólares y una mezcla de curiosidad, terquedad y pasión por la ingeniería, ¿te suena la historia?
Idílica, bucólica, la historia que todo joven nacido entre la década de los setenta y finales del siglo XX hubiese querido replicar de mayor.
Pero esto no es solo una historia de éxito.
Es la historia de cómo una empresa puede construirse con valores, con propósito…
Y sobrevivir más de medio siglo sin perder su alma.
Por desgracia, podríamos decir que el legado de todo esto se ha esfumado; el viento se lo ha llevado, como arrastra las cenizas tras apagarse una hoguera en mitad del desierto. Se nota que allí ardió algo grande, pero apenas quedan rastros de lo que fue.
Yo viví parte de todo eso, de manera tangencial, al comienzo de mi carrera profesional. Tuve la suerte de pasar dos años en su laboratorio de calibración (una vez realizado el spin-off de la matriz), y luego pasar un verano en un curso de ventas: mitad ‘Gran Hermano’, mitad lo que muchos llamarían hoy en día bootcamps.
Esa empresa habrás ya intuido que es HP.
Bill Hewlett y David Packard iniciaron lo que, sin saberlo y según el consenso general de la historia, sería el origen del ecosistema más influyente de la historia empresarial moderna: Silicon Valley.
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Toda buena historia de éxito, tiene un comienzo memorable. Y nuestra historia de hoy, empezó con un lanzamiento de moneda.
Packard o Hewlett. ¿Cuál apellido iría primero en la empresa? Ganó Bill. Y así nació Hewlett-Packard. Sin saberlo, también nacía The HP Way, una filosofía empresarial que sus fundadores crearon buscando poner a las personas, la integridad y la innovación por encima de los beneficios.
“No creamos HP para hacernos ricos”, diría Packard.
“Solo queríamos trabajar en cosas interesantes y construir algo útil”.
Esa utilidad llegó pronto. Su primer producto, un oscilador de audio, fue comprado por Walt Disney para mejorar el sonido de Fantasía.
Costaba cuatro veces menos que la competencia. No porque fuera barato, sino porque era excelente, bien hecho y accesible. Toda una pieza de ingeniería.
Pero ¿y si te dijera que nos han engañado? Que la empresa a la que todos idolatramos era, en realidad, la equivocada. Como en esas películas donde los padres confunden a su recién nacido y se llevan al hijo de otra familia. Pero para el salseo todavía tendremos que esperar unas cuantas líneas.
Continuemos con nuestra historia.
Una de las principales convicciones de David Packard era que una empresa no existe únicamente para generar beneficios.
En una charla a sus empleados, dijo:
“Las ganancias son solo un resultado. La verdadera pregunta es: ¿Nuestros productos hacen una contribución real? ¿Mejoran la vida de las personas? Si la respuesta es no, entonces hemos fallado.”
Esa obsesión por la contribución, más que por el beneficio, creó un ciclo virtuoso:
Mejores productos → más impacto → más éxito → más inversión en innovación.
Y ese ciclo se mantuvo durante décadas. De hecho, Packard donó prácticamente toda su fortuna de $5.6 mil millones a obras benéficas antes de morir.
Pero ojo: No confundamos eso con complacencia. En HP se exigía. Y mucho.

“La satisfacción del cliente no es una opción. Es el único estándar aceptable.”
“Y si tú no puedes lograrlo —decía Packard a sus directivos—, encontraremos a alguien que sí pueda.”
En el mundo empresarial, mucho se ha hablado sobre la personalidad de los fundadores y cómo esta se traslada a las empresas. Es lo que podríamos denominar el ‘ADN del fundador’
Y para entender mejor a HP, hay que entender a uno de ellos en concreto, esto es entender mejor la personalidad de David Packard.
A los 11 años, su padre le compró un caballo. Un animal indomable que lo tumbaba una y otra vez.
“Mi padre no me dejó renunciar. Aprendí a dominarlo. A entenderlo. A persistir.”
