Hace unos meses me descubrí atrapado en una trampa invisible: la del 10%.
Reuniones productivas, métricas decentes, avances graduales… pero con una sensación constante de estar corriendo sin moverse del sitio.
Era como correr en una cinta de gimnasio. Mucho esfuerzo. Cero paisaje nuevo.
Hasta que una mañana, revisando mis proyectos personales, me encontré repitiendo la misma lógica que aplicaba en el trabajo: pequeños ajustes, mejoras incrementales, “optimizaciones”.
Ahí entendí que la innovación no se mide por el esfuerzo, sino por el cambio de escala.
Porque hay meses en los que no pasa nada, y días que valen por años.
Días en los que una decisión o una idea cambian la trayectoria completa de un proyecto.
Eso en concreto, ese salto no lineal, es lo que separa al crecimiento vegetativo del exponencial.
Si haces lo que hacen los demás, con las mismas herramientas y los mismos medios, el resultado será predecible: una mejora del 3%, un crecimiento del 7%, una curva cómoda pero plana.
El verdadero cambio ocurre cuando introduces uno o dos órdenes de magnitud nuevos, cuando te atreves a mirar el problema desde un ángulo que nadie más está explorando.
Peter Thiel lo dice con brutal claridad en Zero to One:
“La competencia es para los perdedores.”
Porque competir en un mercado existente es aceptar sus reglas; innovar es crear un mercado nuevo, donde tus reglas se vuelven la referencia.
El trabajo del innovador —en una empresa o en un side project— es precisamente ese: aislar el factor suerte.
No eliminarlo del todo, pero sí construir sistemas donde el azar no decida tu destino.
Donde el éxito sea una consecuencia de la escala que elegiste pensar, no de la moneda que lanzaste al aire.
Innovar no es mejorar un 10%.
Es diseñar condiciones para que el cambio parezca, desde fuera, suerte… pero desde dentro, inevitable.
Todo empezó con mi side project: una herramienta digital que desarrollaba los fines de semana.
El objetivo era simple: ayudar a equipos pequeños a organizar mejor su tiempo.
Pero después de meses, me di cuenta de que solo había creado otra app de productividad más.
Una noche, agotado y frustrado, recordé una frase de Iván Bofarull en Moonshot Thinking:
“El 10X no reemplaza al 10%, lo amplifica.”
Ahí me detuve. Si el 10X no consiste en reemplazar lo que hay, sino en aumentarlo,
¿qué pasaría si no intentaba hacer una app “mejor”, sino una que eliminara el problema de raíz?
Cerré el portátil. Tomé una libreta. Y escribí una pregunta absurda:
“¿Qué tendría que pasar para que la gente ya no necesitara planificar su tiempo?”
Esa pregunta —tan ridícula como potente— cambió todo.
El 10% busca eficiencia. El 10X busca eliminación.
El primero ajusta; el segundo reinventa.
Moonshot Thinking aplicado al trabajo diario
Empecé a aplicar el mismo enfoque en mi trabajo.
Cada vez que alguien proponía una mejora incremental, lanzaba la pregunta incómoda:
“¿Y si lo hiciéramos diez veces mejor?”
Al principio sonaba arrogante. Después, contagioso.
El equipo comenzó a pensar diferente. No buscábamos más “features”; buscábamos fricciones que desaparecerían si teníamos éxito.
Por ejemplo:
En lugar de reducir el tiempo de aprobación de informes un 10%, nos propusimos eliminar por completo el proceso manual.
En vez de añadir un nuevo reporte, diseñamos una alerta inteligente que previene errores antes de que ocurran.
Y en mi propio flujo de trabajo, pasé de planificar tareas a automatizar decisiones rutinarias.
No se trataba de hacer más. Se trataba de hacer menos, pero mejor.
De pasar del “cómo lo optimizo” al “qué puedo eliminar para liberar energía creativa”.
La disrupción como nueva normalidad
A medida que experimentaba con este pensamiento, empecé a ver la disrupción no como una amenaza, sino como la temperatura natural del mundo actual.
