Si aprender fuera solo cuestión de echarle horas… ya serías Einstein.
Diario de Innovación #188
Cuando estaba en el instituto, yo estudiaba a lo bestia.
Fuerza bruta.
Horas y más horas.
Subrayadores, apuntes y repeticiones hasta que las pestañas ardían.
Y sí, a veces funcionaba. O eso creía.
Pero también te puedo decir que muchas otras no.
Pero con el tiempo —y unos cuantos batacazos de esos que duelen más que un capón de los curas de mi cole— empecé a entender que el aprendizaje real no tiene nada que ver con sudar tinta china. Y tiene que ver con precisión e intención.
Como un cirujano.
Una práctica deliberada.
Reflexión.
Ajustes finos.
Y sentido común. Ese gran superpoder que, irónicamente, es el menos común de los sentidos en el 90% de las personas.
Aprender no es un acto heroico, es un proceso.
Y como el deporte: si dejas de entrenarlo, lo pierdes.
Pero si vuelves, el cuerpo (y el cerebro) recuerdan. Porque somos plásticos. Porque podemos adaptarnos.
¿La buena noticia? Que es iterativo.
Te vas conociendo. Vas afinando.
Y acabas haciendo, por fin, lo que hace falta para mejorar.
Nada de fórmulas mágicas.
Y sí, como siempre, mucho más fácil de decir que de hacer.
Pero si alguna vez te has sentido frustrado porque aprendes lento, porque parece que te esfuerzas y no avanzas, probablemente no sea culpa tuya.
Es que estás atrapado en una caja negra.
📦 ¿Qué es el blackbox effect?
Es cuando no sabes cómo tu esfuerzo se convierte en resultados.
Tu input es tu tiempo y energía.
Tu output es tu mejora real.
Pero si no sabes lo que ocurre entre medias… estás ciego.
Resultado:
Mejoras inconsistentes.
Frustración.
Y un círculo vicioso donde crees que la solución es… esforzarte más.
Spoiler: no lo es.
Pero, ¿cómo abrimos la caja negra?
A continuación te dejo tres puntos que te ayudaran a entender mejor como establecer esa relación entre esfuerzos y resultados en ese proceso de aprendizaje, ya se de una habilidad nueva, un temario para una oposición, o simplemente por el puro placer de aprender algo nuevo.
1. No practiques en aislamiento
Reflexiona o repites errores en bucle.
Practicar sin pensar no te hace mejor. Solo más cansado.
Bloquea un tiempo para reflexionar después de cada sesión.
Anota, analiza, extrae aprendizajes.
La práctica sin reflexión es solo movimiento.
La práctica con reflexión es progreso.
2. Práctica dirigida, no aleatoria
Practicar al azar es como lanzar dardos con los ojos vendados.
Antes de hacer nada, formula una hipótesis:
“Creo que si hago esto, pasará esto otro.”
Luego prueba. Y ajusta.
Como en Wordle: cada intento bien pensado te da pistas para el siguiente.
3. Pregunta “¿por qué?” todo el rato
El que entiende el porqué, corrige mejor y más rápido.
No aceptes instrucciones porque sí.
Piensa. Racionaliza.
Cada paso tiene un motivo. Si no lo entiendes, búscalo.
Eso te da modelos mentales.
Y con buenos modelos, aprendes antes que nadie.
¿Por qué esto importa?
Si aprender se te hace cuesta arriba, no es porque no valgas.
Es porque no sabes (aún) cómo transformar tu esfuerzo en resultados.
Abre la caja negra.
Reflexiona.
Dirige tu práctica.
Y no dejes de hacerte preguntas.
Es más lento al principio.
Pero después…
vas como un cirujano con bisturí.
Preciso. Eficiente.
Imparable.
Que nunca te falten ideas, ni ganas de probarlas.
A.
PD1: Todo esto lo aplico cuando aprendo IA, escritura o incluso cómo lanzar una newsletter que no dé pena. Y créeme, funciona.
PD2: Si te interesa el tema, te dejo dos libros que amplían todo esto:
“Número Uno” de Anders Ericsson (padre de la práctica deliberada).
“Ultralearning” de Scott Young (el loco que se hizo el MIT en casa).
PD3: Y si quieres que te recomiende una buena libreta donde anotar tus reflexiones post-práctica: Moleskine Classic — no te hará más listo, pero sí más constante. Y además es súper chula.