Ese espíritu lo llevó a estudiar en Stanford, donde conoció a su mentor, Fred Terman, y a su futuro socio, Bill Hewlett.
Esta personalidad arrolladora hizo que muchas figuras relevantes de la historia se le acercaron para pedir consejo. ¿Sabías que un joven Steve Jobs llamó directamente a Bill Hewlett para pedirle ayuda con una idea?
¿Y que el propio Bill le consiguió un trabajo de verano en la línea de ensamblaje de HP?
Para Jobs, HP no solo era una empresa. Era un modelo a seguir.
“Mi meta —dijo Jobs en su lecho de muerte— era construir una empresa que viviera más allá de mí. Como hicieron Hewlett y Packard.”
Ahora el resto sabemos que lo consiguió.
Otra de las lecciones que podemos extraer del éxito de HP es su estilo de gestión: liderazgo con propósito y sin protagonismo personal.
A diferencia de la mayoría de las empresas de su época, HP no tenía jerarquías tradicionales. Se adelantó a su tiempo con estructuras horizontales y jerarquías planas, algo que hoy consideramos habitual. Si querías crecer dentro de HP, no necesitabas ascender en la pirámide, entre otras cosas porque esa pirámide no existía. La mejor opción era explorar nuevas áreas de interés, aprender cosas distintas o desarrollar otras habilidades.
Introdujeron además el famoso “Management by Walking Around”, la idea de que los líderes deben estar presentes, conversando con sus equipos, no encerrados en sus despachos.
Fueron de las primeras empresas que ante situaciones complicadas , en lugar de despedir gente, recortaron salarios proporcionalmente, incluso el de los propios fundadores.
Y cuando la calidad en las fábricas japonesas superó por 400 veces la tasa de fallos aceptada en EE. UU., no se excusaron. Aprendieron. Adaptaron. Y mejoraron sus procesos de producción.
“Ganar dinero es importante. Pero lo es más mantener la dignidad de nuestros trabajadores, la confianza de nuestros clientes y la reputación que hemos construido.”
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Pero ¿y si te dijera… que nos han engañado?
Que la empresa que todos idolatramos, esa HP de la que hemos oído hablar como la madre de Silicon Valley… no es realmente la HP actual.
Como en esas películas donde los padres confunden a su bebé en el hospital y se llevan al hijo equivocado…
Lo que creemos que es HP… en realidad es otra empresa.
HP nació con un propósito simple: hacer productos útiles, bien diseñados, que realmente contribuyeran a la vida de las personas. Su primer éxito, el oscilador de audio modelo 200A, fue un hito.
Tan bueno que Walt Disney lo eligió para mejorar el sonido de Fantasía.
Esa cultura de obsesión por la calidad, cercanía con los clientes, y reinversión de beneficios se convirtió en su sello.
“¿Estamos mejorando la vida de alguien con esto?” —preguntaba David Packard.
Si la respuesta era no, la empresa había fracasado, sin importar los ingresos.
Pero aquí viene el giro de guión: la empresa que durante años fue un referente del icónico Valle del Silicio hoy es apenas una sombra de lo que fue.
En 1999, HP decidió escindirse, o hacer un spin-off como dirían los americanos. Creó una nueva empresa llamada Agilent Technologies, llevándose con ella su alma original: la división de instrumentación electrónica, esa que creó el oscilador.
Esa que inició todo.
Agilent creció rápidamente. Pero en 2014, Agilent se partió de nuevo.
Y así nació Keysight Technologies, que se quedó con el corazón técnico y de medición electrónica avanzada.
Y sí, siento decirte que Keysight es quien realmente heredó el espíritu de HP original.
La misma línea de productos.
La misma obsesión por la precisión.
El mismo ADN.
La HP de los osciladores…
La HP que midió la calidad como nadie…
Hoy vive bajo otro nombre.
Podríamos decir que la “HP moderna” no murió. Pero mutó. después de sonadas adquisiciones a finales del siglo pasado, de empresas como, Digital , Compaq, EDS, 3Com o Autonomy.
