El mail de hoy viene sin florituras. Directo y al pie, que es viernes.
Muchas veces nos olvidamos de lo importante.
El aluvión de cosas que pasan en el día a día —reuniones, reporting, revisiones de proyectos— nos arrastra a un modo automático donde lo urgente aplasta a lo esencial.
¿Y qué es lo esencial?
Tú. Y los tuyos.
Esta semana hablábamos de la importancia de los hobbies, de cómo dedicar tiempo a lo que te gusta te mantiene cuerdo, curioso y con chispa.
Pero igual de importante es ser relevante.
Salir de la cueva. Dejar de picar en lo más hondo y exponerte.
Cuando hablo de exponerte, me refiero a exponerte en todos los sentidos: a que te vean, a que te juzguen, a que algo no salga como esperabas.
Exponerte a nuevas ideas, a proyectos inciertos, a conversaciones incómodas.
A salir —por fin— de la zona de confort.
Y ahí es donde entra la creatividad.
No como algo “bonito”, sino como una forma de vivir más despierto.
Vivimos en un momento de saturación. Todo está dicho, todo está hecho, y lo nuevo apenas dura unas horas antes de ser reemplazado por lo siguiente.
Pero en medio de ese ruido, hay algo que sigue marcando la diferencia: la capacidad de crear, de conectar ideas, de hacer cosas.
David Kelley, fundador de IDEO y profesor en Stanford, lo entendió mejor que nadie.
Después de superar un cáncer, decidió dedicar su vida a una sola misión: ayudar a la gente a recuperar la confianza creativa que habían perdido por el camino.
Porque todos nacemos creativos.
Solo que, con el tiempo, el miedo al juicio —al “qué dirán”, al “no soy tan bueno”, al “eso ya lo hace otro”— nos deja bloqueados.
Y cuando dejas de crear, dejas de aprender.
La creatividad no es solo pintar o componer música.
Es resolver problemas de forma distinta, comunicar con más claridad, tener ideas que cambian la dirección de un proyecto o simplemente ver lo que otros no ven.
Y aquí viene lo importante: a quien hace cosas, le pasan cosas.
No lo digo solo por romanticismo.
Cuando decides escribir una newsletter, grabar un podcast o lanzar un pequeño experimento personal, te obligas a pensar diferente, a exponerte, a mejorar.
Aunque parezca que “todos tenemos uno”, en realidad casi nadie lo hace.
Y los pocos que lo hacen —de verdad— aprenden más rápido, desarrollan habilidades que luego aplican en cualquier área de su vida, y se vuelven más polivalentes, más relevantes.
La confianza creativa no se enseña, se practica.
Como en la d.school de Stanford, donde Kelley y su equipo simplemente quitan los bloqueos que impiden a las personas expresarse.
No “enseñan creatividad”, ayudan a redescubrirla.
El cambio empieza cuando entiendes que no hay ideas “malas”, sino ideas sin probar.
Y que el camino más corto hacia algo bueno siempre pasa por hacer muchas cosas malas primero.
Por eso, si llevas tiempo pensando en escribir, grabar, diseñar o compartir algo: hazlo.
No porque necesites reconocimiento.
Sino porque hacerlo te cambia.
Y cuando cambias tú, cambia todo lo demás.
Que nunca te falten ideas, ni ganas de probarlas.
A.
PD1: Si quieres profundizar en este tema, te dejo algunas lecturas imprescindibles:
Creative Confidence — David y Tom Kelley
La Guerra del Arte — Steven Pressfield
Roba Como un Artista — Austin Kleon
Libera Tu Magia — Elizabeth Gilbert
Aprende a Promocionar Tu Trabajo — Austin Kleon
PD2: Recuperar tu confianza creativa no requiere talento. Solo hace falta una chispa de curiosidad… y el valor de encenderla.