Mira.
Vivimos en un mundo cada vez más cambiante, incierto, lleno de retos complejos. Bajo la amenaza de que la automatización eliminará los empleos repetitivos. La inteligencia artificial está transformando industrias. Y muchas de las habilidades que antes nos bastaban para nuestro día a día, hoy ya no son suficientes.
Pero hay una que se vuelve más valiosa cada día: la capacidad de resolver problemas.
De pensar con claridad.
De saber qué hacer cuando el mapa no está dibujado.
Y lo mejor: no es un talento innato. Es una habilidad que se aprende. Se entrena. Se mejora.
Charles Conn y Robert McLean, dos ex McKinsey, lo resumen en un método de siete pasos que llaman Bulletproof Problem Solving. Y no, no necesitas ser consultor para usarlo.
Todo empieza por algo que suele parecer obvio… y casi nunca lo es: definir bien el problema.
Porque si partes de una pregunta equivocada, todo lo que viene después —los datos, el análisis, las soluciones— será inútil. O peor aún, te hará ir en la dirección contraria.
Tomemos un ejemplo real, cuando Internet irrumpió en los años 90, muchos periódicos pensaron que el problema era la competencia por los contenidos. Pero el verdadero golpe vino por otro lado: los ingresos publicitarios. No definieron bien el problema. Y quebraron.
El segundo paso es la descomposición. Dividir el reto en partes más pequeñas. Usar árboles lógicos. Visualizar causas, palancas, caminos. Es como desmontar un reloj para entender cómo funciona cada engranaje.
Y una vez que lo has dividido todo… toca podar. Porque no todo vale lo mismo. Hay ramas que puedes cortar y que tienen mucho impacto. Otras que, aunque importantes, están fuera de tu control. Aprender a priorizar es parte del arte.
Con eso claro, viene lo que muchos hacen al revés: diseñar el plan de trabajo.
No se trata de lanzarse a analizar sin rumbo. Se trata de tener claro: ¿qué hipótesis quieres validar?, ¿quién va a hacer qué?, ¿para cuándo?
Esto vale si estás solo… pero mucho más si trabajas en equipo.
Y aquí un principio que se repite: los mejores equipos no son los más brillantes, sino los más diversos. Donde las ideas pesan más que los títulos. Donde todos reman hacia la misma dirección.
Y sí: luego viene el análisis. Los datos.
Pero cuidado: no todo se resuelve con machine learning ni modelos complejos. A veces basta con buenas heurísticas. La Navaja de Occam. La regla 80/20. Un par de gráficos bien hechos.
Lo importante no es solo lo que descubres. Es cómo lo cuentas.
Porque los datos no hablan solos.
Hay que hilar, sintetizar, construir una narrativa. Convincente. Clara. Que conecte con lo que le importa al que decide.
Y cuando eso ocurre, cuando logras que otros entiendan tu razonamiento y se sumen a la solución… el problema deja de ser solo tuyo.
En tiempos de disrupción, pensar bien es un superpoder.
Y como todo superpoder, mejora con práctica.
Que nunca te falten ideas, ni ganas de probarlas.
A.
PD – Si la brújula en un temporal es saber hacia dónde mirar, este método es justo eso. No te da todas las respuestas, pero sí te enseña a hacer las preguntas correctas. Y eso, a veces, es suficiente para empezar. Para buscar el rumbo en campo abierto, te dejo esta brújula profesional de Suunto.
Gracias por acompañarme en un nuevo Diario de Innovación, ¡y te espero mañana en Innovation by Default 💡!