En 2015, HP se dividió nuevamente en dos, eso sí esta vez manteniendo el nombre:
HP Inc., encargada de impresoras y PCs, conservó el logo y el nombre.
Hewlett-Packard Enterprise (HPE), que se centró en servidores, redes y servicios empresariales.
Pero la cosa no quedó ahí.
HPE luego escindió aún más partes de sí misma:
Su división de software fue absorbida por Micro Focus.
Su división de servicios se convirtió en DXC Technology.
Vendió negocios clave a Western Digital y otras firmas.
Y una de sus divisiones más prometedoras, la de semiconductores, acabó convirtiéndose en… Broadcom.
Sí, la actual gigante de chips que ha ido absorbiendo empresas como VMware, Computer Associates o Symantec.Otra hija indirecta de HP.
¿Entonces quién es quién en este vaivén de empresas que formaron —o aún forman— parte del linaje de HP?
HP Inc. → PCs e impresoras.
HPE → Infraestructura empresarial (redes, almacenamiento, servidores,…).
DXC Technology → Servicios IT.
Micro Focus → Software.
Broadcom → Chips
Agilent Technologies → Instrumentación química y médica.
Keysight Technologies → ¡El alma original de HP!
Y así, de una empresa nacida en un garaje, salieron al menos siete empresas cotizadas.
Y, ¿qué nos enseña todo esto? ¿Qué lecciones podemos extraer de la evolución de HP?
A veces, el nombre no importa. Lo que importa es el propósito. La misión.
La integridad con la que se hace el trabajo.
Y en esa confusión de nombres, logos y fusiones, el verdadero legado de HP sigue vivo.
No en las impresoras.
No en el marketing.
Sino en los osciladores.
En los instrumentos.
En el trabajo meticuloso que Packard y Hewlett soñaron hacer.
“La única meta aceptable es la satisfacción total del cliente.”
Y esa frase, 80 años después, todavía debería ser relevante para cualquier ingeniero de HP.
Quizá la historia no sea tan sencilla como nos la contaron.
Pero eso la hace aún más fascinante. Y más real.
Porque detrás de cada gran empresa, hay una gran verdad esperando ser redescubierta.
Y esta es la Filosofía que inspiró a Silicon Valley.
Packard fue nombrado por muchos como el “alcalde de Silicon Valley”.
Y es que su empresa cumplia con todos los ingredientes del mito moderno:
Fundar en un garaje.
Innovar.
Escalar.
Salir a bolsa.
Liderar con valores.
Y dar ejemplo a las generaciones venideras.
HP fue rentable desde el primer año. Durante 50 años consecutivos generó beneficios. Y creció sin tomar deuda a largo plazo.
¿Por qué? Porque Packard vivió la Gran Depresión y vio cómo las empresas endeudadas eran las primeras en caer.
“Crecimos con lo que generamos. Y nunca más allá de lo que podíamos manejar.”
Cuando llegó el momento de entrar al mundo de la informática, HP lo hizo sin perder su esencia.
Pasaron de vender instrumentos por 25 millones en 1964, a vender 20 mil millones en productos informáticos en 1994.
Estas lecciones empresariales que podemos revisitar hoy, es en parte gracias a que David Packard escribió su autobiografía a los 82 años, poco antes de morir.
No para contar su vida. Sino para transmitir lo aprendido.
Y esos aprendizaje los podemos aplicar todos nosotros, aun hoy en día:
No construyas para ganar. Construye para contribuir.
No copies. Innova.
No lideres con miedo. Lidera con integridad.
No maximices el corto plazo. Invierte en el largo.
“El futuro —escribió Packard— pertenece a quienes creen en el poder de crear productos que hagan una diferencia. No me-toos. No imitaciones. Contribuciones reales.”
Quizá tú no estés hoy en un garaje.
Pero si estás creando algo con propósito, con valores, con ganas de mejorar el mundo…
Puede que estás siguiendo el HP Way, esa misma forma de hacer negocio que David Packard y Bill Hewlett ya probaron con éxito hace casi un siglo.
Y ese, probablemente, sea un camino que vale la pena recorrer.
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