Eres único. Eres creativo. Eres un individuo con pensamientos, ideas y una chispa que nadie más tiene. Al menos eso es lo que cada uno de nosotros pensamos, a lo mejor también es lo que nos lleva diciendo nuestra madre desde que éramos unos críos.
Pero… ¿qué pasaría si un sistema te redujera a un simple dato? Un perfil. Un número en una base de datos. Alguno seguro que habéis sentido eso en algún momento, ya sea trabajando para una empresa o al ser tratado por alguna gran corporación ante un problema que hayas tenido con estas.
Hoy vamos a hablar de un libro que cuestiona todo lo que crees saber sobre la tecnología y el internet: You Are Not a Gadget de Jaron Lanier.
Muchas veces los forofos de la tecnología, nos acabamos convirtiendo en talibanes de la misma. En muchas ocasiones debemos dejar a un lado el gorro de Fanboy de la empresa o tecnología de turno, y recuperar parte de nuestra humanidad en esta era digital que vivimos y que muchas veces, priorizamos primero el bit y el byte antes que sentimientos o sensaciones que la tecnología nos puede hacer sentir.
En No eres un dispositivo, Jaron Lanier hace una crítica a la adoración ciega que hacemos de la tecnología y el riesgo de perder nuestra capacidad de cuestionar y reflexionar. Es una lectura que va más allá de la simple fascinación tecnológica, hacia una reflexión más profunda sobre cómo mantener nuestra individualidad y sentido crítico frente a las tendencias digitales. Aquí ya hemos hablado largo y tendido, sobre la capacidad y espíritu crítico que hemos de recuperar frente a la llegada masiva de la IA generativa.
Hoy quiero que abramos el melón, y fijemos el debate en una crítica apasionada y urgente sobre cómo el diseño de la tecnología está moldeando —y limitando— nuestras vidas.
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¿Qué tienen en común los túneles del metro de Londres y un software para música de los años ochenta? Ambos son ejemplos de algo llamado “rigidez tecnológica”.
En la década de 1980, se inventó un estándar llamado MIDI para digitalizar música. Fue tan popular que pronto se usó en todo: computadoras, sintetizadores, ¡hasta estudios de grabación! Pero aquí está el problema: MIDI tenía limitaciones, y como ya estaba integrado en todas partes, cambiarlo era prácticamente imposible. Décadas después, seguimos usando un diseño que está desactualizado.
El metro de Londres es otro ejemplo: sus túneles son tan estrechos —porque fueron construidos hace más de 100 años— que no se pueden instalar sistemas modernos como aire acondicionado.
Jaron Lanier dice que el internet, tal como lo conocemos, está atrapado en un diseño inicial defectuoso que podría estar limitando nuestra capacidad de innovar.
Y es que la adoración o adicción que muchos tenemos por la tecnología, hace que tenga un coste en nuestra vida personal. Aislándonos en burbujas, tal y como comentamos en previas ediciones del Diario de Innovación, ya hablamos del filtro burbuja.
Las redes sociales nos encapsulan en categorías. ¿Qué te gusta? ¿Dónde estudiaste? ¿Estás en una relación? Cada respuesta alimenta un algoritmo que te encasilla en un molde.
Lanier argumenta que esta reducción de nuestra identidad al “mínimo común denominador” es peligrosa. Perdemos nuestra individualidad y comenzamos a vernos —y a los demás— como una colección de datos, no como personas.
Sin nosotros, los humanos, las computadoras no tienen propósito. Un algoritmo puede organizar información, pero no puede decidir qué es significativo o valioso de esa información. De momento, esa es una habilidad única del cerebro humano.
La cultura digital libre nos ha dado maravillas como los mashups y memes, pero también ha provocado que las obras originales sean tratadas como simples bloques intercambiables.
Antes, los creadores escribían canciones, dirigían películas o redactaban artículos con profundidad. Ahora, muchas veces, los trabajos se crean pensando en ser fragmentados, consumidos en trozos rápidos, sin contexto.
El resultado: una crisis de calidad. Menos profundidad. Más contenido reciclado. Y menos reconocimiento para quienes realmente crean algo valioso.
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Internet ha promovido o creado una falsa idea de que las multitudes son más inteligentes que los individuos particulares. Wikipedia es un excelente ejemplo de cómo este tipo de “sabiduría de masas” puede crear algo grande. Pero Lanier nos advierte que glorificar al colectivo por encima del individuo tiene un lado oscuro.
Imagina un mundo donde no hay libros escritos por autores, sino un único libro creado por la “mente colmena”. Un mundo donde la creatividad individual está aplastada por lo que la mayoría considera “correcto”.
La innovación real viene de mentes individuales que desafían al status quo, no de millones de personas conformándose con lo mismo. Lanier lo resume con esta pregunta: ¿qué prefieres, la dedicación de toda una vida de Einstein o 10,000 aportes de cinco minutos de personas al azar?
La tecnología, como cualquier herramienta, tiene dos caras de la misma monedas. Una negativa que nos ha mostrado la red de redes es el anonimato y la toxicidad y el hate en las redes sociales.
El anonimato en internet fomenta comportamientos tóxicos, como el trolling o el acoso. Detrás de nombres como “DarkAvenger93” o “EpicTroll99” hay personas que, protegidas por el anonimato, insultan, acosan y a veces provocan tragedias reales.
Lanier propone una solución: crear sistemas donde la gente pueda preservar cierta privacidad pero también responsabilizarse de sus acciones. Plataformas como eBay ya lo hacen con sus sistemas de calificaciones.
Una de las opciones que propone Jaron es rediseñar la tecnología para proteger la esencia de nuestra condición humana.
Su visión es positiva, Jaron cree que no todo está perdido. Todavía hay tiempo para cambiar.
Lanier nos inspira a rediseñar internet para proteger la creatividad y la inteligencia humanas. Por ejemplo, propone que los creadores sean compensados directamente por su trabajo. Cada vez que escuchas una canción, lees un artículo o ves un video, el autor debería recibir una pequeña remuneración.
La clave está en recordar que la tecnología debe servirnos a nosotros, los humanos. No al revés.
El mensaje central de You Are Not a Gadget es claro: la tecnología debe estar al servicio de la humanidad, no al revés. Es nuestra responsabilidad exigir y diseñar herramientas que nos impulsen como individuos creativos y únicos.
La próxima vez que uses internet, recuerda que detrás de cada clic hay una decisión: ¿estarás construyendo un mundo que valore a las personas o a los algoritmos?
Gracias por acompañarme en este nuevo experimento, ¡y te espero mañana en el Diario de Innovación de Innovation by Default 💡!