Nuestra sociedad se ha desarrollado y crecido gracias a la competencia. Sin ella, el capitalismo habría sido un espejismo de lo que es.
Probablemente esté en nuestra naturaleza. Crecemos rodeados de juegos que funcionan como un sistema para entender e interiorizar patrones que nos serán útiles cuando crezcamos. Muchos de estos juegos se basan en la competencia pura: son juegos de suma cero en los que solo puede haber un vencedor.
La competencia nos ha traído lo mejor de la humanidad: automóviles más seguros, vacunas más rápidas y energía más limpia.
Pero también puede empujarnos al borde del abismo.
Cuando los incentivos están mal diseñados, cuando ganar hoy significa perder mañana, entramos en lo que se conoce como la trampa de Moloch.
El mito de Moloch aparece en antiguos relatos bíblicos y fenicios como la representación de un dios implacable, un símbolo de la competencia llevada al extremo.
Para honrarlo y ganarse su favor, se ofrecían los sacrificios más valiosos: los propios hijos. Era la encarnación de un juego en el que todos perdían, un recordatorio de cómo los incentivos mal diseñados pueden llevar a sociedades enteras a cometer actos impensables.
Hoy pensaríamos que esto es una aberración, honorar a un dios por el que se sacrificaban niños para conseguir poder. ¿Estás seguro de ello?
La metáfora, tristemente es muy actual:
Influencers sacrificando su felicidad por un filtro de belleza.
Medios sacrificando su integridad por un clic.
Gobiernos sacrificando el planeta por crecimiento inmediato.
Y, lo más inquietante, compañías de IA sacrificando la seguridad por la carrera del “más rápido y más grande”.
Lo peligroso de esta metáfora es que nadie quiere de verdad “jugar así”.
Ningún periodista sueña con degradar su medio a costa de clickbait barato.
Ningún investigador quiere ver su modelo usado de forma irresponsable.
Ningún CEO quiere precipitar una catástrofe humanitaria global.
Pero la lógica del juego, los incentivos, les empuja.
Si yo no lo hago, mi competidor lo hará.
Y entonces no es una carrera hacia arriba, sino hacia abajo.
Liv Boeree lo explica muy bien en su charla TED, dejándonos con una reflexión importante.
“No odies a los jugadores, cambia el juego.”
El reto, por tanto, no está solo en regular o ralentizar, sino en rediseñar la competencia:
Que las empresas compitan por seguridad, no por velocidad.
Que los medios compitan por confianza, no por clicks.
Que los líderes compitan por impacto positivo, no por dominación.
El progreso humano ha dependido siempre de nuestra capacidad de colaborar tanto como de competir.
Y si queremos que la IA y las tecnologías emergentes nos lleven a un futuro habitable, habrá que elegir muy bien a quién —o a qué— sacrificamos por el camino.
Que no sea a nosotros mismos.
Así que ya sabes: para cambiar las reglas del juego, basta con imaginarlo desde otro punto de vista.
Que nunca te falten ideas, ni ganas de probarlas.
A.
PD1: Aquí te dejo la charla TED que me inspiró hoy: TED Talk – The Trap of Moloch.
PD2: Si te interesa profundizar, te recomiendo La era del capitalismo de la vigilancia de Shoshana Zuboff. Otro libro que dialoga muy bien con esta idea de incentivos perversos es Pensar en sistemas de Donella Meadows, una joya sobre cómo rediseñar las reglas del juego.