Todo lo que parece estable hoy, mañana será reemplazado o absorbido.
Y eso no tiene que asustar, al contrario, debería inspirar.
En mi empresa, muchos proyectos mueren por una razón simple: están diseñados para proteger lo existente, no para crear lo siguiente.
Lo que aprendí de Christensen y Schumpeter es que toda innovación lleva dentro una pequeña dosis de autodestrucción.
Si no te atreves a destruir tus propias versiones antiguas, alguien lo hará por ti.
Por eso, en mis side projects, adopté una nueva regla:
Cada trimestre debo “matar” una parte de mi proyecto actual.1
Una funcionalidad, un proceso, una suposición… algo debe desaparecer para que algo nuevo pueda crecer.
Esa práctica incómoda se volvió adictiva.
El resultado fue contraintuitivo: cuanto más destruía, más claro se volvía el propósito.
También déjame recordarte que si te gusta la tecnología, el podcast de Código Abierto también puede ser una buena opción.
La Paradoja Exponencial en primera persona
Vivimos rodeados de tecnología que promete velocidad, pero seguimos avanzando con mentalidades lineales.
Esa es la Paradoja Exponencial de Henry Chesbrough:
“Las tecnologías crecen exponencialmente, pero la productividad global no.”
Lo noté en carne propia.
Tenía acceso a más herramientas que nunca: inteligencia artificial, automatización, datos.
Pero mi productividad personal apenas se movía.
La diferencia no estaba en la tecnología, sino en cómo pensaba y actuaba sobre ella.
Dejé de usar herramientas para acelerar mis tareas y empecé a usarlas para eliminar tareas por completo.
No para escribir más correos, sino para que los correos se escribieran solos.
No para planificar mejor, sino para diseñar contextos donde planificar ya no fuera necesario.
Ahí entendí lo que Chesbrough quiere decir:
El liderazgo no consiste en adoptar tecnología, sino en traducirla en impacto.
Diseñando mi propio “moonshot plan”
De esa experiencia, terminé creando una pequeña guía que uso cada trimestre.
La llamo mi Moonshot Canvas —una forma de aterrizar ambición en acción:
Frase absurda: escribo una pregunta que suene imposible (“¿Qué pasaría si mi proyecto funcionara sin mí?”).
Mapa de fricciones: identifico todo lo que resta, frena o se repite.
Hipótesis 10X: elijo una y busco eliminarla, no mejorarla.
Experimento ridículo: un test simple, aunque parezca poco serio.
Lección 10%: documento lo que sí funcionó y lo aplico al día a día.
Es mi forma de mantener el equilibrio entre el 10% y el 10X, entre el aterrizaje y el vuelo.
Food for thought
Solo quiero dejaros tres ideas para cerrar la edición de esta semana.
El pensamiento 10X no es optimismo. Es estructura.
Es dar permiso a la ambición dentro de un marco de realidad.
La disrupción no viene de fuera. Empieza en tu agenda.
En cómo decides usar tu tiempo, tus ideas y tus miedos.
El futuro no se predice, se diseña.
Y ese diseño empieza con una pregunta que parece tonta.
Quizás el moonshot thinking no consista en llegar a la luna.
Consiste en dejar de vivir atrapado en la gravedad de lo posible.
La próxima vez que te enfrentes a una decisión en tu empresa o en un proyecto personal,
pregúntate esto:
“¿Estoy pensando en mejorar un 10%… o en transformar diez veces más?”
Porque entre ambos enfoques no hay una diferencia de grado.
Hay una diferencia de especie.
¿Te animas a probarlo?
Empieza hoy con una pregunta absurda.
Y obsérvala hasta que deje de parecerlo.
Que nunca te falten ideas, ni ganas de probarlas.
A.
PD: Si te interesa profundizar en este tema, te dejo algunas recomendaciones:
De Zero a Uno — Peter Thiel.
Dilema De Los Innovadores — Clayton Christensen.
Loonshots — Safi Bahcall.
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